Por mucho que uno intente
resetearse, no logra el objetivo. Uno
intenta con todos los medios habidos y conocidos, adaptarse –ya no comprender ni entender- y no lo logra.
Uno está chapado a la antigua, sí, no lo niego, pero no hay corriente, no hay orilla, no hay
líquido acuoso…, no hay nada, en la que nadar a contracorriente. O a favor de ella. O de dejarse llevar.
Y puedo adaptarme a muchas nuevas facetas a las que, el futuro
–éste que Pedro Sánchez prometió para la mayoría- nos deparará. Puedo entender y asimilar que nada será como
antes. Que las leyes serán más laxas,
que todos tendremos derecho a todo, que
la sanidad será gratuita y universal, que la educación otro que tanto, que la
policía ya no podrá reprimir altercados callejeros, que la calle
definitivamente será nuestra y no solo de Fraga, que las viviendas se expropiarán y se
regalarán a quienes no tengan, que entre todos pagaremos los caprichos de los
demás, que las cárceles se vaciarán, y
así un largo etcétera.
Puedo adaptarme a que las mayorías -entendidas éstas como la mitad más
uno- puedan decidir por mi jubilación, por
mi trabajo e incluso mi futuro y el de mi familia. Y eso no es nada nuevo. Así ha sido siempre, manden unos, manden
otros, o manden un popurrí.
Incluso puedo adaptarme a ver
unos reyes magos vestidos con cortinas de cuarto de baño. Y por qué no, ver a gente en calzoncillos y
tangas en el metro. O que quiten las
lápidas que recuerden los asesinatos y violaciones de monjas durante la guerra
civil. Al fin y al cabo, la ley de
memoria histórica está votada y ejecutada por mayoría.
Pero a lo que me va a costar adaptarme va a ser a
que, con estas llamadas mayorías, se programen actuaciones infantiles en las
que se haga apología terrorista y se incite a la violencia. Y más me va a costar, entender que una
alcaldesa como la de Barcelona, defienda
la libertad de estos presuntos apologistas.
Sin duda, si la mayoría es
morada, deberé adaptarme a este futuro, so pena de ser destinado a un destierro
societal – o a Venezuela o a Irán-, pero
seguiré sin entender la necesidad de vivir en una provocación continua.
Uno entendía que la provocación era el arma con
la que actuaba el indefenso, el minoritario, el discriminado. El falto de razón o falto de apoyo. Ahora, cuando la mayoría acaricia nuevas
formas de vida, la provocación sigue guiando sus formas. Ya no es el indefenso quien asume el nuevo
rol, simplemente es el rol del provocador
quien ha hecho futuro.
PUBLICADO EL 11 DE FEBRERO DE 2016, EN EL DIARIO MENORCA.