A uno le da la sensación que al igual que ocurre con los presupuestos, es ya tradición en todos los gobiernos al estrenar mandato que se programe una reforma laboral. Una reforma que no se diferenciará significativamente de las otras, sino que sólo cumplen con el mandato de que algo se pone a caminar. También es verdad que desconozco la letra de la misma. Las noticias hablan de una rebaja en las indemnizaciones por despido y la forma en que éstos son ahora procedentes. Y poco más.
Y no me he leído la letra, porque las veces que las he leído me han dado la sensación de que nunca coincido con las interpretaciones de los demás. Y eso me pone de mala uva, cosa que por prescripción facultativa no me conviene. La última vez fue cuando el decretazo de Zapatero y el inicio de la campaña contra los funcionarios. En el decretazo del ahora ya miembro permanente del Consejo de Estado –lo que va a costarnos sus presuntos consejos que quiera darnos-, por activa y por pasiva se vendió que a todos los funcionarios se les rebajaba el sueldo en una media del cinco por ciento, mientras la realidad de lo escrito, publicado y aprobado, sólo se refiriese a los funcionarios del Estado. Nadie dijo lo contrario. Ni oposición, ni sindicatos. Sólo los trenes de la comunidad de Madrid dijeron la suya –y ganaron- . O al menos, perdieron menos.
Y si no fuera así, ¿por qué tuvieron todas las corporaciones que celebrar plenos para aprobar las reducciones? ¿ y si se hubiera votado en contra?. Pero claro, a todos les fue bien echar la culpa al Gobierno y de paso, rebajar sueldos. Y nadie, ni sindicatos ni oposición, dijeron nada. Y eso que la fama de los funcionarios ya estaba echada a los leones.
¿Por qué voy ahora a molestarme a leer el decreto, si muy por seguro tampoco voy a coincidir con la lectura que otros hagan del mismo?. Lo cierto es que poco o nada debe cambiar de la anterior, de la otra, o de la próxima. Porque las reformas parecen que se hacen con el barómetro del CIS en la mano. No con proyección de futuro o con estudios de mercado.
El paro juvenil alcanza un cincuenta por ciento. Pues a subvencionar la contratación de jóvenes, aplicando exenciones en las contrataciones de jóvenes. Que las arcas de la Seguridad Social están vacías, pues a alargar la edad de jubilación. Que hay más mujeres morenas sin trabajo que las rubias, pues a subvencionar la contratación de las mujeres morenas. Que los andaluces y gallegos tienen menos trabajo, pues a subvencionar a quien contraten a personas que hayan nacido en Andalucía y Galicia. Y así sucesivamente.
Pero la realidad es otra. El trabajo es el que hay, y no más. Lo único que ocurre es que el empresario se acoge a las subvenciones y a los menores costes. Si el contratar a un joven de veinte años le sale más rentable que contratar a uno de veintidós, a este último al alcanzar la edad puente, lo despide y contrata a otro con descuento. Si al llevar una antigüedad de un año le sale más caro que uno recién contratado, a los once meses lo despide y contrata a otro de nuevo. Y eso es la realidad del mercado laboral y no otra.
Si el Gobierno de turno dejara de subvencionar a toque de barómetro, al menos los trabajadores estarían contratados por su valía y profesionalidad y no por las subvenciones que sobre ellos recaen. Si el Estado se hiciera cargo de explotar las empresas que quiebran, tal vez muchas de ellas se lo pensarían dos veces antes de cerrar las puertas. Si el Estado controlara precios, tal vez no habría tantos abusos y tantas necesidades.
Y la solución no pasa por sustituir unos empleados por otros. La solución pasa por producir más y vender más. Pero ¿cómo vender si nuestros vecinos están tan pobres como nosotros? Sencillamente por la competitividad. Trabajar más y mejor, y vender más y más barato. Así de sencillo. Y producir y vender lo que otros no tienen.
