Hace unas semanas
descubrí a un lector. Tras la
experiencia, me vino a la memoria aquellos tiempos en que se pasaba lista a los
asiduos lectores. No solían pasar de los
treinta –en el mejor de los casos-, pero eran fieles a la lectura. Muchas veces te comentaban vagamente algún
artículo ya pasado, y en muchas ocasiones tenías que salvar la cara de
circunstancia al ya no acordarte del escrito referido.
Me suele pasar con
frecuencia. No sé si debido a mi cada vez mayor despiste para el recuerdo o si
a mi condición de tránsfuga en cuanto al tema de opinión.
Siempre he comentado
que en un juicio disfrutaría haciendo el papel de abogado y de fiscal. En el tema de la opinión, me pasa lo mismo.
Poder defender una posición, un argumento, es fácil. Y contrariarlo, también. En este último caso pero, el juez ya no es
una persona con toga, sino el
lector. Y los veredictos, tantos como lectores.
Y el lector al que me
refiero se remonta a los tiempos de Federico. Se me presentó en plena calle una
tarde de agosto. Me detuvo disculpándose
para preguntarme si era quien él pensaba.
Tras la respuesta afirmativa, me preguntó por ese mismo Federico y tras
algunas frases de cortesía nos despedimos.
No estoy acostumbrado a
estas relaciones sociales y tal vez por eso –o porque soy así de antipático,
quien sabe- la imagen suele quedar sosa.
Pero me alegró.
Don Federico –que con
el tiempo perdió su don-, tuvo un precursor que fue fusilado al amanecer. Se llamaba don Leandro. De vida efímera, don
Leandro alcanzó fama en poco tiempo –eso sí, en un reducido ambiente- y por eso
mismo, por la fama, fue aniquilado.
Federico, recibió el testigo por consenso y resistió el embate acompañado de su siempre Mô. Logró superar
aquellas crisis internas y se hizo un
sitio entre la treintena de lectores, hasta que un día tuvo que desaparecer por causas naturales.
Pasados los años,
encontrarte con un antiguo lector que no tenías contabilizado te alegra. Pero
este encuentro te vuelve nostálgico. Repasas tu hemeroteca personal y comparas
la primera foto que acompañó tus primeros
escritos ¡y de eso ya hace veinte años!, con la vista que te ofrece el espejo
cada mañana. Toda coincidencia es pura casualidad.
Vuelves a las causas y
motivos de tu primer escrito. Recuerdas aquella injusticia profesional y
rastrera, y reconoces el papel
psicológico que te proporcionó Es Diari y la terapia de grupo que significaron
aquellos lectores.
Y agradeces el papel de
ambos en el renacer tuyo.
Gracias.
PUBLICADO EL 17 DE SEPTIEMBRE DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.