Dice el refranero que el “tiempo es oro”. Y así, bajo su imperativo, aceleramos nuestras carreras para no dejar de aprovecharlo. Sabemos que es limitado y breve, y que cada momento resta de la incógnita que nos queda. Habrá momentos en que desearemos que éste pase rápido y no vuelva la mirada atrás. Otras, por el contrario, intentaremos ralentizar su marcha para que aquella huida siempre hacia adelante nos parezca menos traumática.
José Luis Sampedro nos dirá que “el tiempo no es oro, el tiempo es vida”. Y esta vida es la que, parafraseándolo, nos permite apearnos mientras pasa su rio humanidad, contemplándolo pasar con todo su bagaje de historia y sabiduría.
Vivirlo intensamente y saborearlo mientras se vive, no el tiempo, sino la vida, las sensaciones, los momentos. ¿Cómo saborearlo si vivimos a golpe de tragos? El reloj, el calendario, las semanas, los meses, los años, todo nuestro alrededor funciona a golpe de tiempo. Tiempo ya restado, y tiempo futurible. Los fines de semana se esparcen, las vacaciones se devoran, los días, aquellos tormentosos días, continúan.
Por un momento, me imagino una sociedad en la que no se hubiera inventado ni las horas, ni las semanas, ni los años. Me imagino –intento imaginarme, más bien- una vida sin estar pendientes del reloj ni del calendario. Me imagino una vida continua, desconocedora de edades, de fechas, de puntos de referencias.
Una sociedad en la que uno trabaje porque tiene que mantenerse y que descanse porque sus tareas se lo permiten. Una sociedad en la que uno ni cumpla años ni celebre festividades. Que envejezca porque su cuerpo se deteriora y que la vida sea simplemente, un suma y sigue. Sería una vuelta atrás, sin duda. Muy atrás.
Que los tiempos los marquen la llegada de las lluvias y el florecimiento de los almendros. Que el día sea más largo y más corto dependiendo del clima y de la estación, y que durmamos y despertemos según nuestras necesidades y el dictamen de la madre naturaleza.
Sin duda, habría que resetear muchas mentes, muchas sociedades. Me imagino a los condenados esperando al quinto florecimiento de aquel almendro sembrado en la plaza del pueblo para poder salir en libertad; la espera del canto del gallo y la autosuficiencia de cada individuo.
Y continuando en la orilla, me imagino a unos clamando por la eliminación de impuestos, otros por el requiso de los productos, y otros, por qué no, por la fabricación del estado.
Y nuestra vida, volvería a depender del tiempo del reloj.
PUBLICADO EL 30 DE NOVIEMBRE DE 2017, EN EL DIARIO MENORCA.