Para cumplir, vamos. O eso parece. Si un primer 23-F fue contra el Estado, si otro veintitrés no se sabrá nunca a ciencia cierta si fue contra Ruiz-Mateos o en salvaguarda de los intereses generales, éste, por lo que parece fue, ha sido o será para cumplir. Y nada más.
Desde que la democracia dejó de ser orgánica en este país, estado o nación, patria o compendio de comunidades, no ha habido ocasión más propicia para que el proletariado de entonces, el trabajador de ahora, se expresara de forma más contundente. Nunca en la historia de España había habido casi cinco millones de parados, y otros tantos en puertas. Nadie, desde que Franco instituyera la jubilación, había hecho tentativa de robarnos la misma. Nunca se había robado tanto desde los poderes públicos. Nunca …
Y a pesar de ello, durante estos años de democracia varias han sido las ocasiones en que los sindicatos han llamado a los trabajadores a la huelga general. Y ahora, cuando hay más motivos que nunca, ahora cuando todos podemos ser víctimas de estas resoluciones, nadie se atreve a enarbolar una bandera que aglutine a los trabajadores de este país en una lucha para nuestro futuro, la de nuestros mayores, la de nuestros hijos.
Y no tan sólo eso, sino que divididos. La manifestación en sí no será unísona. Habrá más jornadas para desarrollarla, más guerras de cifras, más ganadores y menos vencidos. Y después, una peineta al estilo de Aznar, y santas pascuas. Eso, y no otra cosa, parece aventurar un gobierno que se crece ante la desidia de sus lacayos. ¿Y que esperar de un Gobierno capaz incluso de criticar al Rey por intentar buscar un consenso entre los políticos?.
Y la orquesta ya se ha hecho notar. Suenas los primeros acordes y la llamada al diálogo será presentada. Lo que no se dirá es que esta llamada ya estaba anticipada. Que el diálogo ya está firmado y que nuestro futuro seguirá siendo incierto. Viene a la memoria una anécdota de quince o veinte años atrás. El empresario dialogó con el comité de empresa y el comité nos reunió a fijos y eventuales. Sobre la mesa, se presentó el ultimátum del empresario de entonces. Si seguíamos manteniendo nuestras pretensiones sobre el aumento porcentual de sueldo, la empresa finiquitaría a todos los eventuales. Si rehusábamos a ella, los compañeros eventuales seguirían en nómina.
Quien más quien menos, a su alrededor tenía compañeros eventuales. ¿Quién era capaz de votar para que aquellas familias se quedaran sin sustento? ¿Quién era capaz por veinte o treinta mil pesetas de entonces ¡anuales, claro!, tirar por la borda una amistad forjada por el roce diario? Ni que decir que el voto fue unánime. Renunciábamos al legal aumento de sueldo a condición de que se mantuvieran los puestos de trabajo. Y vaya si se cumplió el pacto. Al menos, el nuestro.
A los pocos meses, mientras iban terminado contrato, aquellos compañeros empezaron a aumentar el número de inscritos en el INEM. Y ahora, quince o veinte años después, aquellas mismas siglas que en su día nos propusieron un diálogo, nos proponen trabajar más años a cambio de menos jubilación. Y más por menos, sigue siendo menos.
El confiar en unos, el no confiar en otros, la desidia de los años, los globos sonda de aclimatamiento, el compendio entre todos, ha hecho que nos posiciones en una desidia ventajosa al pudiente, con nuestros derechos suicidados y un cheque en blanco, firmado y rubricado para invertir en nuestro futuro. Un futuro hipotecado por quienes en una jornada, todos juntos en unión, fuimos capaces de darles un destino, un retiro, y unas prerrogativas que muchos quisiéramos para nosotros mismos.
Y ahora, por mucho que nos apriete este quien salió de lo denominado voluntad popular, nadie es capaz, aunque sólo por una jornada se tratara, de paralizar la ciudad, la nación, el Estado en sí. Y si no somos capaces de levantar una voz unánime, ya podemos ir firmando el finiquito de nuestro empleo y la de nuestra jubilación. Hace veinte años, bajo las mismas siglas, se fueron los eventuales. Ahora, veinte años después, aquellas mismas siglas, finiquitarán el resto.
