Los
tiempos marcan términos nuevos. Uno ya
no sabe si es una perversión del lenguaje o simplemente que evoluciona. Como el
acento del pronombre que ahora es falta ortográfica y antes todo lo contrario.
Ahora no es lo mismo pertenecer a la casta que ser casto, al menos eso puede
nos dijera el Pablo nuestro de cada día.
Tampoco
en el pasado fueron sinónimos los términos casta y castidad. ¡Ni el clero se libra de ello! Lo cierto es que referirnos a
la pureza, ya no vende. O al menos ya no
se practica. Y en política, menos.
Y
la culpa de todo es de internet, de los medios, y de los corruptores del
lenguaje que no hacen más que compartir noticias; eso sí, siempre que identifiquemos
al mensajero como culpable de lo que ocurre a nuestros pobres salvadores de
patrias.
Si
el Gobierno nos anuncia que nos baja la factura de electricidad, ya va alguien
y nos dice que en febrero nos la vuelven a subir. Si nuestro JoseRa anuncia que estará a las
dura y a las maduras, alguien nos lo recuerda hasta en la sopa cuando prestará
servicio en el Senado. Si el laureado
Pablo por cuestiones de movilidad geográfica y compatibilidad con el voto pide
retrasar unos minutos (sesenta más o menos) su viaje de vuelta, ya se le tilda
de prepotencia hacia el resto de ciudadanos.
Y
no digamos de Colau que se duplica el sueldo prometido. Eso sí, para donar la
mitad. Ya habrá quien malinterpretará
esta donación por aquello de ser una
maniobra fiscal o simplemente un gasto añadido a las arcas al cotizar a la SS
por la totalidad.
En
el fondo de la cuestión prevalece el personalismo, la figura del titular que
quiere y necesita figurar. Ser primera
persona del singular, dirían algunos otros.
Como las primarias que unos rechazan y otros quieren nombrar a dedo.
¿Qué diferencia hay entre los unos y los otros? Al final, todo es un dictado.
Dicen
los profesionales de los affaires de alto nivel que la máxima con la que deben
trabajar es “la necesidad de saber”, que viene a decir que “si hay algo que no necesitas saber para
desempeñar tu trabajo, es más prudente y pragmático no saberlo. Cargarte de
información confidencial innecesariamente es complicarte la vida”.
Tal
vez, si alguien no hubiera introducido el término casta en su propaganda, este
escrito no existiría. Si no lo hubieran
alzado a los altares, tampoco ahora
sería criticado. Y si no fuéramos tan
curiosos, no habría enfados, la hipertensión controlada y la salud, no se
resentiría.
La
culpa, al final, de los medios.
Y
de la castidad.
PUBLICADO EL 16 DE JULIO DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.