Y en Menorca tenemos el ejemplo más claro. Trazamos en su día nuestro objetivo en la construcción y en el turismo. La construcción era un producto con fecha de caducidad, eso se tenía que saber. ¿Acaso alguno pensaba construir sin límites? ¿Acaso nadie pensó en que quienes las habitaran colapsarían el mercado laboral? ¿O esperaban que se llenara de jubilados de otras naciones y las demás, alquilarlas a los turistas?. Y el turismo….. con lo que cuesta llegar hasta aquí, uno se queda en Mallorca.
¿Por qué nadie se atreve a explotar el campo menorquín cultivándolo, explotándolo con árboles frutales, hortalizas, y demás? ¡Al menos no tendríamos precios encarecidos por la doble insularidad¡ ¡ E incluso podríamos exportar a España o al extranjero!. Pero seguro que nadie ha pensado en ello. Tampoco es necesario que se haga ningún estudio que cueste varios miles de euros…. Sólo somos capaces de pensar en el precio de la leche y poco más. ¡Si incluso el ganado se llevaba a matar a Barcelona para luego comercializarlo en nuestra isla!
Pero vivimos en un mercado de libre competencia. Un estado en que los altos directivos son políticos o están o han estado vinculados con la política. Un estado en que incluso un presidente de la banca, ex – ministro y demás, protesta porque le han rebajado su nómina, alegando que los políticos en España cobran poco. Y es que vivimos en un estado que no todos somos iguales ni ante la ley, ni ante Hacienda, ni ante el político de turno ni el de la oposición. Y eso se paga.
O al menos, algunos. Los pasivos, vamos. Los que no tenemos ya ni voz, y sólo un voto cada cierto tiempo. Y alguna reforma, de vez en cuando. Las mismas de siempre. Es como el arreglo de las goteras del tejado. Cada vez que llueve, cambiamos una teja. Tampoco tenemos ni dinero ni condiciones para el arreglo del tejado entero.
Y el albañil, siempre el mismo. El cubo, el mismo. Sólo el agua es distinta, aunque sus moléculas, también son las mismas. Y el perjudicado, el mismo. Nada cambia.
Y es que la casa, es una ruina. Solo hace falta tirarla abajo, y volverla a levantar. O hacer un parque infantil. O una zona verde. O un campo de futbol. O…
Y no me he leído la letra, porque las veces que las he leído me han dado la sensación de que nunca coincido con las interpretaciones de los demás. Y eso me pone de mala uva, cosa que por prescripción facultativa no me conviene. La última vez fue cuando el decretazo de Zapatero y el inicio de la campaña contra los funcionarios. En el decretazo del ahora ya miembro permanente del Consejo de Estado –lo que va a costarnos sus presuntos consejos que quiera darnos-, por activa y por pasiva se vendió que a todos los funcionarios se les rebajaba el sueldo en una media del cinco por ciento, mientras la realidad de lo escrito, publicado y aprobado, sólo se refiriese a los funcionarios del Estado. Nadie dijo lo contrario. Ni oposición, ni sindicatos. Sólo los trenes de la comunidad de Madrid dijeron la suya –y ganaron- . O al menos, perdieron menos.
Y si no fuera así, ¿por qué tuvieron todas las corporaciones que celebrar plenos para aprobar las reducciones? ¿ y si se hubiera votado en contra?. Pero claro, a todos les fue bien echar la culpa al Gobierno y de paso, rebajar sueldos. Y nadie, ni sindicatos ni oposición, dijeron nada. Y eso que la fama de los funcionarios ya estaba echada a los leones.
¿Por qué voy ahora a molestarme a leer el decreto, si muy por seguro tampoco voy a coincidir con la lectura que otros hagan del mismo?. Lo cierto es que poco o nada debe cambiar de la anterior, de la otra, o de la próxima. Porque las reformas parecen que se hacen con el barómetro del CIS en la mano. No con proyección de futuro o con estudios de mercado.
