¿Tan difícil es llegar a un entendimiento? Creo que no. Sólo faltan argumentos y sobre todo, intenciones. Y no digamos ya, si muchos de los protagonistas pasivos de la historia son quienes más de acuerdo están en que este entendimiento, este borrón y cuenta nueva, se produzca.
Y me refiero al tan cacareado tema de la memoria histórica y de sus símbolos. Cacareado por quienes actúan más por revancha que por igualar, por quienes actúan más por suprimir que por unir, por quienes quieren vencer y retroceder años atrás, en vez de convencer y avanzar en el futuro.
He de confesar que hasta ahora no había tomado partido ni por unos ni por otros. En mi caso, como a la mayoría de los mahoneses y menorquines, a la plaza de la Explanada de Maó, desde siempre la he visto con el monolito. Primeramente con la dedicación “honor y gloria a los que dieron su vida por Dios y por España”, y más recientemente con la más aglutinadora “honor a los que dieron su vida por España”. Y como nuestro caso, el resto de España. Sí, una mayoría aplastante de ciudadanos al nacer, ya se encontraron con estos símbolos erigidos. ¿Y?.
En un principio me pareció bien el cambio de la dedicatoria. Aglutinaba a todos los muertos en la contienda y eso ya era talante reconciliador. Más adelante, la sustitución de escudo también parecía dar un paso hacia la reconciliación. Pero no. Algunos serán los que pedirán la eliminación del monolito en sí. Y es ahora cuando me posiciono.
Mi posición pero, es de ahora. Años atrás, me hubiera bastado la sustitución de la dedicatoria y del escudo, ahora no. Y mi posicionamiento vino tras las declaraciones de Luis Portella, tras el homenaje que se le brindó en el aniversario de la República. Y es que en los pueblos pequeños, se valora más al hombre que al conjunto de ellos. Y esto tiene su valor. Puedo estar o no de acuerdo con la política llevada a cabo por la 2ª República, pero conociendo a Luis Portella, no me cabe duda que como él, debió haber muchos casos similares tanto en uno como en otro lado.
Y tampoco importa irnos setenta años atrás, no. Lo vemos continuamente con nuestros políticos. Y mi experiencia me lo demuestra. Los hay honrados, y muy honrados. Y en todos las formaciones. Y si los hay en nuestros días, por qué no había que haberlos en los años treinta, debemos preguntarnos. Ese convencimiento es lo que me induce a pensar ya no en los políticos, ni en los fanáticos, ni en los instigadores –que de haberlos haylos en ambos lados, en todos los pueblos, en todas las edades-, sino más bien en todo aquella población que fue víctima del odio, posición, creencia, y por ello se vieron represaliados por la otra parte de la población. Y aquellas víctimas inocentes de todo odio, de toda ira, de toda venganza, son a quienes debemos homenajear, rescatar del olvido, y erigir un monumento.
Pero no vale un monumento levantado con el trabajo, que en muchos casos - por qué no- pudo haber sido realizado por personas tan inocentes como a las que se pretendía homenajear. Y eso no es de recibo, al menos, ahora, setenta años después.
Y aquí es cuando me posiciono, o al menos, en parte.. Queramos o no, aquel monolito puede ser una afrenta para quienes, de no merecerlo, se vieron forzados a su levantamiento. Y una afrenta también para sus familiares.
El levantar otro monumento, otro homenaje, otro recuerdo, a aquellas también víctimas de una guerra cruel, no haría, no hará más que seguir dividiendo los dos bandos ya olvidados. Queda pues la tercera vía, la de la concordia. Tal vez, la más acorde con las voluntades de los combatientes de antaño; tal vez, la más discorde con la de nuestros mandatarios actuales.
Aniquilar el pasado, derrumbando todo símbolo, sí. Levantar el futuro, aglutinando a ambos pasados, también. No hay que sustituir un pasado por otro, sino solucionar el pasado. Erigir un nuevo monumento que aglutine a todas aquellas vidas inocentes que de una forma u otra, cayeron bajo las balas del odio y del rencor. Erigirlo en medio de la plaza de la Explanada, y hacer de ello, un lugar para la concordia. Un lugar sin mira atrás, sólo con la mirada hacia el hermanamiento de unas víctimas inocentes.
Ah, y en toda guerra, y en las civiles, mucho más, existen culpables, muchos culpables. Y en ambos lados, en ambos colores. Y si se homenajean a estas víctimas inocentes, aunque no se cite, aunque no se especifique, estos culpables de tantas masacres, no deben tener cabida, al menos, en el público recuerdo.
Tampoco sirve de nada, la hipocresía mal entendida. Que una cosa son las víctimas inocentes, y otra muy distinta, sus verdugos.
PUBLICADO EL 17 JUNIO 2009, EN EL DIARIO MENORCA