El aburrimiento es mala compañera, y esto no sólo lo digo yo, sino que también está estudiado. Podríamos referirnos a estudios sicológicos y no nos asombraríamos demasiado de los resultados. O al menos eso quiere uno creer.
Supongamos un día cualquiera. El de los inocentes de España , por ejemplo. -que en nuestra tierra ya nos encargamos de celebrarlo en abril-. Costa de sa Plaça de Mô. Nueve horas treinta minutos de la mañana. Me cruzo –me cruzan- con una pareja-matrimonio o similar. Rondan los cincuenta años cada uno, que sumados darían los cien. A él las baldosas ya le han parado suficientes melenas y demás neuronas craneales. No habla no contesta y camina en un segundo plano. Ella, castellano parlante, domina bastante el léxico -sobre todo el insulto barato y fácil- o al menos eso aparenta. Ha adelantado al último – eso pondría los pelos de punta a cualquiera en un problema de lógica - y se queda en primer lugar.
En aquel momento del cruce, sin choque ni nada que se le parezca, sin conflicto diplomático existente, sin un ¿Por qué no te callas?, sólo un corte por la tangente, oigo un rumor, un comentario, un insulto suelto. “Gili y puntos suspensivos”, y como un eco a su alrededor. “Gili…, gili…., gili “y más puntos suspensivos. Por un momento, el hombre que la acompaña pierde su mutismo, aunque eso si, con voz más acallada, como la de un tímido que pretende entrar en contacto con la sociedad que le asusta, asiente añadiendo en un menorquín arcaico y mal aprendido “amb es cap davall s’aigo…”.
Mi paso adelantó al de los suyos, y ni la voz de ella ni la de él volvieron a superar los decibelios que necesitaba mi oído para seguir aquella conversación ajena –o al menos esto pensé-. Así las cosas y a falta de información directa que ocupara mi curiosidad, no tuve otro remedio que buscarme otro entretenimiento. ¿Qué debía ocurrir en las mentes de aquellos singulares personajes? ¿Deberían estar discutiendo entre ambos? ¿Se daban ánimos mutuamente para atacar a un tercero?¿Sería yo aquel tercero en discordia?. Intenté despejar las incógnitas mientras avanzaba por Ses Moreres .
La víctima de aquel entuerto no podía ser un servidor, ya que metros atrás ya me los había cruzado y no habían abierto boca alguna. Por tanto, descartada la principal causa de preocupación, se supone que debía ser alguna otra la razón de marras. O no había tal razón. O tal vez, siguiendo sin razón, se animaron por el camino, y premeditadamente y a la luz del día, sin nocturnidad que agravara su actuación ni favoreciera su anonimato, prepararon aquella teatral puesta en escena?.
¿Qué les habría sucedido durante el corto espacio de tiempo y distancia métrica desde un primer cruce y el segundo? ¿Sería algún reclamo publicitario? ¿Sería alguna cámara oculta ? Y además en el día de los inocentes. Y eso que nos lo quieren quitar por aquello de que alguien, dos mil y tantos años después, deduce que no existieron. Tal vez no existieron, tal vez sólo se equivocaron de fecha, pero lo que es hoy en día, no digamos. Creamos la imagen del inocente a gusto y conciencia. Y por aquello de los infantes, se lo adjudicamos a los críos, eso sí, con cariño. Y si no, sólo falta verles las faces a la espera de la llegada del Papa Noel, de los Reyes Magos, de los regalos, y de todo el entramado adjunto.
Pero no, cámara oculta no aparece por ningún lado. ¿Irían acaso bajo influencia de las bebidas espiritosas? No sabe no contesta. Efectivamente se les nota algo rojizos, que no rojillos, pero bueno, mejor con el “no sabe no contesta”.
