CARNAVAL

Hace unos años hubiera empezado el escrito diciendo que se acercan días en que todos nos quitamos el disfraz para representar lo que realmente somos.  A día de hoy, retrocederé sobre mis pasos y rectificaré mi posicionamiento anterior.  Ningún cambio se observará de un periodo a otro.  Y para no cambiar, no cambiará siquiera en periodo electoral, sino todo lo contrario.
Las posiciones se afianzan y los rostros son los mismos.  El maquillaje ya no es un valor añadido, ni está en los preparativos de la boda.  Tocado techo, ahora sólo falta que éste no se derrumbe sobre sus cabezas.  Y sobre las nuestras, sobre todo.  O al menos, que aguante, apuntalado si cabe,  hasta la próxima contienda electoral, que tras la visita de rigor de los peritos,  derrumbará, apuntalará o dará por bueno el sistema que durante años,  hemos dado por bueno.  O al menos, el  menos malo.
Porque si hubo un tiempo en que se protegía a los malos, cuando eran más que los buenos, ahora no dista mucho.  Ni los salvadores de patrias se libran,  tampoco.  ¿Cómo justifica  un pobre la tenencia supuesta de saldos millonarios en cuentas bancarias?  Y además, pecando de confiado. O de incauto.  ¿Acaso no se conocen por aquellos lares  la baldosa movediza o el colchón agujereado?
            Más que carnavales y disfraces, damos un espectáculo a lo circense. Teatral, vamos. De película, pero de ciencia ficción.  Pero no, mejor payasos.  Y de los malos, que no arrancan una sonrisa ni que se le explote el merengue  en plena cara.
            Los niños, quienes esta mañana y tarde invadirán las calles de nuestras ciudades, serán los únicos que, inocentemente, mantendrán viva aquella tradición.  Los mayores, disfrazados de frailes y monjas, policías, ladrones, presos, moros, cristianos, prostitutas y algún que otro travestido,  dudarán si están viviendo una realidad o una ficción.  Y no digamos si, entre ellos, van aspirantes  y asimilados de banqueros y defraudadores.
            Faltarán eso sí,  quienes vayan disfrazados de jueces y fiscales.  No sea, que alguien se ponga nervioso  y cunda el pánico. Y de políticos, pocos, muy pocos, no sea que ambos choquen y salte la chispa.
            Y la pandereta y la barretina, la tonadillera sin bragas y los Big Brother Vips tendrán su puesto, si no en el carnaval, al menos en la audiencia televisiva.  Y en las fallas valencianas.
            Allí, al menos, en aquel San José valenciano, el fuego purificador de antaño, hace justicia. Y lo reduce a cenizas.

            Lástima, que algunos muchos, parecen ser como el Ave Fénix.

PUBLICADO EL 12 DE FEBRERO DE 2015 EN EL DIARIO MENORCA.