O incompetencias. Relativamente
hace poco tiempo, década más década menos, en que hubo peones albañiles que se
convirtieron ya no en oficiales sino en autónomos y empresarios de la
construcción. En las mismas fechas,
también hubo camareros, pinches y cocineros que se aventuraron en abrir un
restaurante, un bar o una sala de
fiestas. Y todo iba viento en popa.
Y no digamos los que emprendieron
su carrera en abrir todo un abanico de comercios, fueran éstos tanto en el ramo
de la alimentación, como en el de vestidos y complementos, la informática y telecomunicación o en el del
turismo mismo. Y eso por no hablar de
inmobiliarias u oficinas de intermediaciones, asesorías fiscales o simplemente
corredurías de seguros.
Fueron gentes a los que ahora se les vendría a denominar emprendedores. Pocos habrán sido pero, tras la criba de la
crisis, quienes seguirán a cargo del comercio emprendido en su día. Unos por falta de preparación, otros por
elegir un producto en el que las consecuencias de la crisis se habrán cebado principalmente en
ella, o por ser un producto con más lujo
que necesidad.
Sin duda el emprendedor de hoy, necesitará de muchas más argucias que las
utilizadas por sus predecesores. Necesitará
estudiar el producto a vender, la necesidad real que tiene el mismo entre la
sociedad a que se va a dirigir, la competencia y el precio final de venta. También deberá contemplarse el local de venta,
el ambiente, la ganancia, la accesibilidad y el entorno del mismo y como no, el
tipo de clientela al que piensa dirigirse y el perfil del personal que tendrá a
su servicio.
Algunos lo harán, sin duda. Otros
se darán cuenta de ello más tarde. Demasiado tarde. ¿Qué ocurre cuando en una calle con dos establecimientos
del mismo ramo, uno tiene más ventas que el otro? ¿Será culpa de la crisis, de los modales o
servicios que presta o de las administraciones el que uno de ellos vaya a la
quiebra?
¿Qué ocurre cuando en una calle con un establecimiento se instala otro
nuevo en su mismo ramo? ¿De quién es la culpa que el primer establecimiento vea
disminuido el nivel de negocio en comparación a años anteriores? ¿A la competencia, a su propia in-competencia
o a la administración por dejar abrir a nuevos negocios?
Si el cliente, el usuario o simple ciudadano se las tiene que ingeniar
para sobrellevar de la mejor manera posible los efectos devastadores de la
crisis, este emprendedor –tanto novato como veterano- se las tendrá que ver y
desear para contrarrestar estos ingenios nacidos de verdaderos estados de
necesidad y supervivencia.
Un simple café por dos euros es un abuso, robo o provocación al concurso
de acreedores. Un refresco por dos euros cincuenta, igual. Y podríamos ir sumando precios. Y podríamos seguir restando clientes. Pero la mentalidad es otra. Seguimos trabajando con la idea del negocio
de temporada. Con la idea de ganar en cuatro
meses lo suficiente para vivir de rentas los ocho meses restantes.
Y eso no es tener creatividad, ni ser emprendedor, ni nada.
Y no digamos si a alguno se le antoja
abrir un negocio en los meses de verano dedicado a la venta de platos
preparados con diferentes tipos de caldo y consomés o abrirlo en pleno invierno
con platos fríos. O una
inmobiliaria. O una constructora. ¿Será culpa también de la administración, de
la crisis o de la competencia?
Más bien, será cuestión de incompetencias
-y de las propias-.
PUBLICADO EL 11 AGOSTO 2012, EN EL DIARIO MENORCA.