Tocan
fechas en que los dineros trasvasan bolsillos, las tarjetas adelgazan de banda
magnética y las cajas abren y cierran lengüetas como si fueran unos carruseles
de feria.
En
la cola de una empresa de envío de paquetería, una mujer entrega una caja
conteniendo diversos regalos para cruzar los charcos existentes hasta su
destino. El territorio ultramarino cae
lejos. El precio del envío supera con
creces el de los productos habidos en su interior. Vuelta atrás.
No por el precio, sino porque el paquete no está perfectamente embalado.
Volverá
otro día, sí. Con otra caja, sin
propaganda en el exterior y debidamente cerrada. Su nieto esperará con ansias aquel regalo de
reyes proveniente de nuestras islas lejanas.
Lo que nunca sabrá aquel nieto es que aquel envío les costó a sus
abuelos mucho más que el coste de los
juguetes con los que se divierte cada instante.
Y a eso se llama romanticismo. La abuela en cuestión podría haber enviado un
giro postal con la suma de ambos costes, y en destino haber comprado más
cantidad de regalos, pero no. No porque
no sería lo mismo. Como tampoco es lo
mismo el envío de whatsapp para felicitar la Navidad. La tradición manda la visita domiciliaria, y
en su defecto, el envío de la tarjeta de felicitación, con sobre y por correo.
Y el romanticismo tiene precio. El del sobre, el de la foto impresa, el sello
postal o el envío por mensajería. Sin el
romanticismo sería como si en el “amigo
invisible”, en el interior del envoltorio encontraras el dinero para que uno eligiera a su antojo su obsequio
preferido.
Pero el
romanticismo no lo es todo. También
pierde fuelle y lo que aumenta el precio es el trasvase de este charco que cada
vez nos separa de las otras tierras. Si
por intereses de algunos, ahora somos
más españoles que polacos, ahora, el acercarnos a las tierras peninsulares
sigue estando por las nubes, aun viajando por mar.
El viaje a la península aún es excusa para disfrutar en
las Navidades, en Semana Santa y en verano.
Son viajes que no dañan la economía insular, aunque tampoco la
engordan. Y aquí el romanticismo vuelve
a cargarse las economías domésticas. La fidelidad comercial se asemeja a la que
uno mantenga con la entidad de su cuenta bancaria. La disponibilidad de saldo, marca el paso.
Ya
son menos quienes viajan en busca de compras impulsivas. Internet, Online, son términos que abaratan
costes y no digamos el del transporte de la mercancía. Y es que el romanticismo se vuelve
internauta.
Bon Any!
PUBLICADO EL 26 DE DICIEMBRE DE 2014, EN EL DIARIO MENORCA.