SE BUSCA FANTASMA PARA LA ISLA DEL REY.


Primeramente pedir disculpas al Teniente General Alejandre, dado que el título de este escrito salió a colación en una conversación que mantuvimos el pasado domingo en la Isla del Rey, él como “alma mater” de todo lo que se guisa en aquel entorno peculiar sito en el interior del puerto de Mahón-Es Castell y yo como simple acompañante de unos invitados.

Era la segunda vez que ponía los pies en aquella isla. La primera, varios –pocos- años atrás, en una excursión programada por las iglesias del Carmen-Santa Eulalia y San Francisco. Ésta, acompañando al Coro del Deixem-lo-Dol del Centre de Cultura de Es Castell. Paula, Cristina y Josebi son miembros “cantaires” de dicho coro y no había que desperdiciar la ocasión, primero para volver a oírlos cantar, y segundo para volver a visitar tan emblemático lugar.

Llegamos a bordo de la lancha de la isla sobre las diez de la mañana de un soleado domingo. Tras escuchar y aprender de las explicaciones del anfitrión, se te abre el apetito de rebuscar en la historia y de consolidarla. No puede ser de otra forma. En poco tiempo, como si el tiempo apremiara, aparece en escena una visión docente, instructiva e histórica, de aquellos edificios, de aquellos tiempos, de aquellas personas y de su convivencia, forzada tal vez, convivencia al fin y al cabo. Empiezas a captar aquel mensaje que habita en aquellas gentes que, domingo tras domingo, restan unas horas de vida familiar para contribuir a un ideal comunitario. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Visita y oído al canto. Del Deixem lo Dol, claro. Bajo la magnífica dirección del maestro Tóbal Torrent, “las cobles” de la composición de Joan Pons Preto se hacían oír en aquella capilla, seguidas de “La Sirena”, “Sa Finestreta”, “Sa balada den Lucas” “Sonrisa de Menorca”, “Coros de Nabucco”, “Ball de rams”,… Allí, el tiempo se paró. Por unos instantes, aquellas tres generaciones vocales, habían puesto cadenas y candados a las manecillas de los relojes. Daba la sensación de que el tiempo era ajeno a nosotros, pero no, el horario debía seguir su curso. Los viajes de retorno tenían su hora y el desayuno nos esperaba para que lo degustáramos. No podíamos faltar ni a lo uno, ni por supuesto, a lo otro.

Si más arriba volvía cientos de años atrás y comentaba sobre una tal vez, forzada convivencia, actualmente te encuentras una convivencia que no entiende del término “forzado”, ni de clases sociales, ni de intelectualidades. Son como los actores de Fuenteovejuna. Profesores, farmacéuticos, doctores, ejecutivos bancarios, militares, mecánicos, bisuteros, auxiliares de clínica y empleados de limpieza, funcionarios, jubilados…, todos hacen comunión en un mismo ideal. Son los amigos de aquel islote. Y son simplemente eso, amigos.

Y organizados, claro, bajo la batuta de otro director de escena. Te encuentras con la preservación del medio, aislado y conectado a la vez. Utilizando los adelantos de la técnica y suficientemente distanciado de la civilización a veces dañina, aquel islote es como un oasis en medio de un desierto de incomprensión, del individualismo societal, de enfermedades cada vez más de espíritu que de cuerpo. Y sus amigos, unos maestros conocedores de su entorno, su historia, su fauna y su vegetación.

Se nos habla de su torre central, divisora de la de la Mola y de la des Castell y del Palau Oliver. Y de otras. De las cisternas, de sus recogidas, de sus canelones. Por un momento te olvidas de los nitratos y de los cinco céntimos de más que te costará la botella del supermercado. Recuerdas que no hace tanto, aún utilizabas la de tu casa. Y de que aún observas en el patio, aquel còssil utilizado cuando las lavadoras aún estaban por inventar o era un lujo que en aquellos tiempos de crisis continua, tu hogar no se podía permitir.

Y en éstas que propones que se celebren bodas, convites, comuniones…, que se explote con todo tipo de celebraciones –dentro de un orden, claro-, tal como la Mola, aquel islote. Descartas el uso sectario, tal como ocurre con el Lazareto. La respuesta no se hace esperar. Todo está pensado. Y se andará. Se te hace un boceto de proyectos, que te hacen ver que tenemos la guerra ganada, batalla a batalla, sí, pero ganada.

Y te falta algo al proyecto. Te ves rodeado de las historias del Golden Farm, del Hostal del Almirante, de la antigua Residencia Virgen de Montetoro… Y no lo dudas. Te falta un fantasma. Un fantasma que recorra aquellos corredores en noches de tramontana, de luna llena y de llovizna golpeada. Un fantasma, una historia, una intriga, que añada morbo a aquel hasta ahora islote, ahora ya proyecto futuro.
Luego, sólo será cuestión de márquetin. Y de dinero, por supuesto.
De momento, el banco y la tetera ya están en tierra firme. El fantasma, por allí suelto, o deambulando en alguna mente retorcida. Quién sabe.

PUBLICADO EL 16 ABRIL 2013, EN EL DIARIO MENORCA.