Desde que la democracia dejó de ser orgánica en este país, estado o nación, patria o compendio de comunidades, no ha habido ocasión más propicia para que el proletariado de entonces, el trabajador de ahora, se expresara de forma más contundente. Nunca en la historia de España había habido casi cinco millones de parados, y otros tantos en puertas. Nadie, desde que Franco instituyera la jubilación, había hecho tentativa de robarnos la misma. Nunca se había robado tanto desde los poderes públicos. Nunca …
Y a pesar de ello, durante estos años de democracia varias han sido las ocasiones en que los sindicatos han llamado a los trabajadores a la huelga general. Y ahora, cuando hay más motivos que nunca, ahora cuando todos podemos ser víctimas de estas resoluciones, nadie se atreve a enarbolar una bandera que aglutine a los trabajadores de este país en una lucha para nuestro futuro, la de nuestros mayores, la de nuestros hijos.
Y no tan sólo eso, sino que divididos. La manifestación en sí no será unísona. Habrá más jornadas para desarrollarla, más guerras de cifras, más ganadores y menos vencidos. Y después, una peineta al estilo de Aznar, y santas pascuas. Eso, y no otra cosa, parece aventurar un gobierno que se crece ante la desidia de sus lacayos. ¿Y que esperar de un Gobierno capaz incluso de criticar al Rey por intentar buscar un consenso entre los políticos?.
Y la orquesta ya se ha hecho notar. Suenas los primeros acordes y la llamada al diálogo será presentada. Lo que no se dirá es que esta llamada ya estaba anticipada. Que el diálogo ya está firmado y que nuestro futuro seguirá siendo incierto. Viene a la memoria una anécdota de quince o veinte años atrás. El empresario dialogó con el comité de empresa y el comité nos reunió a fijos y eventuales. Sobre la mesa, se presentó el ultimátum del empresario de entonces. Si seguíamos manteniendo nuestras pretensiones sobre el aumento porcentual de sueldo, la empresa finiquitaría a todos los eventuales. Si rehusábamos a ella, los compañeros eventuales seguirían en nómina.
Quien más quien menos, a su alrededor tenía compañeros eventuales. ¿Quién era capaz de votar para que aquellas familias se quedaran sin sustento? ¿Quién era capaz por veinte o treinta mil pesetas de entonces ¡anuales, claro!, tirar por la borda una amistad forjada por el roce diario? Ni que decir que el voto fue unánime. Renunciábamos al legal aumento de sueldo a condición de que se mantuvieran los puestos de trabajo. Y vaya si se cumplió el pacto. Al menos, el nuestro.
A los pocos meses, mientras iban terminado contrato, aquellos compañeros empezaron a aumentar el número de inscritos en el INEM. Y ahora, quince o veinte años después, aquellas mismas siglas que en su día nos propusieron un diálogo, nos proponen trabajar más años a cambio de menos jubilación. Y más por menos, sigue siendo menos.
El confiar en unos, el no confiar en otros, la desidia de los años, los globos sonda de aclimatamiento, el compendio entre todos, ha hecho que nos posiciones en una desidia ventajosa al pudiente, con nuestros derechos suicidados y un cheque en blanco, firmado y rubricado para invertir en nuestro futuro. Un futuro hipotecado por quienes en una jornada, todos juntos en unión, fuimos capaces de darles un destino, un retiro, y unas prerrogativas que muchos quisiéramos para nosotros mismos.
Y ahora, por mucho que nos apriete este quien salió de lo denominado voluntad popular, nadie es capaz, aunque sólo por una jornada se tratara, de paralizar la ciudad, la nación, el Estado en sí. Y si no somos capaces de levantar una voz unánime, ya podemos ir firmando el finiquito de nuestro empleo y la de nuestra jubilación. Hace veinte años, bajo las mismas siglas, se fueron los eventuales. Ahora, veinte años después, aquellas mismas siglas, finiquitarán el resto.
febrero 2010