Llegan
tiempos en que la solidaridad te la venden
intrínseca en el entorno. Y
cuando no te la venden, te la cobran igualmente. Uno ya no puede resistirse a ser solidario,
como no puede resistirse a comprar una participación en el sorteo del Gordo de
Navidad, y mucho menos comprarse una
pata de jamón en sustitución al pavo de antaño. Y si es de cebo de campo, mejor que serrano.
Pero
la solidaridad nos viene ya de algunas primaveras atrás. Empezamos, unos siempre más que otros, a ser solidarios cuando decidieron que entre
todos, teníamos que salvar a los banqueros del país. Y juntos, lo conseguimos. Adelgazamos en el intento, volvimos al pollo
e indultamos al cerdo, pero al final, la luz de la clarividencia iluminó el
camino bien hecho. Sobrevivimos con más
esfuerzo, sacrificio y ligeros de bolsillo, pero entendimos que el ciclo había que recorrerlo, los excesos
depurarlos, y como no, los obstáculos superarlos.
En
el receso, uno se plantea otro concepto de solidaridad. La lluvia y el viento azotan tu mente y te
acribillan con planes y atajos para tal fin.
Te acercas al supermercado y el tendero de turno te invita a comprar su
producto para que alguien con menos posibilidades pueda celebrar la
Navidad. Te pide productos tan básicos
como puedan ser el arroz, la harina, la pasta y la leche. Y es que en verdad, son la leche,
piensas. ¿Por qué no colaboran
vendiéndolo más barato? ¿Por qué no colaboran donando ellos mismos un
porcentaje de los beneficios?
Y no acaba aquí la
solidaridad, no.
Recibes un mensaje de los llamados de texto y te invitan a mandar
mensajes, whatsapps, twitters y demás nomenclátores comunicativos modernos,
bajo promesa de un abono solidario. Y vuelves a preguntarte por qué no invertirán
de sus propios beneficios sin necesidad de incitar al consumo ajeno.
Y
hay más aún. La resolución 61 de NNUU adoptó un porcentaje a la ayuda al desarrollo para los países empobrecidos
del sur. Entre todos, pobres y ricos, cubrimos esta ayuda sin posibilidad de
desgravarla ni de ser ricos. Tema aparte
y seguido, situaríamos a estos catálogos de regalos que las entidades bancarias
te ofrecen por las compras bajo el paraguas de la visa. Siempre hay alguna casilla que marcar para
destinar aquel regalo a alguna solidaridad, de las llamadas pasivas.
Y
entre tanta solidaridad, también derrocharemos compasión para con alguna
tonadillera e incluso princesa azul, envueltas en casos judiciales.
Y
es que a veces somos así, de activos.
PUBLICADO EL 18 DE DICIEMBRE DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.