EL PATIO DE MI CASA ES PARTICULAR

Particular, privado o como quiera llamársele. También cuando llueve, el patio de mi casa se moja como los demás. Se moja y se moja uno si no se protege del chaparrón. Y de chaparrones, muchos. Y no es que me haya vuelto nostálgico de aquellos tiempos chicos en que en corro cantábamos y nos divertíamos, ni tampoco caeré en la tentación del que tiempos pasados fueron mejores; es que lo del pepino y la soja alemana, me han vuelto a un pasado más saludable, menos mentiroso.

Y aunque te agaches y te vuelvas a agachar, no sabes ni bailar. No sabes ni bailar ni te enseñan a ello, a no ser que sea al son de la partitura escrita por algún compositor, ya sea éste alemán, francés o quien sabe si norteamericano. Lo cierto es que la composición, su paso, su son, vienen dictados por la batuta que ni es tuya ni su director, el tuyo.

Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo. Chocolate, pepino, pepinillo o quien sabe que será lo siguiente. Y es que el mercado ya no es lo que era. Y no es de ahora, es de antaño. Corre, corre, que te pillo, cantan unos, saltan otros. Y uno, cansado y cansino, ya no corre, y deja que le pillen. ¿Y ahora qué?

Ahora toca el turno a las semillas germinadas de soja, a la carne de animales, a cualquier otro factor que levante la liebre, aunque eso sí, ahora con linaje germánico. Corre, corre, que te pillo, dice el corro. Y el corro sigue su juego. Pagan unos, pagan otros, todos corren. No hay guía, no hay líder. A estirar y a estirar, que el diablo va a pasar. Y el diablo pasa, pasa, pasa.

Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo. Me vienen recuerdos infantiles cuando aquel patio particular también tenía legumbres, verduras, hortalizas todas, que ni alertaban ni amenazaban. Era sinónimo de salud, trabajo y dedicación. Sinónimo de orgullo por lo hecho. Sinónimo de pobreza y de autosuficiencia.

H, I, J, K, L, M, N, A, y nos patentaron el aceite, el tomate, el ajo, la lechuga y todo lo que encontraron dentro de aquel huerto familiar. Patio particular, huerto familiar donde durante años jugamos a corros, a la comba y a indios y vaqueros. Nos patentaron el huerto y lo llamaron dieta mediterránea. A la patente le dieron de corsos, que de corsarios ya nos vendrían. Ya lo decía la canción, a estirar y a estirar, que el diablo va a pasar.

Y pasó. Y pasó y se quedó. Tardó en llegar, eso sí, pero el canto de las sirenas nos hizo marcar el paso tal flautista de Hamelin. Más que canto, fue el encanto de lo externo, de lo nuevo, de lo desconocido. Se inventaron nuevas patentes llamados IVA, euro y demás tasas que contribuían a la felicidad. O a la búsqueda de ésta. O al pago por ella.

H, I, J, K, L, M, N, O, agáchate y vuélvete a agachar, parece decir el slogan subliminal de aquel canto de sirenas. Me imagino el huerto familiar, libre de tentaciones, libre de incordios microscópicos, libre de pagos y tasas, emolumentos y demás patentes inventadas por el colega humano que dirige orquesta.

Dirige orquesta. Fabrica, comercia y vende batuta. Vende…., y compra, usa y desgasta batuta. Un Juan Palomo de nuestros días, que él mismo se lo guisa y que él mismo se lo come.

Chocolate, molinillo, corre, corre, que te pillo. Ya no estires, ya no estires, que el demonio ya está aquí.


PUBLICADO en el número del mes de JULIO de 2011, en EL BULLETÍ DEL CENTRE DE PERSONES MAJORS. Area de Acció Social. Consell Insular de Menorca