LA HIPOTECA DEL OKUPA


De economía  la verdad,  quien esto escribe, cero zapatero.  Vamos, que desde que empezó la crisis de principios de siglo,  ni la propia sabe uno administrar.  Llegar a fin de mes se llega, pero más limpio que el traje de marinero de un niño en su  primera comunión. Pero uno, aunque no entienda de economía, ignorante, lo que se llama ignorante, tampoco cree serlo. O sí, no sé. 

Entra en escena –en el hemiciclo, más bien- el doctor en Economía.  Mitad de la bancada irrumpe en aplausos.  Él mira a la cámara –doble juego de palabras-, se aplaude, sonríe y goza del momento.  Pedro va bien, se dirá hacia sus adentros.

El éxito rotundo ni se vende ni se compra.  Los expertos -¿hay expertos en economía?-  ni critican ni alaban. Ni mienten ni dicen la verdad.  Ni  medias tintas, siquiera. Después del aplauso se hace el silencio.  No hay motivo para más, porque de haber, no hay más.  Ni más, ni menos.

El okupa se empadrona en tu casa, o en la del vecino, o en la cueva de enfrente, para el caso tanto da.  Podrá no entender de economía –ni falta que le hará-, pero conoce sus derechos.  Sabe que él no tiene nada que perder en esta crisis, sino todo lo contrario.  La solidaridad está con él. El Gobierno, también. Y aunque no lo quieras aceptar, una parte tuya -tus impuestos- también.

Los comunistas pierden perfil.  La tierra ya no es para quien la trabaja, sino –parecen decir- para quien la disfruta –la okupa, más bien-. Atrás quedarán las prometidas expropiaciones,  nacionalizaciones, el café y paga para todos.  De momento, su jarabe democrático muestra ya sus primeros efectos secundarios.  Y la duda empezará a sobrevolar sobre la casta de Galapagar.

Europa no sólo no  nos rescata, sino que además nos hipoteca una habitación, el comedor o tal vez la cocina,  en la vivienda previamente okupada.  Una hipoteca que nos impedirá deshacernos de ella y nos abocará a unos reajustes en nuestro ya delicado balance. 

Y ahora sí.  Ahora,  Pedro  -el Economista,  para más señas- mira a su derecha.  Hace  público el amago de tender la mano  y hace su primer renuncio público en su particular Mateo 26: 69-75. Se desconoce si sumó alguno más en su peregrinación por la Europa del Norte, pero se aventura que no será el único, no.  Las cuentas deben salir sí o sí.

Los No Pactos de la Moncloa  llegan como  un desahucio sin luz ni taquígrafos.  Sin voluntad no hay entendimiento.  Y con verborrea, no hay diálogo. 

Tal vez España necesita a  un mediador antes que a un economista. ¡Y con urgencia!

PUBLICADO EL 30 DE JULIO DE 2020, EN EL DIARIO MENORCA.