HABLANDO DE TURISMO SOSTENIBLE….

Carretera general, tráfico relajado aquella mañana sabatina. Observas como los vehículos que te preceden, a su paso por Es Mercadal reducen velocidad y no superan el medio centenar. ¿Estará ya en funcionamiento el artilugio? Poco importa. Aquella señal indicadora es suficiente para que por unos instantes, la responsabilidad retorne en las personalidades de aquellos conductores. ¡Y es que funcionamos a toque de castigo!.

Pero el destino va más allá. La meta se llama Ciutadella. Allí va uno y allí ¡sorpresa!, se encuentra Federico. Me comenta que aquella mañana va a probar suerte. Se presenta al examen para la obtención del certificado del nivel B de catalán, que realiza la Junta Evaluadora, y allí está, haciendo tiempo previo, para “probar suerte” como él dice. Le pregunto por Mô y me comenta que ambos han llegado en el primer servicio de línea interurbana de la mañana. Se me queja de los pocos servicios que se realizan durante los fines de semana y festivos. Y es más, lo equipara a la polémica de los vuelos interislas y con los que cruzan el charco. ¡Y luego quieren que se use el transporte público!.

Pero para Federico aquello era lo de menos. Lo importante es que estaban allí, y que Mô estaba ganando enteros por la zona de Ponent. En aquellos momentos Mô debía encontrarse reunida con representantes de las entidades y administraciones que toman parte en la financiación del nuevo dique de Ciutadella. Y si reunir a tanta administración junta ya era difícil, más lo debía ser ponerlos de acuerdo en el motivo de la misma. ¡Y si la propuesta venía de la parte de Llevant, no digamos!.

Se barajaban varios nombres. Mô lo tenía claro y así lo dijo abiertamente –y eso que jugaba en terreno contrario-. Se llamará “Nura”, guste o no guste. Su voto no era vinculante ni muchos menos, pero el nombre pesaba. Y Mô lo sabía. Intentaba llevar a su juego aquella sensibilidad y el patriotismo de un pueblo que aún se sentía menorquín, sin ingerencias, con los genes bien puestos. Y la equidad entre ambas ciudades, también pesaba. A pesar de ello, el tema quedó sobre la mesa. Parecía que si se alargaba en el tiempo, aquella realidad sería mejor apreciada.

Y había más. Luego del nombre vendrían las dimensiones. Mô también lo tenía muy claro, ni una de más, ni la otra de menos. Si querían una “sirenita” en el puerto de Ciutadella, a imagen y semejanza que la de Mahón-Mahó-Maó, vale, pero una no tenía que ser más que la otra. Y la tozudez se imponía. Mô y Nura serían como hermanas gemelas, como paridas de la misma madre naturaleza, aunque el parto se hiciera en dos etapas bien distintas. Poco importaba, pero. El proyecto estaba ya lanzado y la discusión sobre la mesa. Otras reuniones posteriores acabarían por llevar a buen puerto, nunca mejor dicho, aquel proyecto embrionario.

Y de quedar el tema sobre la mesa, a la mesa de los comensales. Federico había terminado su acto presencial y a pesar de que su examinador había tartamudeado en el dictado y no digamos en el tema de la comprensión lectora con tanto tiburón y sus hileras de dientes, pasaba hoja y empezaba su marcha atrás en el reloj de dos meses para conocer los resultados de aptitud. Mientras, en tiempo real, en aquel día soleado de febrero, su preocupación era la búsqueda de un restaurante donde, tranquilamente, degustar de una comida , sin el reloj ni las prisas cotidianas.

Pero no todo sale como uno quiere, seguía Federico pensando para sí. Cerrado por vacaciones, por descanso del personal o por reformas. Ésta era la realidad con la que se encontró Federico y Mô. Ésta es la realidad con la que se encuentra el turismo que rompe moldes y se atreve a venir a Menorca en invierno. ¿Hacemos llegar primero al turismo para que abran los restaurantes o abrimos primero para no defraudarlos? Me decanto por la segunda opción, está claro. Primero hay que ofrecer salidas, luego hacer que éstas se rentabilicen. Luego ya vendrán los comentarios de Rajoy y la controversia de Zapatero. Pero tanto da, tanto el empresario como el turista sabe lo que quiere. Y el político, al fin y al cabo, suele acabar haciendo lo que el técnico le susurra. Y si no, tiempo al tiempo.

Y a esas que estaba Federico, cuando le susurro desde lejos, como aquel suspiro que le llegó al pastorcillo del “Alquimista”, de que Fátima le reclamaba. La solución estaba en esta misma Menorca, en el mismísimo centro de la isla, junto a unos metros de aquel artilugio que obligaba a las conciencias de los conductores a moderar la velocidad y aplaudir aquel llamamiento de vida. Aquella solución se llamaba Ca n’Aguedet, con aquellos platos típicos menorquines, sin tener que escaparnos a otras culturas ni a otras latitudes. Aquel arros de la terra de nuestros padres y abuelos, aquellos calamars farcits, aquellas albergínies amb gambes, la parrillada de pescado, y un largo etcétera que siempre deleitan el paladar. Y sobre todo, sin cierres, sin vacaciones y con un siempre “hasta la próxima” entre ambos sujetos intervinientes de la oración.

A pesar de que conocía la fama de dicho restaurante desde hace años, la primera vez que acudí fue hace ya años, en una de las comidas de Navidad de Es Diari. Aquella primera ocasión sirvió de excusa para que poco tiempo después, me acercara con Paula a degustar aquellos platos. Siguió otra comida navideña de Es Diari, para servir de nuevas excusas y más acercamientos a dicho restaurante. Poco a poco, aquellos entrañables restauradores, con Aguedet a la cabeza, franqueada por Crispín y Miguel, y todo el equipo humano que da continuidad a aquella tradición, hacen que uno se sienta en su propia casa, en sus propias tradiciones, en su propia Menorca, sin destruirla ni explotarla. Y todos los que propugnan un turismo sostenido, una vida sostenible, debería inspirarse y acercarse, como no, a empresarios, a restauradores como los que encontrarán en Ca n’Aguedet. Allí simplemente, el calamar sabe a calamar, el mero a mero, y así de fácil y con el exquisito trato personal, es como se gana un cliente.

Y no quisimos irnos, sin llevarnos un recuerdo. Un recuerdo que llevar y una promesa que dejamos. Nos llevamos la fotografía con n’Aguedet, y prometimos volver. Más que una promesa, es un placer. No es un compromiso, como dirían algunos políticos, es una realidad. Y como prueba, un botón.

Gracies per tot i per molts d’ayns.


P.D. Muy por seguro, la próxima ocasión no iremos solos. Federico y Mô ya se han apuntado. ¿Se apuntará también Nura?.

PUBLICADO EL 12 FEBRERO 2008, EN EL DIARIO MENORCA