Cada
final de curso suele ser tiempo propicio para hablar –y sobre todo
escribir-sobre el fracaso escolar. Cada
par o tres de cursos también se suele hablar de las reformas educativas y de
los planes de estudio, su conveniencia de
modificación o su excelencia en comparación a anteriores. De tanto en tanto, aparecen comparaciones de
nuestro sistema educativo respecto al resto
de países desarrollados. Y en
éste, de tal o TIL cosa, del sistema, de los directores, de textos y contextos, y vaya uno a saber de cuantas más
cosas se hablará durante el verano.
Y
de ello, hablamos todos: padres, profesores, sociólogos, pedagogos, políticos,
alumnos y porque no, el vecino del quinto derecha que ni se acuerda de cuando
sus hijos iban al colegio. Y nos falta
objetividad. Deberíamos analizar lo bueno de cada sistema educativo y
conjugarlo entre ellos. Ahora, cuando se
habla de pasar una especie de reválida, son muchos a quienes se les riza el
pelo. ¿Y por qué?.
Nos
hemos acostumbrado a que todo el mundo pueda estudiar carrera,
independientemente de cuál sea su nivel de conocimientos y luego nos quejamos
de que hay demasiados profesionales
mediocres sueltos por el mercado
laboral. Demasiados titulados. Demasiados de todo, y menos de todo. Nos quejamos del nivel de corte para las
becas, cuando lo preferible sería que el Estado subvencionara a las mejores
notas. ¿Preferimos cantidad o calidad?.
Una
justicia social es la que permite a un pobre acceder en igualdad de condiciones
que un rico. Una reválida permitirá una
igualdad de nivel entre centros educativos y comunidades autónomas. Una política justa y equitativa en la
distribución de las becas, posibilitará que tanto el pobre como el rico, con el
mismo nivel académico, puedan acceder a la misma educación superior. Una
normativa en cuanto al temario, una unificación de éstos, hará que tanto
el alumno vallisoletano, como el canario y el balear, al terminar un
determinado curso o ciclo formativo, tengan los mismos conocimientos.
Un
cuerpo de directores, pongamos por caso, haría que el centro funcionara según
unas directrices unificadas con el resto de centros. Un director tiene que ser un referente,
alguien quien dirija el centro y que no esté a expensas de que al cabo de los
años de mandato, deba retornar al día a día con los demás docentes. ¿Qué autoridad puede tener alguien quien
dentro de unos años, puede verse dirigido por quien ha amonestado a sus
compañeros en años anteriores?
Hay
mucho margen entre un mando autoritario y un mando demócrata. Y ni uno tiene que ser lo que parece, ni el
otro estar pendiente de votación tras votación.
Las definiciones de mando, tanto el autoritario como el demócrata –y el
resto de los existentes- no es
característica de su elección, sino de la personalidad del mismo. Podemos elegir un energúmeno o un
incompetente del que arrepentirnos durante tiempo, como pueden nombrarnos un
excelente gestor del que lamentaremos su
marcha.
De
septiembre a junio se condensa todo el periodo lectivo. Si además restamos las vacaciones de Navidad
y las de Semana Santa y la blanca, la azul y la verde, nos quedamos con menos
de ocho meses. Si además quitamos
preliminares y demás, se quedan en siete.
Y el fracaso escolar continúa.
Muchas serán las causas, aunque muy pocas las soluciones que se
apliquen.
Algunas
se aplicarían con más refuerzo educativo, adaptar el nivel a unos y a otros,
duplicando las aulas si fuera posible
por niveles académicos, y otras sin duda, con un mayor conocimiento de
las causas por parte del profesorado.
Unas soluciones necesitarán de una mayor plantilla de profesores
–malditos recortes- y otras de una mayor
conectividad del profesor con el hecho concreto de su alumnado, con las causas
que provocan su retraso.
Los
deberes, que no estudio, también es tema candente. Hay comentarios a favor y en contra. De profanos y de mañosos en la materia. Unos defenderán que los deberes deben hacerse
en clase y prohibirse su traslado a casa. Otros, defenderán que estos
representan un método que los prepara para una constancia en el trabajo, una
forma de administrar su tiempo, en definitiva conseguir unos hábitos
“saludables” en el estudio. Los habrá
quienes esgrimirán que éstos restan tiempo a las relaciones societales, a los
juegos, a la práctica de los deportes y como no, hipotecan y condicionan las
interrelaciones familiares.
La
supresión de los exámenes de recuperación en septiembre, también es tema de
discusión. ¿Qué motivación para el estudio
tendrá el cateado con una cesta de calabazas en junio si sabe que no tiene
opción de recuperación? En su descargo
se argumentará que si durante nueve meses –siete más bien- no ha sido capaz de
adquirir unos conocimientos, no los adquirirá durante los tres meses de
vacaciones?. ¿Y por qué no? ¿Acaso no puede darse la opción de
intentarlo, aunque solo lo aproveche un
cinco por ciento de los suspendidos?
Y los ciclos.
¿Es normal que un alumno de primaria, de primer curso de ciclo, pueda
pasar al segundo curso del mismo ciclo con un montón de suspensos? ¿Por qué no
hacerle repetir curso y darle la opción de entrar en mejores condiciones en el
siguiente curso de ciclo?
Todos
estos temas, y muchos más, son dignos de preocupación, de diálogo y como no, de
consenso. De negociación y de
consenso. De un consenso que promueva
que la reforma educativa no sea la de una legislatura, sino de varias. Que no sea impuesta por unos intereses
separatistas ni por un solo sector del espectro político. Y que sobre todo, tenga sus miras puestas en
beneficiar al estudiante, en atender sus necesidades y por qué no, en
diferenciar y potenciar las peculiaridades de cada uno.
Y
el objetivo…. ¿Por qué no dirigir la
formación académica hacia el futuro laboral y por ende, hacia el desarrollo de
nuevas necesidades tanto educativas como laborales? ¿Por qué no ampliar el periodo lectivo para
quienes en junio no alcancen el nivel mínimo necesario?
¿Por
qué no dirigir las miras hacia las fronteras exteriores cada vez más cerca en
vez de centrarnos en aspectos locales e
interiorizar el mercado y el estudio?
Son
muchas las cuestiones a polemizar.
Incluso con las editoriales, con el cambio de formato cada dos por tres
de los libros de texto y la sangría de los precios, de las erratas introducidas
y los guiones dictados según el color autonómico.
Y
para este curso ya hemos llegado tarde.
El curso ya ha terminado y el periodo ya no es lectivo. Y en esto sí que coinciden los
políticos. Ellos también han terminado
su curso. Y el periodo tampoco es
lectivo. Pero al menos, ellos han sacado
mayor provecho. Ninguno suspende, aunque
muchos, eso sí, repiten.
PUBLICADO EL 2 JULIO DE 2013, EN EL DIARIO MENORCA