El espíritu navideño nos acompaña y para celebrarlo quería ayudar a esta pareja en cuestión, pero temía una posible reacción violenta por parte de ellos. ¿Quiénes serán? ¿Qué intenciones tenían?. Una cosa tenía clara; eran de aquí. La forma como llevaba el pitillo denotaba que el marido-compañero trabajaba en manualidades. Su paso denotaba un carácter pausado, sin empuje, por lo que el tema de la violencia física quedaba descartada, y por ende, acentuaba la violencia verbal Su timidez y su siempre supuesta violencia verbal intuían un claro signo de manipulación comunicativa, embustero, vamos. Su compañera en cambio, con su paso acelerado, su rostro con la mirada fija y su lenguaje viperino ganaba enteros en un carácter más inseguro, más arriesgado. ¡Aquello era un cóctel explosivo!, pensé.
Al llegar a la altura del Cos, vi la imagen de los tres reyes magos subiendo por el balcón de un edificio, al mismísimo estilo del Papa Noel. Y es que la competencia arrasa incluso con el tema de la magia de estos días. Y aquellos reyes subiendo el balcón me implicaron en el tema. No podía pasar por alto aquel desaguisado. Así que, armándome de valor, el corazón palpitando y la hipertensión por las nubes, me dirigí a ambos. Y sin mediar tiempo les pregunté por lo ocurrido. Lo súbito de mi reacción los dejó sin defensa alguna y su “yo” íntimo quedó desarmado. Ambos se miraron, cambiaron la agresividad inducida por un sentimiento de tristeza, “es que estamos aburridos”, contestaron casi al unísono. Les recordé que debían tener familia a la que visitar, cuidar, ayudar. Que debían tener familia y amistades con las que “desaburrirse”. Me miraron incrédulos, como si yo no conociera su verdadera situación familiar. “Estamos solos, muy solos. Nadie nos quiere.” , fue su segunda contestación.
No era hora de reproches, ni de sermones poco acertados. Era hora de la esperanza, del espíritu navideño. Así que les indiqué que fueran rápidos a solventar el problema, que escribieran una carta a su corazón, que tal vez, aquella noche mágica del 5 de enero, aquellos maduros ya personajes llenos de envidia y de egoísmo podrían transformarse en personas más solidarias. Y así, aprenderían que en la solidaridad, nunca estarán solos. Y tampoco, aburridos. ¡Hay mucho que hacer!.
Supongamos un día cualquiera. El de los inocentes de España , por ejemplo. -que en nuestra tierra ya nos encargamos de celebrarlo en abril-. Costa de sa Plaça de Mô. Nueve horas treinta minutos de la mañana. Me cruzo –me cruzan- con una pareja-matrimonio o similar. Rondan los cincuenta años cada uno, que sumados darían los cien. A él las baldosas ya le han parado suficientes melenas y demás neuronas craneales. No habla no contesta y camina en un segundo plano. Ella, castellano parlante, domina bastante el léxico -sobre todo el insulto barato y fácil- o al menos eso aparenta. Ha adelantado al último – eso pondría los pelos de punta a cualquiera en un problema de lógica - y se queda en primer lugar.
En aquel momento del cruce, sin choque ni nada que se le parezca, sin conflicto diplomático existente, sin un ¿Por qué no te callas?, sólo un corte por la tangente, oigo un rumor, un comentario, un insulto suelto. “Gili y puntos suspensivos”, y como un eco a su alrededor. “Gili…, gili…., gili “y más puntos suspensivos. Por un momento, el hombre que la acompaña pierde su mutismo, aunque eso si, con voz más acallada, como la de un tímido que pretende entrar en contacto con la sociedad que le asusta, asiente añadiendo en un menorquín arcaico y mal aprendido “amb es cap davall s’aigo…”.
Mi paso adelantó al de los suyos, y ni la voz de ella ni la de él volvieron a superar los decibelios que necesitaba mi oído para seguir aquella conversación ajena –o al menos esto pensé-. Así las cosas y a falta de información directa que ocupara mi curiosidad, no tuve otro remedio que buscarme otro entretenimiento. ¿Qué debía ocurrir en las mentes de aquellos singulares personajes? ¿Deberían estar discutiendo entre ambos? ¿Se daban ánimos mutuamente para atacar a un tercero?¿Sería yo aquel tercero en discordia?. Intenté despejar las incógnitas mientras avanzaba por Ses Moreres .
