OCTOGENARI@S.

La semana pasada Es Diari se hacía eco en la sección de sucesos de una presunta estafa  millonaria –para quienes aún pensamos en pesetas- de la que años atrás había sido víctima  una menorquina y que en teoría hoy debería juzgarse.  John Kenneth Galbraith, economista estadounidense  dijo en su momento que “para manipular eficazmente a la gene, es necesario hacer creer a todos que nadie les manipula”.  Ahora bien, cuando la manipulación es individual, puerta a puerta, teléfono a teléfono, la cosa cambia.
El estado anímico, la soledad, la economía, la edad, el género, todo ello influye.   Y la confianza y el buen hacer del presunto manipulador, también.  La universidad del día a día nos enseña que no importa ser banquero ni político para engañar al prójimo.  Eso sí, a diferente escala y a un número reducido. 
Los bares, las ágoras actuales, son puntos de encuentro donde los universitarios de calle aprenden la historia diaria no escrita.  El pupitre de la esquina perdida, suele ser el mejor punto de observación.  Y de audición.  Y la hora, la del desayuno de las nueve treinta.
La última buena pesca auditiva fue del marujeo entre dos menorquinas de adopción.  La víctima, una octogenaria  a la que la del pelo moreno teñido, le limpiaba la casa.  Las dotes de la limpiadora: labia, intoxicación y perseverancia.  Y familiar político, para más inri.
Todo empezó, se deduce, cuando el hijo de la octogenaria se echó novia.  Aquello fue una amenaza latente para las siempre sobrinas nietas, que a la postre eran hijas de la limpiadora.  La estrategia, aunque bien estudiada, duró poco.  La herencia no real se alejaba aún más de la ignorancia de aquella vividora.
El ataque continuo hacia la novia del hijo, no llegó a cuajar y acabó en boda y con nietos.  La batalla subió de rango.  Fue la invasión en primera línea fotográfica  de las de sobrinos ya bisnietos y el ataque sistemático a la otra parte contratante.  Ni eso.
La tercera fase coincide que la casa, más antigua que la octogenaria y con huerto, necesita continuos retoques de los pequeños achaques que le van apareciendo al paso de las estaciones.  Una legión de carpinteros-jardineros-albañiles salen del árbol genealógico de aquella sirvienta para todo.  Hijas y yernos en paro no dudarían en pasar factura en black y así ir tapando agujeros.
Y ahora, la intoxicación familiar.  La octogenaria resiste. Y es que el género hace mucho.  Si el octogenario hubiera sido hombre, con una mano, lo tenía suyo.

O estaba ya en la calle.

PUBLICADO EL 7 DE MAYO DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.