NUESTRO FUTURO EN UNA MÁQUINA


Hoy mis recuerdos me devuelven más de dos décadas atrás,  y me llevan a aquellas mañanas domingueras en que las colas en según qué gasolinera colapsaban la circulación.  Eran otros tiempos, si.  Una gasolinera de turno, una ubicación entre calles, mucho dominguero al volante,  y por suerte, mucha paciencia. 

La crispación no existía, o al menos, no se exteriorizaba.  Era señal de que el carácter menorquín aún predominaba.  Pocos años después, aquellos surtidores cambiaron de ubicación y el autoservicio facilitó la rapidez.  Era el progreso que daba otro paso al frente.  Y nos acomodamos a los adelantos.  Los supermercados tampoco se quedaron atrás.  Los códigos de barras hacían las suyas y la rapidez en las cajas se dejaba también notar.  Y los empleos, también.

Y el progreso no se detiene.  Dentro de poco llegará usted al supermercado, irá introduciendo su compra en el carro y en el mismo instante se le irá facturando.  A eso se le llama progreso.  Otros lo llamarán optimizar recursos.  Las estadísticas lo indicarán como un aumento en el número de desempleados.  Para usted será ahorro de tiempo.  Para el empresario, ahorro en personal.  Y algo falla.

Algo no funciona  cuando el progreso va en contra de nosotros mismos.  Veinte años han bastado para echar a tierra todos los avances de una generación.  La herencia que nos dejaron nuestros padres ya no existe.  Ni a favor de inventario ni en contra del mismo.

Y las alarmas empiezan a hacerse oír.  La cosa pública seguía esgrimiendo las tijeras.  Hace unos meses pendían de un hilo cientos de plazas de concejales.  Los nuevos surtidores amenazaban con otra reducción de puestos de trabajo.  La cooperativa hizo valer su condición y frenó el ERE institucional.  Ello ha provocado que las tareas se repartan y no se cese en el cargo.  Eso sí, se intentará frenar las dietas, las comisiones, los asesores  y demás, a fin de costear menos, de ahorrar más.

Ahorrar más, esta es la consigna.  Voces disidentes, realistas, amenazadas más bien, plantean mayores sacrificios.  El Senado, la monarquía, quien sabe cuántas más instituciones podrían verse afectadas en esta época de sacrificios, y aupar entre todos la gran maquinaria que es el Estado.  Pero la maquinara está engrosada.  Son muchos años de bonanza en la que, como cualquier otra empresa familiar, los designios de los abuelos distan mucho de los nietos.   Ya no hay padres de la  Patria, sino nietos de ella.

Benedicto XVI nos ha dejado una herencia en vida.   Se retira por el bien de la Iglesia. En la disputa de intereses, los personales dejan paso al de la  colectividad.  ¿Cuántos seguirán su ejemplo?  Nadie, por supuesto.

Y a esta maquinaria ya no hay   quien  la controle.   O al menos, con la suficiente confianza para depositarle esta condición humana.  Mientras, otros adelantos tecnológicos  se adentran en beneficio nuestro. Son los mecánicos de nuestros cuerpos y los analistas de nuestro ancestro.  Y si ellos pueden,  por qué no los demás?. 
Un dirigente peca de humano.  Con sus defectos y sus aciertos. Con sus pecados y sus ansias.  Una máquina no peca a sabiendas.  No se compromete.  No cambia.  No acierta ni desacierta, sino que sigue un programa, un mecanismo, un engranaje. 

Un juez interpreta, una máquina impone.  Un gobernante decide, una máquina ya lo tiene decidido.

Me imagino un joven innovador, un I+D+I de estos, sin subvención alguna, desarrollando una máquina para que controle, dirija y organice el estado de bienestar de los humanos.  Una especie de dios menor al que rendir cuentas y como no, instruirnos en nuestros quehaceres.  Me imagino el BOE conectado a esta máquina.  Me imagino las ahora ruedas de prensa de cada viernes, transformadas en un pase en pantallas de lo remitido al Boletín del sábado.

Me imagino al juez Castro remitiendo a esta máquina todas las pruebas y declaraciones obrantes del Caso Noos,  para que ésta decida a quien se imputa y a quien se sobresee.  Me imagino,… me imagino muchas cosas futuristas, de novela, de ciencia ficción, si.  Pero la alegría se me trunca.

Me imagino también al programador, el servicio técnico de esta máquina. Sus intereses, sus presiones.  Y la duda se me presenta.

 Y mientras no pueda reproducirse por si misma, prefiero el carácter humano,  que aunque suele errar, de tanto en tanto, deja algún acierto.  Y no es que desconfíe de la máquina, no.  Desconfío del maquinista.

PUBLICADO EL 19 FEBRERO 2013, EN EL DIARIO MENORCA