La víctima de aquel entuerto no podía ser un servidor, ya que metros atrás ya me los había cruzado y no habían abierto boca alguna. Por tanto, descartada la principal causa de preocupación, se supone que debía ser alguna otra la razón de marras. O no había tal razón. O tal vez, siguiendo sin razón, se animaron por el camino, y premeditadamente y a la luz del día, sin nocturnidad que agravara su actuación ni favoreciera su anonimato, prepararon aquella teatral puesta en escena?.
¿Qué les habría sucedido durante el corto espacio de tiempo y distancia métrica desde un primer cruce y el segundo? ¿Sería algún reclamo publicitario? ¿Sería alguna cámara oculta ? Y además en el día de los inocentes. Y eso que nos lo quieren quitar por aquello de que alguien, dos mil y tantos años después, deduce que no existieron. Tal vez no existieron, tal vez sólo se equivocaron de fecha, pero lo que es hoy en día, no digamos. Creamos la imagen del inocente a gusto y conciencia. Y por aquello de los infantes, se lo adjudicamos a los críos, eso sí, con cariño. Y si no, sólo falta verles las faces a la espera de la llegada del Papa Noel, de los Reyes Magos, de los regalos, y de todo el entramado adjunto.
Pero no, cámara oculta no aparece por ningún lado. ¿Irían acaso bajo influencia de las bebidas espiritosas? No sabe no contesta. Efectivamente se les nota algo rojizos, que no rojillos, pero bueno, mejor con el “no sabe no contesta”.
El espíritu navideño nos acompaña y para celebrarlo quería ayudar a esta pareja en cuestión, pero temía una posible reacción violenta por parte de ellos. ¿Quiénes serán? ¿Qué intenciones tenían?. Una cosa tenía clara; eran de aquí. La forma como llevaba el pitillo denotaba que el marido-compañero trabajaba en manualidades. Su paso denotaba un carácter pausado, sin empuje, por lo que el tema de la violencia física quedaba descartada, y por ende, acentuaba la violencia verbal Su timidez y su siempre supuesta violencia verbal intuían un claro signo de manipulación comunicativa, embustero, vamos. Su compañera en cambio, con su paso acelerado, su rostro con la mirada fija y su lenguaje viperino ganaba enteros en un carácter más inseguro, más arriesgado. ¡Aquello era un cóctel explosivo!, pensé.
Al llegar a la altura del Cos, vi la imagen de los tres reyes magos subiendo por el balcón de un edificio, al mismísimo estilo del Papa Noel. Y es que la competencia arrasa incluso con el tema de la magia de estos días. Y aquellos reyes subiendo el balcón me implicaron en el tema. No podía pasar por alto aquel desaguisado. Así que, armándome de valor, el corazón palpitando y la hipertensión por las nubes, me dirigí a ambos. Y sin mediar tiempo les pregunté por lo ocurrido. Lo súbito de mi reacción los dejó sin defensa alguna y su “yo” íntimo quedó desarmado. Ambos se miraron, cambiaron la agresividad inducida por un sentimiento de tristeza, “es que estamos aburridos”, contestaron casi al unísono. Les recordé que debían tener familia a la que visitar, cuidar, ayudar. Que debían tener familia y amistades con las que “desaburrirse”. Me miraron incrédulos, como si yo no conociera su verdadera situación familiar. “Estamos solos, muy solos. Nadie nos quiere.” , fue su segunda contestación.
No era hora de reproches, ni de sermones poco acertados. Era hora de la esperanza, del espíritu navideño. Así que les indiqué que fueran rápidos a solventar el problema, que escribieran una carta a su corazón, que tal vez, aquella noche mágica del 5 de enero, aquellos maduros ya personajes llenos de envidia y de egoísmo podrían transformarse en personas más solidarias. Y así, aprenderían que en la solidaridad, nunca estarán solos. Y tampoco, aburridos. ¡Hay mucho que hacer!.
PUBLICADO EL 4 ENERO 2008, EN EL DIARIO MENORCA.