SEMANA GRANDE MA-H-ONESA

Ya han empezado. Son días de fiesta y de ilusión. Son días previos al inicio del nuevo curso escolar, y son días tras el adiós a las vacaciones. Son, estos días, que se esperan tras un año de ausencia, y si bien, no las empezamos el día después, no por ello son anheladas con menor entusiasmo.

Semana grande que año tras año aumenta su vigencia, su puesta en escena. Si en los años mozos de uno, las fiestas iniciaban su singladura aquel sábado de fiestas, con los disparos de morteretes y la salida de los antes llamados cabezudos, poco a poco se han ido antecediéndose festejos que motivan su adelanto. Así, durante unos años se ganó la fecha del viernes de las fiestas con la celebración de pregón. Se decía pues, que aquel seis de setiembre, Mô iniciaba sus fiestas patronales.

Pero no. A los mahoneses no nos bastaban cuatro días de fiesta, teniendo en cuenta además, que las fechas del seis y del nueve sólo ocupan parte de la tarde, dejándonos la mañana para bien prepararla, en el primero, y para reponer fuerzas en el segundo.

Así las cosas, el sábado anterior descubrimos las fiestas, las cenas de barriada y calle. Barriada, calle, negocio y bar, pero que en su intento logran que aquel desconocimiento vecinal durante el resto del año, por unos días, logre el conocimiento de quien es la vecindad. Era, como un intento desesperado a recordar aquellos años en que se hacía grupos en las aceras, en los portales de las viviendas, bajo aquella pequeña y pobre luminaria. Ahora, iluminado en demasía, aquellos bloques de pisos se reunían y tomaban la calle, y fraternizaban. Sobre todo fraternizar. Conocer al vecino, al comerciante, al trabajador de la barriada, puede favorecer la interrelación social, el entendimiento, limar asperezas, y mejorar el conocimiento mutuo.

Y la romería a la Virgen. Devotos, “simpatizantes” y curiosos. Todos juntos en unión. Y la prueba es que la Virgen sigue siendo la protagonista de unas fiestas. Unas fiestas que en un mal momento estuvieron incluso amenazadas con perder su nombre. Pero, la cordura de unos, la rectificación y el frenazo de otros, y sin duda, el apoyo de la ciudadanía en la devoción hacia la Virgen, y por qué no, la intervención férrea y siempre presente de los que podían y debían velar por aquella tradición de años, hizo que la cordura imperase y que las fiestas volvieran a ser las de siempre, la que se celebran en honor a nuestra Virgen, a nuestra patrona, a la Mare de Déu de Gracia.

Pasó el tiempo y se añadieron otros eventos. Las fiestas del triangle comercial del Camí des Castell-Principe y la bajada de los “gigantes oficiales” hacia el Ayuntamiento configuraron un nuevo ambiente al programa festivo. Este año, Mimo y los gigantes de Llucmaçanes y los del Inserso, han tenido compañía. Se ha presentado en sociedad Yurca, Yurca es el gigante del Camí des Castell. Yurca es también un personaje digno de ser distinguido con medalla de la ciudad. Méritos los tiene todos, y sin ayuda. Y no es de ahora, no. En mi infancia, ya estaba organizando los primeros juegos infantiles en las fiestas de Mestre Jaume en Es Grau. Y no ha parado. Los jóvenes, los niños, son su destino. Y sus vecinos, también. Para ellos siempre está dispuesto, disponible forzoso. No hay fiesta que no esté organizada, vigilada, provocada por Yurca. Y sus convecinos, sus jóvenes de antes, sus jóvenes de ahora, se lo han perpetuado en una, desde ahora tradición.

Son días difíciles también. Días en la que uno siente la ausencia de quienes formaron tu temple. Y estas ausencias las intentas mitigar con las imágenes del recuerdo. Buscas aquellos lugares predilectos, buscas aquella imagen de aquella mañana festiva contemplando la salida de la colcada delante del ayuntamiento, con el protocolo del saludo; buscas la tarde anterior su presencia en el balcón, contemplando el paso de la misma colcada. Buscas aquella taza de coca con chocolate… Y en aquella búsqueda encuentras el recuerdo que te da fuerzas; el recuerdo que te asegura que mientras esté vivo en tu memoria, seguirá vivo para ti y para los tuyos. Y son días de recuerdos, de recordar los buenos momentos.

Y de fabricar otros buenos recuerdos. Porque también tenemos la obligación de transmitir nuestros genes festivos a nuestra descendencia. Y a fabricarlos a sus necesidades. Tenemos que dejar huella y legado, eso sí, libre de impuestos, a esta juventud que irá transformando a su gusto aquella tradición, de la misma forma que nosotros, a nuestra manera, a nuestro entender, refundimos, retocamos, modernizamos nuestra fiesta. Y ellos, a los suyos.

Y en la construcción de estos buenos recuerdos, deberemos vigilar las formas, las actitudes…. De nosotros depende que estas tradiciones, estas fiestas patronales, dentro de veinte años aún podamos disfrutarlas sobre un balcón o en la tribuna de jubilados, o en medio de la misma plaza, según sean las aptitudes que tengamos entonces. De nosotros depende que la imagen que transmitamos no nos devore a nosotros mismos.

Bones Festes de la Mare de Deú de Gràcia.
PUBLICADO EL 3 SETIEMBRE 2008 EN EL DIARIO MENORCA.