Y eso es lo que dicen que falta. Y con motivo. Pero ¿confianza en qué, en quién, en los mercados, en los bancos, en el Gobierno, en Europa, en nosotros mismos…? O mejor aún, desconfianza. Y mucha.
Y el escenario ha cambiado. Y mucho. Ya no esperamos brotes verdes ni negamos la crisis. Asumimos la realidad - la cada vez más cruda realidad- que no hace mucho aún nos resistíamos a aceptar. Y la realidad es simple y llanamente que estamos mal, muy mal. Que aún podemos estar peor. Y uno sigue con las mismas preguntas de siempre, ¿qué hubiera pasado si hubiera ganado el camarada Alfredo? ¿Habríamos ya salido de la crisis, empezarían a salir brotes verdes en medio del hormigón de la plaza, o estaríamos haciendo agujeros en el cinturón o emigrando al Camerún?
Estamos pagando por lo que no hicimos –no hicieron- antes. Y hay que recuperar el tiempo perdido. A marchas forzadas, vamos. Y ahora se atreven a hablar de huelga. ¿Por qué ahora?, se preguntarán muchos. ¿Por qué no las hicieron años atrás, cuando el Gobierno de turno hacía oídos sordos a las advertencias de Europa y de quienes, por no encontrar no encontraban ni la verde rama del perejil?
Pero los sindicatos tienen que hacerlo. Es cuestión de confianza. De recuperarla, claro. La perdieron hace ya tiempo, cuando cambiaron servicio por poder. Cuando cambiaron la cuota por la subvención. Y así nos fue.
Ahora es el turno de unir esfuerzos y sacrificios. Y vuelven a estar alejados de la realidad. Hay otros frentes abiertos que no cuestionan los sindicatos. Al menos no hacen bandera de ellos. La sanidad y la educación son temas irrenunciables. Deberían serlo. Mucho más que cuestionar días o años de cotización. La sanidad es vida. La educación es vida futura. Escatimar, recortar en ellas, es recortar en vida, en futuro.
Tampoco han levantado bandera contra la corrupción. Baleares, Valencia, Andalucía, España toda, serían suficientes caldos de cultivo para promover tantas huelgas como se les antojara contra el enriquecimiento fraudulento de los bolsillos de políticos, familiares, testaferros y similares. Y la monarquía. Y famosos casos judiciales. Y políticos y más políticos. Y sindicalistas…. Y nadie lo apreció suficiente en su día. Nadie sigue considerándolo suficiente.
Y es cuestión de confianza. No del Gobierno, que ya se le invistió de ella en las urnas, sino de los defensores teóricos de la masa proletaria. Y unos sesenta de estos teóricos defensores cobran un montante total de unos tres millones de euros al año por sentarse en consejos de administración de entidades bancarias. Y algunos más, muchos más, tienen sus hijos estudiando en la enseñanza privada mientras en la calle levantan el grito por la pública.
Y el veintinueve de marzo serán pocos los que paren el tren de la producción. Los de dentro la administración pública están hartos de que se les tome como el conejillo de indias y que además nadie les defienda su honor profesional. Los cinco y tantos de millones de parados tampoco secundarán la misma. No pueden. Los cada día más empobrecidos trabajadores, tampoco dejarán escapar una parte de su aún salario, por indicación de compañeros liberados.
Y en esa estamos. Uniéndonos a Portugal, Italia y Grecia en un futuro común. Como el euro, vamos. Como la inflación del sesenta y tanto por ciento que nos regalaron unas campanadas de fin de año. Con una subida de impuestos a cada toque de telediario.
Y mientras, el camarada Alfredo sigue sin desvelar cual es su receta para crear empleo. En noviembre lo tenía en boca cada vez que oraba. En marzo, ha enmudecido –es un decir-. Mientras, el proletariado, espera. Domado, sabedor de su impotencia. En el Congreso, escaños vacíos sin reducción en nómina.
Nadie se manifiesta por estos abusos. Nadie para el tren para apearse de él. Y luego esperan que perdamos una jornada a dictados de EREs y demás. Lo tienen claro. Muy claro.
