Las resacas
electorales ya no son lo que eran. De
ganar todos hemos pasado al opuesto. Ya
no se gana, sino todo lo contrario, se pierde.
Lo vimos en las generales y locales donde hubo un claro vencedor. Y unos claros perdedores. En las catalanas, por aquello de querer ser
diferentes, también lo fueron incluso en la resaca.
En las catalanas
pudiera ser que ganaran los catalanes, pero quien perdió fue sin duda Arturo
Mas. Aún ganando, perdió. Y de mucho.
Perdió escaños y años de gobierno.
La jugada del adelanto le costó un fuera de juego. Y tarjeta.
De momento, amarilla, pero todo madura.
O se pudre antes, que es peor.
Los números, como el
algodón, no engañan. Y los recuentos,
menos. Una mayor participación en
relación con las anteriores ya dice mucho.
Mucho más dirá si la consulta
llega a ser del SI o del NO, siguiendo los ejemplos ya históricos de los
referéndums de Franco o de la
OTAN.
Y los números, o sea
los votos, han hablado. Otra cosa será
la composición del Parlamento. Y eso que
los más de dieciocho mil votos del partido denominado Pirata no han conseguido
representación. Que si no, ya me
dirán. Pero lo cierto es que con los
números en la mano, en la provincia o
circunscripción de Barcelona han sido
más –con acento- los votos emitidos a los partidos no cesionistas que los que
se han dirigido hacia los que dicen estar a favor de la independencia. O de la autodeterminación, que suena menos
duro. Y eso que un millón de votos se
quedaron en sus casas.
Y es que suponiendo
que se llegara a la consulta popular – o impopular, que sobre gustos no hay
nada escrito- la participación sería mayor. Mucho mayor. Y la distancia entre
los unos y los otros, diferenciada. Ya no habría marcha atrás. O se rompía o se firmaba el contrato de
convivencia. Para lo bueno y para lo
malo. En la crisis y en la opulencia. En la corrupción y en el decoro. En España o en Suiza, dirían otros.
Dejemos a Suiza y la
siempre presunta evasión de capitales para los expertos de Hacienda y de los
juzgados, si es que pueden con
todos. De momento nos centraremos en
Barcelona. ¿Qué ocurriría si las otras
tres provincias catalanas eligen la
independencia y Barcelona apuesta por seguir siendo catalana y…. española? ¿Se opondrá el Muy Honorable y demás a la
libre voluntad y decisión de una parte de su comunidad, de seguir participando
del destino de España?
La experiencia nos
ha enseñado que los demócratas solemos serlo de cara a la galería. De puertas hacia adentro, la teoría suele
cambiar hacia una praxis que nada tiene que ver con libros de texto ni de
tratados de buenas costumbres.
Los resultados
también pueden interpretarse de otra forma. La verdad –una verdad- es bien
distinta. Y ellos lo saben. Un millón seiscientos mil votos se decantaron
por los políticos que hicieron su proclama por la independencia. Otro millón seiscientos mil votos se quedaron
en casa y no se pronunciaron. Y dos
millones de catalanes con derecho a voto dijeron todo lo contrario, o al menos,
votaron a los partidos que nada dijeron de fraccionar España.
Esta vez, Mas ha ido
a menos. La suma se ha convertido en
resta. Y el resto, ha sumado.
PUBLICADO EL 1 DICIEMBRE 2012, EN EL DIARIO MENORCA.