Hace ya algunos días que las aulas han cerrado. Se ultiman los preparativos para unas vacaciones y a los bártulos escolares se les da un respiro hasta septiembre. Hasta aquí todo normal. Hasta aquí, la rutina anual.
Rutina que año tras año hemos ido incorporando a nuestros quehaceres diarios. Ahora sólo quedan los trámites burocráticos, entregas de notas, nuevas matrículas por cambio de centro, traslados de expedientes académicos, encargo de libros y compota de calabazas en algunos casos.
El qué hacer con nuestros hijos durante esta época es algo que también viene encarrilado por parte de las APIMAS y de algunos centros deportivos, lo que sin duda nos da un balón de oxigeno a los progenitores que aún tenemos la suerte de pertenecer a esta especie en vías de extinción, que es la de ser un activo en el mercado laboral pese a las últimas reformas de la patronal y de los mercados económicos.
Hoy no voy a hablar de política. Es bueno darse un respiro, alejarse uno del cotidiano achaque que nos invade cada día tras cada decisión de uno u otro signo de los mercados, y de la propia inspiración o asesoramiento que se le presenta a nuestro invicto dirigente. Hoy intentaré referirme a estos formadores de conciencias, a estos formadores de cultura y conocimientos. A estos formadores de, porqué no, de nuestro futuro.
Primeramente claro está, del futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos. Y por ende, de nuestro propio futuro. De lo que aprendan, de lo que se formen nuestros hijos, dependerá en cierta manera que nuestro futuro, nuestro trabajo, nuestras pensiones, nuestra seguridad social y que nuestra propia seguridad económica tengan cabida en los diccionarios y no se conviertan también en palabras en vías de extinción dentro de pocos años.
De su formación y aprendizaje de ahora, de cómo se formen socialmente durante toda su vida y de cómo adquiera los hábitos de convivencia ciudadana depende nuestro futuro y el de ellos mismos.
Y su formación y aprendizaje depende en gran medida de unos hombres y mujeres quienes, mayoritariamente por vocación y devoción a su trabajo, se dedican a la enseñanza. Y normalmente estos formadores y educadores del presente y sobre todo, del futuro, son estos grandes olvidados, ahora y siempre.
Olvidados por el colectivo, por la sociedad en sí, preocupada ésta más en sobrevivir a cualquier precio, que en crear unos cimientos y pilares en los que sustentarse. Reconocimiento que a veces tarda tiempo en aparecer en las conciencias individuales. Pero este reconocimiento, aunque tardío a veces, siempre tiene su agradecimiento por parte del destinatario.
Reconocer la paciencia, el tesón, la vocación y las habilidades para “dominar” o al menos controlar a una clase condenada en muchas veces a superar las ratios recomendadas, las habilidades para lidiar manías de padres y madres, la vocación con la que mantener un continuo reciclaje y la adaptación a las nuevas tendencias y directrices emanadas por el político de turno, es una asignatura pendiente en muchos de los casos.
Y no es la única asignatura pendiente en cuanto a reconocimientos, no. Los maestros y maestras, profesores y profesoras, catedráticos y catedráticas, no son los únicos olvidados por esta sociedad personalista y egoísta. Pero actualmente son unos de los sectores más indefensos, profesionalmente hablando.
Estos formadores de futuro se han visto anulados repetida y progresivamente de la autoridad con que se revestía su profesión y que en cierta manera se le delegaba por la sociedad y los progenitores mismos. Esta participación en cuanto a la educación en el más amplio sentido de la palabra, ha ido disminuyendo al mismo tiempo que al término, el de la educación, se le iba mutilando del más amplio abanico de contenido.
Y este recorte en su autoridad, en el respeto a su persona, provoca una indefensión del profesional y de la institución. Indefensión de una sociedad en sí, que sucumbe ante unos falsos planteamientos emanados tal vez, por una falta de preparación, o cuando menos por unos planteamientos equivocados en algún momento de la formación de quienes se les puso nuestro futuro y el de nuestros hijos en sus manos. Falta de preparación o planteamiento equivocado, que conlleva más problemas que soluciones.
Y este recorte en su autoridad, esta siempre difícil tarea de lidiar con niños y mayores, esta siempre puesta en cuestión de un trabajo bien hecho, lo único que provocará será un menor rendimiento escolar, una menor capacidad para adentrarse en nuestro futuro, además de las consecuencias individuales por todos conocidos. Y esto sin hablar de las agresiones, tanto verbales como físicas vividas en los entornos escolares, de las que son objeto tanto profesores como alumnos mismos.
Y aunque poco arreglarán unas palabras, unas letras encadenadas, al menos, mientras duren éstas en nuestras bocas, en nuestros papeles, desterraremos por unos instantes la agresividad con la que al menos, no son reconocidos. Porque también se daña por omisión. Y contra omisión, no hay mejor reacción que la acción.
Y qué mejor acción que un reconocimiento general y particular a cada uno de estos formadores que tuvimos en nuestra infancia, en nuestra adolescencia. Qué mejor reconocimiento general y particular a cada uno de estos formadores que tienen nuestros hijos.
