VUELTA A LA REALIDAD

Dicen que el tiempo es el mejor antídoto, ya que todo lo cura. También dicen que el tiempo pone a cada uno en su sitio. Son –somos- muchos quienes amparados en estos dichos populares esperamos que algunas injusticias ya sean personales o societales se restablezcan, pero la realidad es más cruda que los dichos populares.

Hasta ahora hemos criticado por activa y por pasiva sobre los efectos de la doble insularidad, que si efecto ratonera, que si los descuentos para residentes, que si servicio público, que si eso o aquello. Ahora en poco tiempo, nos hemos quedado sin aviones y sin barcos. Y lo peor, sin competencia. Aviones, porque unos señores cierran el grifo y se apean en la primera estación. Barcos, porque la naturaleza enseña sus enfados y nos recuerda que no todo depende de nosotros.

Ponemos pies en el suelo y nos encontramos con un aire frío, con una amenaza constante y con un invierno de aquellos que ya muchos no recordábamos. Y no podemos culpar al cambio climático de ello, sino volver la mirada atrás, cuando el viento helaba y la tramontana soplaba durante una semana y más.

Los mercados ya no son lo que eran, y no me refiero a los bursátiles, que tampoco lo son y tardarán en serlo. Ahora los supermercados se abastecen de todo producto menos del local. Y así estamos. Sin piezas de ganado, sin aves de corral y si me apuran, sin huevos ni atributos con que hacer valer nuestros derechos, como ciudadanos que somos y que veremos aumentada con la presión fiscal a final de mes.
Y es que la realidad se impone. La insular y la nacional. Y por ser, cotizamos en ambas. Y de cotizar se trata. De llenar depósito para que otros puedan hacer aeropuertos sin aviones y otros puedan viajar en AVE, mientras nosotros sin oca ni ganso que nos engañe si quiera. Y así estamos. Cotizando y apelando al servicio público, cotizando y rogando al mismo color del cielo, que por una vez, ni es rojizo ni tiene tridente.

Y soplan vientos revueltos, tanto que aparecen nubarrones, y nos amenazan con lluvia y nevada. Y bendecimos su llegada por aquello de otro dicho popular, que de años de nieves y de bienes, olvidando que el bisiesto también lleva mal augurio. Y de olvidar, olvidamos mucho.

Y nos lo recordarán. Y también por activa y por pasiva. Y más a activos que a pasivos. Y si no, tiempo al famoso tiempo. Y no al atmosférico, precisamente. Las reformas llegan. Y de alta velocidad. Ni ganso ni oca, ni pato que se le parezca. Y suerte tenemos –de momento- de vivir en España. Podría ser peor, sin duda. Grecia, Portugal y algunos más, dirán lo mismo.

Y hacerse el sueco ya no es buena consejera. O al menos, así lo dice su primer ministro. Ni sesenta y cinco, ni setenta. Si hay que ir, se va, parece decir el político de marras. Setenta y cinco años para acceder a la jubilación. De un plumazo, Suecia se queda sin pensionistas, sin viudas y sin nadie a quien subsidiar. Y es que, como en la mili, valor se le supone. Con estas medidas ¿quién se atreve a emigrar a Suecia?. Así, será fácil crear empleo.

Y que no cunda el ejemplo. Que de esta regresamos a los años cuarenta, treinta y veinte si cabe. Y volvemos a levantar país, naciones y demás territorios. Y volvemos a cultivar campos, a aprovechar los recursos, a limitar gastos y a emprender autonomías propias.

Y que cunda el ejemplo. Que la tierra para quien la trabaje, de sol a sol y mirando la luna. Y las yeguas y los carros darán relevo a los tractores, a los turismos y a todo lujo superficial. Y el señorito, el político actual, seguirá siendo burgués. Y el obrero actual, parado y en busca de trabajo, seguirá siendo el obrero de siempre, explotado y acallado. Y dará gracias, por aquello de no incomodar, sumiso a la autoridad y al señorío. Y es que la realidad es ésta, y no otra.

Nunca debíamos haber escapado de la realidad. Nuestras ansias de superación, de envidia sana o no tal, han sido causantes de tanta crisis y de tanta maldición bancaria. Y debemos purgar por ello. Y purgaremos por ello.

Y tal vez, algún día, algún sueco espabilado, algún alemán pudiente, algún francés adinerado, aterrice por nuestros lares, invierta, disfrute y relance nuestra isla, nuestra economía. Y nos saque del purgatorio.

Nuestro destino ya no es nuestro. Ahora, los viernes es de Madrid. Los restantes días, de más lejos todavía.

La realidad, sigue siendo nuestra. Nadie cotiza ni invierte en nosotros. Mallorca sigue estando antes, entre y después. Y Madrid. Y Europa.



PUBLICADO EL 13 FEBRERO 2012, EN EL DIARIO MENORCA.