Pues lo dicho, no hay dos sin tres. Si la semana pasada Federico se quejaba de los recibos de Endesa y del acoso por parte de una señorita en nombre de un popular banco, la semana aún dio para más. Y esta vez el turno le tocó, como no, a una compañía de telefonía móvil.
Llamada perdida de atención al cliente de una compañía de telefonía móvil. Suena nueve veces más durante el día. Federico, erre que erre, otras tantas veces que silencia el tono de llamada y no atiende el teléfono. A un ritmo de llamada a la hora y con cierta semejanza al antiguo diario hablado de radio nacional, el móvil no dejó de sonar durante toda la jornada. Las señales horarias insistían transformándose en una corta vibración a lo movistar.mid.
Segunda jornada inquisidora. La mañana se presenta con las mismas condiciones que la anterior. A las doce del mediodía, por aquello de la antigua salva de ordenanza, Federico se rinde. Descuelga el teléfono y se encuentra con una máquina con acento sudamericano. ¿Acaso tienen acento las máquinas? O eso, o al menos, una voz sudamericana había dado vida a la voz de la máquina.
Por un instante, a Federico le vino a la memoria la vez que un contestador automático, de aquellos primeros personalizados, le tomó el pelo. Se acordó de aquella vez que al efectuar una gestión telefónica, al descolgar –o eso parecía- desde el otro lado de la línea, le contestaron: si…., sì….,y Federico que empieza a soltar rollo, hasta que la misma voz, le interrumpe diciéndole que no siguiera, que aquello era un contestador y que no estaban en casa. Una y no más, como Santo Tomás, se dijo con el tema de las máquinas. Y ahora, bastantes años a posteriori, y a las doce del medio día, otra máquina al otro lado del hilo telefónico. ¿Cómo se le habla a una máquina que te interroga?
.-¿Es usted don Federico…?
.-El mismo.
.-¿Es usted el titular de la línea?
.-Pues usted sabrá, ya que para eso me llama ¿no?
.-Un lapsus de silencio. ¿Suele usted llamar a teléfonos de otras compañías telefónicas?
.-Ustedes sabrán, tienen mis facturas.
.-Si usted suele llamar a teléfonos de otras compañías telefónicas, le ofrecemos un plan….
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-De acuerdo sr. Federico. Dígame, ¿le interesa un plan en el que usted….?
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-De acuerdo Sr. Federico. ¿Que le parece que le llamemos dentro de un mes, seis meses…..?
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-¿Que valoración le merece la atención personalizada que le presta la compañía?.
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-Muchas gracias por su atención, sr. Federico.
Y así terminaba aquel diálogo de Federico con la máquina. Y de lo más natural. Al menos, el resto de la jornada no tuvo los sobresaltos de las señales horarias.
Los sobresaltos, eso sí, vendrá dentro de poco, cuando la Hacienda de Solbes visite nuestros hogares, nuestras nóminas y lo que antes se llamaban ahorros. Hacienda será a la próxima a quien también tendremos que gritar al auricular los datos personales o teclear los dígitos de nuestra ficha de identidad. Tanto da, es como cuando uno va al supermercado y la maquina registradora se vuelve loca con tanto código de barras. El error, de haberlo ya no es humano, sino de la máquina.
Federico por un instante se imagina un juicio pendiente de una máquina. La independencia discutible, pero más fácil de defender que la actual. Aquellas sentencias ya no serían interpretaciones, sino programaciones. Aquellos fallos se llamarían cortocircuitos antes que errores. Ya no habría cacerías ni recusaciones, y de haberlas, éstas serían con los técnicos y programadores antes que con los propios de carrera.
Y los exámenes, las revisiones médicas, las resoluciones administrativas…, toda actividad humana estaría prediseñada de antemano. El destino de uno, ya estaría escrito. ¿Dónde residiría pues el engaño?.
Me imagino los cuatrocientos cincuenta manifestantes por el tema del empleo y la dichosa crisis, o los dos mil que dieron los organizadores, encabezados por una serie de maquinaria en paro. Lo que no me imagino, es dónde estaba el resto del montante que debía preocuparse por la crisis. ¿Es lógico que en el tema de la protección del territorio se movilizaran a más de cuatro mil menorquines, y en el tema del empleo sólo cuatrocientos cincuenta?
Las máquinas, de haber estado programadas, seguro que hubieran salido a la calle. Los humanos, de momento, se ve que están desprogramados….. o desmotivados. O tal vez, en aquel momento trabajaban… ¡quien sabe!.