Y el escenario ha cambiado. Y mucho. Ya no esperamos brotes verdes ni negamos la crisis. Asumimos la realidad - la cada vez más cruda realidad- que no hace mucho aún nos resistíamos a aceptar. Y la realidad es simple y llanamente que estamos mal, muy mal. Que aún podemos estar peor. Y uno sigue con las mismas preguntas de siempre, ¿qué hubiera pasado si hubiera ganado el camarada Alfredo? ¿Habríamos ya salido de la crisis, empezarían a salir brotes verdes en medio del hormigón de la plaza, o estaríamos haciendo agujeros en el cinturón o emigrando al Camerún?
Estamos pagando por lo que no hicimos –no hicieron- antes. Y hay que recuperar el tiempo perdido. A marchas forzadas, vamos. Y ahora se atreven a hablar de huelga. ¿Por qué ahora?, se preguntarán muchos. ¿Por qué no las hicieron años atrás, cuando el Gobierno de turno hacía oídos sordos a las advertencias de Europa y de quienes, por no encontrar no encontraban ni la verde rama del perejil?
Pero los sindicatos tienen que hacerlo. Es cuestión de confianza. De recuperarla, claro. La perdieron hace ya tiempo, cuando cambiaron servicio por poder. Cuando cambiaron la cuota por la subvención. Y así nos fue.
Ahora es el turno de unir esfuerzos y sacrificios. Y vuelven a estar alejados de la realidad. Hay otros frentes abiertos que no cuestionan los sindicatos. Al menos no hacen bandera de ellos. La sanidad y la educación son temas irrenunciables. Deberían serlo. Mucho más que cuestionar días o años de cotización. La sanidad es vida. La educación es vida futura. Escatimar, recortar en ellas, es recortar en vida, en futuro.
Tampoco han levantado bandera contra la corrupción. Baleares, Valencia, Andalucía, España toda, serían suficientes caldos de cultivo para promover tantas huelgas como se les antojara contra el enriquecimiento fraudulento de los bolsillos de políticos, familiares, testaferros y similares. Y la monarquía. Y famosos casos judiciales. Y políticos y más políticos. Y sindicalistas…. Y nadie lo apreció suficiente en su día. Nadie sigue considerándolo suficiente.
Y es cuestión de confianza. No del Gobierno, que ya se le invistió de ella en las urnas, sino de los defensores teóricos de la masa proletaria. Y unos sesenta de estos teóricos defensores cobran un montante total de unos tres millones de euros al año por sentarse en consejos de administración de entidades bancarias. Y algunos más, muchos más, tienen sus hijos estudiando en la enseñanza privada mientras en la calle levantan el grito por la pública.
Y el veintinueve de marzo serán pocos los que paren el tren de la producción. Los de dentro la administración pública están hartos de que se les tome como el conejillo de indias y que además nadie les defienda su honor profesional. Los cinco y tantos de millones de parados tampoco secundarán la misma. No pueden. Los cada día más empobrecidos trabajadores, tampoco dejarán escapar una parte de su aún salario, por indicación de compañeros liberados.
Y en esa estamos. Uniéndonos a Portugal, Italia y Grecia en un futuro común. Como el euro, vamos. Como la inflación del sesenta y tanto por ciento que nos regalaron unas campanadas de fin de año. Con una subida de impuestos a cada toque de telediario.
Y mientras, el camarada Alfredo sigue sin desvelar cual es su receta para crear empleo. En noviembre lo tenía en boca cada vez que oraba. En marzo, ha enmudecido –es un decir-. Mientras, el proletariado, espera. Domado, sabedor de su impotencia. En el Congreso, escaños vacíos sin reducción en nómina.
Nadie se manifiesta por estos abusos. Nadie para el tren para apearse de él. Y luego esperan que perdamos una jornada a dictados de EREs y demás. Lo tienen claro. Muy claro.
Sigan confiando.
PUBLICADO EL 15 MARZO 2012, EN EL DIARIO MENORCA