Gracias a todos, por nuestro presente, por nuestro futuro.
Rutina que año tras año hemos ido incorporando a nuestros quehaceres diarios. Ahora sólo quedan los trámites burocráticos, entregas de notas, nuevas matrículas por cambio de centro, traslados de expedientes académicos, encargo de libros y compota de calabazas en algunos casos.
El qué hacer con nuestros hijos durante esta época es algo que también viene encarrilado por parte de las APIMAS y de algunos centros deportivos, lo que sin duda nos da un balón de oxigeno a los progenitores que aún tenemos la suerte de pertenecer a esta especie en vías de extinción, que es la de ser un activo en el mercado laboral pese a las últimas reformas de la patronal y de los mercados económicos.
Hoy no voy a hablar de política. Es bueno darse un respiro, alejarse uno del cotidiano achaque que nos invade cada día tras cada decisión de uno u otro signo de los mercados, y de la propia inspiración o asesoramiento que se le presenta a nuestro invicto dirigente. Hoy intentaré referirme a estos formadores de conciencias, a estos formadores de cultura y conocimientos. A estos formadores de, porqué no, de nuestro futuro.
Primeramente claro está, del futuro de nuestros hijos, de nuestros nietos. Y por ende, de nuestro propio futuro. De lo que aprendan, de lo que se formen nuestros hijos, dependerá en cierta manera que nuestro futuro, nuestro trabajo, nuestras pensiones, nuestra seguridad social y que nuestra propia seguridad económica tengan cabida en los diccionarios y no se conviertan también en palabras en vías de extinción dentro de pocos años.
De su formación y aprendizaje de ahora, de cómo se formen socialmente durante toda su vida y de cómo adquiera los hábitos de convivencia ciudadana depende nuestro futuro y el de ellos mismos.
Y su formación y aprendizaje depende en gran medida de unos hombres y mujeres quienes, mayoritariamente por vocación y devoción a su trabajo, se dedican a la enseñanza. Y normalmente estos formadores y educadores del presente y sobre todo, del futuro, son estos grandes olvidados, ahora y siempre.
Olvidados por el colectivo, por la sociedad en sí, preocupada ésta más en sobrevivir a cualquier precio, que en crear unos cimientos y pilares en los que sustentarse. Reconocimiento que a veces tarda tiempo en aparecer en las conciencias individuales. Pero este reconocimiento, aunque tardío a veces, siempre tiene su agradecimiento por parte del destinatario.
Reconocer la paciencia, el tesón, la vocación y las habilidades para “dominar” o al menos controlar a una clase condenada en muchas veces a superar las ratios recomendadas, las habilidades para lidiar manías de padres y madres, la vocación con la que mantener un continuo reciclaje y la adaptación a las nuevas tendencias y directrices emanadas por el político de turno, es una asignatura pendiente en muchos de los casos.
Y no es la única asignatura pendiente en cuanto a reconocimientos, no. Los maestros y maestras, profesores y profesoras, catedráticos y catedráticas, no son los únicos olvidados por esta sociedad personalista y egoísta. Pero actualmente son unos de los sectores más indefensos, profesionalmente hablando.
Estos formadores de futuro se han visto anulados repetida y progresivamente de la autoridad con que se revestía su profesión y que en cierta manera se le delegaba por la sociedad y los progenitores mismos. Esta participación en cuanto a la educación en el más amplio sentido de la palabra, ha ido disminuyendo al mismo tiempo que al término, el de la educación, se le iba mutilando del más amplio abanico de contenido.
Y este recorte en su autoridad, en el respeto a su persona, provoca una indefensión del profesional y de la institución. Indefensión de una sociedad en sí, que sucumbe ante unos falsos planteamientos emanados tal vez, por una falta de preparación, o cuando menos por unos planteamientos equivocados en algún momento de la formación de quienes se les puso nuestro futuro y el de nuestros hijos en sus manos. Falta de preparación o planteamiento equivocado, que conlleva más problemas que soluciones.
Y este recorte en su autoridad, esta siempre difícil tarea de lidiar con niños y mayores, esta siempre puesta en cuestión de un trabajo bien hecho, lo único que provocará será un menor rendimiento escolar, una menor capacidad para adentrarse en nuestro futuro, además de las consecuencias individuales por todos conocidos. Y esto sin hablar de las agresiones, tanto verbales como físicas vividas en los entornos escolares, de las que son objeto tanto profesores como alumnos mismos.
Y aunque poco arreglarán unas palabras, unas letras encadenadas, al menos, mientras duren éstas en nuestras bocas, en nuestros papeles, desterraremos por unos instantes la agresividad con la que al menos, no son reconocidos. Porque también se daña por omisión. Y contra omisión, no hay mejor reacción que la acción.
Y qué mejor acción que un reconocimiento general y particular a cada uno de estos formadores que tuvimos en nuestra infancia, en nuestra adolescencia. Qué mejor reconocimiento general y particular a cada uno de estos formadores que tienen nuestros hijos.
Gracias a todos, por nuestro presente, por nuestro futuro.
PUBLICADO EL 27 JUNIO 2010, EN EL DIARIO MENORCA.