El paro juvenil alcanza un cincuenta por ciento. Pues a subvencionar la contratación de jóvenes, aplicando exenciones en las contrataciones de jóvenes. Que las arcas de la Seguridad Social están vacías, pues a alargar la edad de jubilación. Que hay más mujeres morenas sin trabajo que las rubias, pues a subvencionar la contratación de las mujeres morenas. Que los andaluces y gallegos tienen menos trabajo, pues a subvencionar a quien contraten a personas que hayan nacido en Andalucía y Galicia. Y así sucesivamente.
Pero la realidad es otra. El trabajo es el que hay, y no más. Lo único que ocurre es que el empresario se acoge a las subvenciones y a los menores costes. Si el contratar a un joven de veinte años le sale más rentable que contratar a uno de veintidós, a este último al alcanzar la edad puente, lo despide y contrata a otro con descuento. Si al llevar una antigüedad de un año le sale más caro que uno recién contratado, a los once meses lo despide y contrata a otro de nuevo. Y eso es la realidad del mercado laboral y no otra.
Si el Gobierno de turno dejara de subvencionar a toque de barómetro, al menos los trabajadores estarían contratados por su valía y profesionalidad y no por las subvenciones que sobre ellos recaen. Si el Estado se hiciera cargo de explotar las empresas que quiebran, tal vez muchas de ellas se lo pensarían dos veces antes de cerrar las puertas. Si el Estado controlara precios, tal vez no habría tantos abusos y tantas necesidades.
Y la solución no pasa por sustituir unos empleados por otros. La solución pasa por producir más y vender más. Pero ¿cómo vender si nuestros vecinos están tan pobres como nosotros? Sencillamente por la competitividad. Trabajar más y mejor, y vender más y más barato. Así de sencillo. Y producir y vender lo que otros no tienen.
Y en Menorca tenemos el ejemplo más claro. Trazamos en su día nuestro objetivo en la construcción y en el turismo. La construcción era un producto con fecha de caducidad, eso se tenía que saber. ¿Acaso alguno pensaba construir sin límites? ¿Acaso nadie pensó en que quienes las habitaran colapsarían el mercado laboral? ¿O esperaban que se llenara de jubilados de otras naciones y las demás, alquilarlas a los turistas?. Y el turismo….. con lo que cuesta llegar hasta aquí, uno se queda en Mallorca.
¿Por qué nadie se atreve a explotar el campo menorquín cultivándolo, explotándolo con árboles frutales, hortalizas, y demás? ¡Al menos no tendríamos precios encarecidos por la doble insularidad¡ ¡ E incluso podríamos exportar a España o al extranjero!. Pero seguro que nadie ha pensado en ello. Tampoco es necesario que se haga ningún estudio que cueste varios miles de euros…. Sólo somos capaces de pensar en el precio de la leche y poco más. ¡Si incluso el ganado se llevaba a matar a Barcelona para luego comercializarlo en nuestra isla!
Pero vivimos en un mercado de libre competencia. Un estado en que los altos directivos son políticos o están o han estado vinculados con la política. Un estado en que incluso un presidente de la banca, ex – ministro y demás, protesta porque le han rebajado su nómina, alegando que los políticos en España cobran poco. Y es que vivimos en un estado que no todos somos iguales ni ante la ley, ni ante Hacienda, ni ante el político de turno ni el de la oposición. Y eso se paga.
O al menos, algunos. Los pasivos, vamos. Los que no tenemos ya ni voz, y sólo un voto cada cierto tiempo. Y alguna reforma, de vez en cuando. Las mismas de siempre. Es como el arreglo de las goteras del tejado. Cada vez que llueve, cambiamos una teja. Tampoco tenemos ni dinero ni condiciones para el arreglo del tejado entero.
Y el albañil, siempre el mismo. El cubo, el mismo. Sólo el agua es distinta, aunque sus moléculas, también son las mismas. Y el perjudicado, el mismo. Nada cambia.
Y es que la casa, es una ruina. Solo hace falta tirarla abajo, y volverla a levantar. O hacer un parque infantil. O una zona verde. O un campo de futbol. O…
Febrero 2012