RARILLO…, HABLANDO DE POLÍTICA.

Federico se define como rarillo. Rarillo…, en materia política, claro. Y no es para menos. Es de los que a la hora del voto, además de a las personas, se fija en las ideas, o lo que ahora viene en decirse programa. Programa o promesa, como quiera uno llamarlo. Promesa –casi siempre incumplida- que normalmente queda en el tintero a fin de recabar una nueva prórroga para llevarla a buen término. Y a lo tonto a lo tonto, se aseguran ocho años de poltrona. ¡Y una jubilación dorada!.

Pero Federico no se contenta sólo con el programa ni las personas. A la hora de deshojar la margarita electoral también revisa los antecedentes de los candidatos. Los penales, como no, pero también sus antecedentes profesionales, políticos, familiares y demás. Y no es que sea un puritano, ni exige que los demás lo sean, ni al revés. Sino todo lo contrario. Federico no quiere puritanos que se vanaglorien de serlo y después sean unos espabilados del montón. Busca, sencillamente personas honestas. Y en todos los ámbitos.

Su rareza va más allá. En las generales apuesta por una lista única a nivel estatal, primando así el bipartidismo y relegando a los partidos nacionalistas a sus propios ámbitos territoriales. Y apuesta por unas elecciones en segundas vueltas. Así, se acabarían las bisagras y los chantajes. Y cada españolito de a pié, debería definirse por alguna de las tendencias mayoritarias. Y los partidos, ampliar sus miras, y abrir el abanico a más corrientes. O lo que es lo mismo, a más democracia interna. Y es más, aboga por un gobierno de concentración –y ahora con la crisis, más- entre los partidos mayoritarios, con la proporcionalidad que les haya dado los votos.

En el ámbito autonómico y local, propiciaría las mancomunidades entre municipios a fin de ofrecer mejores servicios y mejores precios; aunque eso sí, no eliminaría los municipios –ni sus ayuntamientos-, por aquello de la costumbre y demás sentimientos patrios, aunque sus órganos de gobierno, eso si, pasarían a desempeñar funciones más ejecutivas que legislativas. Además, si el actual modelo centralista, tanto estatal como autonómico, endurece la llamada autonomía local, no es lógico seguir alimentando otro mastodonte de cargos y gastos.

Así las cosas, Federico seguía definiéndose como raro. Le gustaban planteamientos de partidos que se dicen de centro. También de los que se definen –los definen, mejor- como de derechas. Y como no, seguía con su alma rebelde y utópicamente también valoraba políticas que antiguamente situarían en el ala izquierda. En definitiva, Federico estaba solo.

Solo, públicamente. Solo, electoralmente. Pero también sabia que si la gente, si la masa, si el electorado, se plantease individualmente cada decisión tomada por los políticos, serían muchos que saldrían del armario –hablando de política-, y se aliarían a sus mismos planteamientos. Su planteamiento le llevaba a la libertad. Sin saberlo, estaba en busca de la libertad, y por ende, de la felicidad.

Esta vez, Federico se equivocaba. Y mucho. Estaba a un paso de crear una formación política, un pensamiento, una doctrina, un programa al fin y al cabo. Estaba sentando las bases; ahora sólo le faltaba un populacho que le siguiera, que le secundara.

Desaceleró, pisó el freno, puso la marcha atrás. Por un momento todo aquel castillo de naipes se le venía abajo. Su búsqueda de la felicidad lo asustaba. No la suya, sino la de los demás. Su experiencia, sus antecedentes, le estaban llamando al orden. No existía la felicidad compartida a nivel grupal. Alguien, por insignificante que fuera, debería ser el contrapunto. Sin comparación, no existía adjetivo alguno. La felicidad, al fin y al cabo, representaba eso mismo, un término semántico, síquico más bien, pero siempre bajo la atenta mirada de la comparación.

Seguía siendo raro, rarillo, muy rarillo. Se quedó delante del periódico haciendo sus propias cábalas. Los números jugaban unas series en que sólo unos ganaban y los demás perdían. Al menos, la felicidad existía.

Aquello le tranquilizó. Sus apuestas ya estaban en el sobre. Sin duda, los suyos, volverían a ganar como siempre había ocurrido. Su felicidad estaba pues, asegurada. Faltaría eso sí, esperar al escrutinio, para conocer los afortunados que le acompañarían en aquella felicidad, hablando de política, claro.

Federico ya se sentía menos rarillo. Sus posicionamientos ya tenían multitud. La felicidad, al fin existía….


PUBLICADO EL 13 MAYO 2011, EN EL DIARIO MENORCA.