Llamada perdida de atención al cliente de una compañía de telefonía móvil. Suena nueve veces más durante el día. Federico, erre que erre, otras tantas veces que silencia el tono de llamada y no atiende el teléfono. A un ritmo de llamada a la hora y con cierta semejanza al antiguo diario hablado de radio nacional, el móvil no dejó de sonar durante toda la jornada. Las señales horarias insistían transformándose en una corta vibración a lo movistar.mid.
Segunda jornada inquisidora. La mañana se presenta con las mismas condiciones que la anterior. A las doce del mediodía, por aquello de la antigua salva de ordenanza, Federico se rinde. Descuelga el teléfono y se encuentra con una máquina con acento sudamericano. ¿Acaso tienen acento las máquinas? O eso, o al menos, una voz sudamericana había dado vida a la voz de la máquina.
Por un instante, a Federico le vino a la memoria la vez que un contestador automático, de aquellos primeros personalizados, le tomó el pelo. Se acordó de aquella vez que al efectuar una gestión telefónica, al descolgar –o eso parecía- desde el otro lado de la línea, le contestaron: si…., sì….,y Federico que empieza a soltar rollo, hasta que la misma voz, le interrumpe diciéndole que no siguiera, que aquello era un contestador y que no estaban en casa. Una y no más, como Santo Tomás, se dijo con el tema de las máquinas. Y ahora, bastantes años a posteriori, y a las doce del medio día, otra máquina al otro lado del hilo telefónico. ¿Cómo se le habla a una máquina que te interroga?
.-¿Es usted don Federico…?
.-El mismo.
.-¿Es usted el titular de la línea?
.-Pues usted sabrá, ya que para eso me llama ¿no?
.-Un lapsus de silencio. ¿Suele usted llamar a teléfonos de otras compañías telefónicas?
.-Ustedes sabrán, tienen mis facturas.
.-Si usted suele llamar a teléfonos de otras compañías telefónicas, le ofrecemos un plan….
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-De acuerdo sr. Federico. Dígame, ¿le interesa un plan en el que usted….?
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-De acuerdo Sr. Federico. ¿Que le parece que le llamemos dentro de un mes, seis meses…..?
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-¿Que valoración le merece la atención personalizada que le presta la compañía?.
.-no le oigo, se le oye muy mal.
.-Muchas gracias por su atención, sr. Federico.
Y así terminaba aquel diálogo de Federico con la máquina. Y de lo más natural. Al menos, el resto de la jornada no tuvo los sobresaltos de las señales horarias.
Los sobresaltos, eso sí, vendrá dentro de poco, cuando la Hacienda de Solbes visite nuestros hogares, nuestras nóminas y lo que antes se llamaban ahorros. Hacienda será a la próxima a quien también tendremos que gritar al auricular los datos personales o teclear los dígitos de nuestra ficha de identidad. Tanto da, es como cuando uno va al supermercado y la maquina registradora se vuelve loca con tanto código de barras. El error, de haberlo ya no es humano, sino de la máquina.
Federico por un instante se imagina un juicio pendiente de una máquina. La independencia discutible, pero más fácil de defender que la actual. Aquellas sentencias ya no serían interpretaciones, sino programaciones. Aquellos fallos se llamarían cortocircuitos antes que errores. Ya no habría cacerías ni recusaciones, y de haberlas, éstas serían con los técnicos y programadores antes que con los propios de carrera.
Y los exámenes, las revisiones médicas, las resoluciones administrativas…, toda actividad humana estaría prediseñada de antemano. El destino de uno, ya estaría escrito. ¿Dónde residiría pues el engaño?.
Me imagino los cuatrocientos cincuenta manifestantes por el tema del empleo y la dichosa crisis, o los dos mil que dieron los organizadores, encabezados por una serie de maquinaria en paro. Lo que no me imagino, es dónde estaba el resto del montante que debía preocuparse por la crisis. ¿Es lógico que en el tema de la protección del territorio se movilizaran a más de cuatro mil menorquines, y en el tema del empleo sólo cuatrocientos cincuenta?
Las máquinas, de haber estado programadas, seguro que hubieran salido a la calle. Los humanos, de momento, se ve que están desprogramados….. o desmotivados. O tal vez, en aquel momento trabajaban… ¡quien sabe!.
PUBLICADO EL DIA 3 MARZO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.