Supongo que lo que van a
leer a continuación, de políticamente correcto, nada de nada. Poco me importa.
No creo que nadie se atreva a negar la evidencia de que la droga mata. Máxime
tras el triste acontecimiento de Son Blanc. Además, si hemos asumido la frase
en las cajetillas de tabaco y en las campañas de la DGT, lo demás sobra.
La droga mata a uno mismo,
y al prójimo. Como el tabaco, que lo
hace tanto al fumador activo como al
pasivo. Como el borracho a los mandos de
un vehículo. Y alguien me dirá que tanto
el tabaco como el alcohol se venden en las tiendas y pagan impuestos. Y tendrá toda la razón.
Pero hay otra diferencia
que pocos pondrán sobre el tapete. O
sea, lo políticamente incorrecto. Al
conductor que conduciendo un vehículo a motor se viera involucrado en un accidente
de tráfico y además su conducción
estuviera influenciada por la ingesta de alcohol, su condena se vería agravada
por eso mismo, por ir borracho. Y toda
la sociedad estará de acuerdo en que así sea.
Pero cuando un delincuente
cometa otro acto delictivo –a excepción de conducir vehículos a motor- bajo la
influencia de drogas –incluso borracho-, en vez de agravar la pena, la
atenuará. ¿Acaso el borracho puede
discernir si está o no en condiciones de conducir y el ladrón no lo está de
conocer lo lícito de lo ilícito?
El drogadicto, me dirán, es
un enfermo. ¿Y el borracho? En este
punto seguro que alguien querrá abrir un vial intermedio. Diferenciará al alcohólico como enfermo, del
borracho ocasional. Y a ese borracho
ocasional, lo identificará como al
infractor al que no se le tiene que tener piedad cuando esté a los mandos de un
vehículo.
Y aceptaremos pulpo como
animal de compañía, pero sin negar la mayor.
La droga mata. Sea en manos de un
enfermo o de un consumidor ocasional.
Pero nuestra legislación
es muy benévola. Nuestros padres de la
patria, en su día, legalizaron el consumo de la droga, que no el tráfico. ¿Acaso creyeron, ingenuos ellos, que si el
tráfico no estaba permitido, el consumo no existiría?
Y es más, las irrisorias
penas que se imponen a los traficantes de drogas, tras las rebajas carcelarias,
los acuerdos judiciales y las dilaciones en
la celebración de los juicios, poco ayudan a que este consumo, esta lacra
social, se reduzca. O lo que es lo mismo,
que las muertes, tanto activas como pasivas, disminuyan.
Y eso parece fuerte. Muy
fuerte. Y desgraciadamente, cierto. Pero claro, sus señorías, tienen otros
quehaceres más importantes en qué ocuparse.
PUBLICADO EL 1 SEPTIEMBRE 2016, EN EL DIARIO MENORCA.