PEÓN, SÍ. CHUSQUERO, NO


Uno finiquita su estancia entre nosotros y se le despide con frases de epitafio y con renglones para la perpetuidad.  Sean ciertas o no, difícil suele ser eludirlo. Y además, si uno se vende bien, puede que incluso le regalen alguna calle.  Adolfo Suarez, como marca, se ha vendido bien.  Y lo han vendido bien.

 Como si la democracia se la debiéramos sólo a él.  Y de esto, disiento.  La verdad histórica es como la jurídica. Es según como la escriben o la interpretan.  Y nada más. Habrá versiones incluso para quienes digan que sus ansias de poder hicieron que nuestra realidad sea ésta y no otra.

Su historia política viene de lejos, sí. En el primer Consejo de Ministros  de la monarquía,  el joven ministro secretario general del Movimiento se presentó como “el chusquero de la política”.   Representaba este ministerio la esencia pura del régimen franquista.  Era el cooperador necesario, sin duda. El peón que necesitaba el Rey. 

Sus ansias de poder –en vida de Franco ya comentaba a sus amistades que llegaría a ser presidente de Gobierno- harían el resto.   Conocedor de los entresijos palaciegos del régimen, no escatimó esfuerzos en ir aumentando su círculo de amistades con quienes escalar posiciones, hasta llegar a la dirección de la RTVE.  Allí apostó fuerte por un príncipe aún en la cuerda floja. 

Sin duda, aquella apuesta  y su insistencia en querer ser,  le brindarían años después el camino hacia la Moncloa.  El Rey necesitaba un gobierno que  abriera España y a los españoles a Europa y al resto del mundo.  Y necesitaba quien le hiciera de portavoz y caminara al ritmo que él impusiera.  Había mucho en juego. La monarquía, la primera.

Tenía la hoja de ruta y necesitaba de un peón que trabajara para él. ¿Y qué mejor peón que quien ansía poder y protagonismo? 

Aquel contrato por obra, también tuvo su ERE.  Cuando la monarquía ya estuvo legitimada y sólo necesitaba el refrendo de la izquierda, el Rey no dudó en contratar otra brigada para que, tras la cubrición de aguas, procediera al alicatado de la vivienda.  Y así es la historia, al menos, una versión de ella.

Una mezcla de intereses, ansias y debilidades, pueden transformar un hombre corriente en un hombre de Estado.  Hubo quienes trabajaron más por España, pero por  edad y  por  carácter, se quedaron en el camino.

El perfil del actor o la interpretación del personaje, hicieron el resto. Pero la comedia continuaba.  En el camerino, nuevos actores esperaban un nuevo acto.  El telón, caía.  La escena, cambiaba.
PUBLICADO EL 27 DE MARZO 2014, EN EL DIARIO MENORCA