Debo reconocer que
es un tanto arriesgado a estas alturas verter opiniones en defensa de la clase política. Y más aún dejar testimonio de ello por
escrito. Pero la libertad, entendida
como uno la entiende, le permite a uno
este tipo de provocaciones. ¿Y por qué
defender a los políticos y no atacarlos?, se preguntarán algunos. Sencillamente porque, aún habiéndolos, no
todos son malos. Y hace tiempo que me he
rebelado contra el pagar justos por
pecadores.
No hay mayor
injusticia que recurrir a dicha sentencia.
Y desde pequeños. Ya en el colegio, los profesores castigaban a un
sector de la clase o incluso a la totalidad de ella, si no salía el autor de
una mala acción. El autor callaba y el castigo era repartido
entre todos. De existir acusador entre
el colectivo, éste se merecía el desprecio del colectivo. Así, ante los ojos
del resto, el chivato pasaba a ser el culpable.
En la mili, otro tanto. Todos pagaban por las negligencias o irresponsabilidades
de alguno. En el trabajo, depende. En la sociedad, también depende.
Y depende del factor
humano. De la moralidad o inmoralidad de
las personas o personajillos que en aquellos
momentos sean titulares o partícipes de la cosa pública. Y de la privada. Tanto de la derecha como de su
izquierda. Porque la honradez no se la gana uno con su
ideología, no. Uno ya llega al cargo con honradez, o sin ella. Otra cosa es que con el tiempo, con la vejez,
con la antigüedad, las cosas se agraven.
Para bien, o para mal.
Un alcalde andaluz.,
sindicalista, diputado autonómico y
presunto –siempre presunto- asaltador de supermercados, no dejará de ser bueno
–tiene su corte de seguidores- o malo, sólo
por el hecho de pertenecer a un
partido u otro. Será bueno –es un decir-
o malo sencillamente por su educación –o falta de ella-, por su carácter –o mal
carácter- y sobre todo, por sus acciones.
Sobre todo por sus acciones.
Otros en cambio,
militarán en sus mismas filas y serán auténticas buenas personas. Y por sus acciones los conoceremos. Derecha e izquierda están formadas por
personas. Y son votados por personas. Y si falla uno, han fallado los otros.
Millones y millones de votos propusieron que unos señores ocuparan unos
escaños. Que nos gobernaran. Que
dirigieran nuestros destinos. Unos en el
poder. Otros en la oposición. Entre ellos, buenos y malos. Malos y buenos. Y entre los votantes, también.
¿Acaso vamos a
impedir que las malas personas voten? Y
la clase política es eso mismo, una representación de la sociedad en que
vivimos. Altos y bajos, católicos y no
católicos, ricos y pobres, trabajadores
y parados, hombres y mujeres, buenos y malos. ¿Acaso van a pagar justos por
pecadores?.
¿Nos gustaría que
nos catalogaran según nuestra ocupación, nuestros hobbies, nuestras tendencias,
nuestros estudios?. Seguramente no, pero
lo hacen. Y algunos se lo merecen. Otros
no.
¿Por qué atacamos al
político y no sacamos el dinero de los bancos, por ejemplo? ¿Por qué atacamos al político y no
boicoteamos a los productos extranjeros, catalanes o peninsulares, por
ejemplo? ¿Por qué atacamos al político y
no dejamos de acudir a las urnas?. Por
el factor humano, sin duda.
Seguimos en las
entidades bancarias porque nos hemos acostumbrados a la comodidad de que allí
nos gestionan los pagos, pero principalmente porque sabemos que seremos
incapaces de ahorrar –es un decir- teniendo el dinero tan a mano
en casa. No boicoteamos a los productos
extranjeros, catalanes o peninsulares, porque somos consumidores natos
-enfermizos a veces- e incluso porque pueden ser más baratos. Y no dejamos de acudir a las urnas, porque
también necesitamos dejar constancia de nuestras apetencias –y nuestras
antipatías-.
Y antes de atacar a
diestro y siniestro, a la colectividad de la clase, tropa o profesión, propongo un ejercicio práctico. Imagínense por un momento que usted, el
vecino del quinto y la cuñada del tercero, son políticos. Políticos profesionales, claro. De los que dejaron aparcado el camión, el cuchillo
de carnicero y la maleta del bufete, y poca gracia les haría volver años
atrás. ¿Serían capaces de renunciar a
emolumentos, pensiones y demás comodidades adquiridas durante años?. Usted no, se.
El vecino del quinto y la cuñada
del tercero, lo desconozco. Otros
muchos, no lo harían. Yo, tampoco. Individualmente son decisiones difíciles
–casi imposibles- de tomar.
Y la clase política
necesita defenderse. No que la
defiendan. Reducir el número de ellos,
sus emolumentos, sus prebendas, sus inmunidades, y toda mención que haga creer
y creerse superiores y/o distintos de los demás, sería una forma de
defensa. También sacudiéndose
a toda fruta podrida de entre sus filas.
Y sus allegados. Y sus
cómplices. Y sus confianzas. Y sus antojos.
O al menos, la
intención de hacerlo.
Y trabajando. Y dando ejemplo. Y siendo persona. Y siendo
humano.
Al final, la defensa
lo tendrá fácil.
Ahora sólo depende
del fiscal. Y del juez.
Y del jurado…. cuatrienal.
PUBLICADO EL 6 OCTUBRE 2012, EN EL DIARIO MENORCA.