TASAS JUDICIALES

El controvertido paso de Ruiz Gallardón por el Ministerio de Justicia dejó dos nombres gravados en el pórtico de acceso.  Las tasas judiciales fue el primero de ellos. Y de momento, permanecen inalterables en aquella fachada y en sus presupuestos.  El segundo, abortó su carrera de ministro y lo mandó al retiro dorado que muchos desearíamos para nosotros mismos.
Las tasas, estos dineros que tiene que sacar uno del bolsillo  para que el engranaje de  la administración se ponga en funcionamiento, tuvo un mal parto.  Un parto que dejó al recién nacido con la duda de cuál había sido el motivo de su engendramiento.  Deseado o fruto de una noche loca bajo la luna llena de julio, se repartía el dilema de aquella realidad.    
Realidad que no era otra que la de frenar el abuso que se hacía del proceso recurrente de las sentencias y como no, del incipiente aumento de demandas judiciales.  De pronto, el ciudadano de a pie,  al que le sobra mucho mes al final del sueldo, se ve obligado a confiar  cada vez más en la fiscalía, y como no,  de creerse  de que en la sentencia donde su juez predeterminado le puso fallo, no falló.
No obstante, la realidad nos demuestra que a veces, muchas veces, decisiones mal tomadas como éstas, no hacen sino crear injusticia si aquel engranaje, aquel movimiento mecánico, no rueda a la perfección.  Y no por necesario, sino por tomar el camino menos apropiado.  La póliza de antaño se había hecho adulta. Y no por ello, polizón.
Y el camino podía haber sido otro.  Recaudando lo mismo, sí, pero que el peso de la recaudación recayera sobre el bolsillo del malvado infractor.
Estas mismas tasas podrían cobrarse en concepto de costas judiciales y abonarlas quien resultara responsable del acto denunciado en sí.  O a medias con el titular que falló con una interpretación no adecuada a derecho, en caso recurrente.
 Cuando un recurso se gana, podemos decir que se vence una injusticia.  Cuando un fallo judicial se recurre al órgano superior y se falla a favor del recurrente, vuelve a ganar la justicia.  Y no vale ampararse en la interpretación de un juez.  Ni en la de un fiscal.
Y para terminar por hoy, dos preguntas envenenadas. ¿Llegará el día en que cualquier interpretación judicial sea colegiada y unánime? ¿Por qué siempre le queda a uno el mal sabor de boca,  de que las interpretaciones judiciales favorecen más al delincuente que a la propia víctima? 
Y eso, que normalmente no solemos pleitear contra políticos televisivos ni banqueros opacos.

 Que si no….

PUBLICADO EL 4 DICIEMBRE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.