Pues sí, llegan los últimos coletazos de un verano singular. Un verano marcado por la incertidumbre de qué
nos deparará cada próximo viernes lectivo, de la subida del mes de septiembre,
de los futuribles nuevos recortes y siempre bajo la mirada de una insolidaria
Norte-Europa siempre dispuesta a empujarnos al precipicio.
Muchos habremos sido quienes habremos intentado hacer un paréntesis
durante estos meses, desconectando fobias y pesadillas y aplazar al mes de
septiembre el retorno a la cotidiana realidad.
Muchos o pocos. Muchos otros
habrán intentado ilusionarse durante estos meses con una vuelta a la normalidad
de antaño, disfrazados de un trabajo más discontinuo que fijo también de
difícil regreso. Pero la vuelta
será dura.
Más dura. Y no por el llamado síndrome post-vacacional, sino todo lo
contrario. Un polémico artículo de
Salvador Sostres despierta un sinfín de comentarios. Merecidos comentarios. Inmerecido artículo. Asusta que alguien pueda
generalizar. Asusta que artículos de este tipo puedan tener
tanta lectura al ser publicados en conocidos medios de comunicación. Y aquí reside la libertad.
Libertad de elección, de entendimiento, de discernir entre los unos y los
otros, o los de más allá. En el lugar de
veraneo se reencuentran medias amistades. Amistades intensas de tres meses y
alejadas del resto del año. Amistades de
ambiente relajado y de lo políticamente
correcto. Los pabellones auditivos
siguen escaneando posibles motivaciones.
No en vano, las ondas siguen siendo libres. Otra cosa, es que su descodificación no sea
la correcta.
“Y es que habíamos vivido sobre nuestras posibilidades”.
El sentir va calando entre los tertulianos sumisos improvisados alrededor de aquel muelle costero. Se asume como propio los errores de otros
muchos. Y no tan solo se asumen las
culpas sino que además se aceptan las consecuencias, la redención, el castigo.
Quienes en cambio no aceptan castigo, redención ni las consecuencias son
los chantajistas etarras encarcelados.
Ni huelga de hambre ni ocho cuartos.
Dieta a lo sumo. Y consiguen que
incluso los jueces, que difícilmente interpretan sino en sede judicial, opinen
y digan la suya. Y dicen que el Gobierno
no acierta con el comentario jurídico.
Ahora faltará conocer el fallo judicial al respecto. Interpretación de otro juez. Interpretación
de otro fallo. ¿Por qué se le llamará fallo
a algunas decisiones judiciales?
Hacía tiempo que no viajaba en autobús.
De ello hacía una decena de años en
Palma. Recuerdo la prohibición a
los pasajeros de hablar por móvil y de dirigirse al conductor. Mientras, éste hablaba con un compañero suyo
de regreso del trabajo. Me alegro con
los nuestros. Sólo está prohibido fumar
y comer helados y demás. Lo demás son normas de comportamiento. De educación, vamos.
Educación y cultura. Tiempo
unidos, tiempo paralelos, tiempo separados. Siempre a la búsqueda de
responsables sobre quienes recaer toda omisión.
Y nadie se escapa. La educación
debe estar presente en cada uno de los sectores en que se intervenga. Pese a quien pese. Con las medidas correctoras necesarias. Aunque duela. Aunque se le disfrace de
antidemocrático, de contario a la libertad, de tal o cual enmienda.
Hay mucho coletazo que reconducir.
Mucho coletazo que recortar. Sin
generalizar. Sin chantajes emocionales,
familiares y sobre todo económicos. Sin chantajes políticos, interesados o
particularidades propias. Sin intereses,
vamos.
Y aquí ya entramos en la resistencia.
La definición misma del vocablo interés nos crea dudas. Hacer algo con interés no es lo mismo que
hacerlo por interés. Y no es el vocablo
el culpable, sino la preposición.
Siempre es bueno derivar en alguien las culpas propias. Un as en la manga.
Son los últimos coletazos. El
banco con el cliente. El Gobierno con el funcionario. El ciudadano…..
Si el ciudadano de antaño era con el fútbol, el actual es huérfano
incluso de derivación. El actual, como
con el IVA, es el consumidor final. Para lo bueno y para lo malo.
PUBLICADO EL 27 AGOSTO 2012, EN EL DIARIO MENORCA.