O FALTAN JUECES O SOBRAN DELINCUENTES


O las dos cosas.  Lo cierto es que delincuentes hay muchos. Demasiados. Y no tan sólo del que hurta una chaqueta en el comercio o que trafica con drogas, no.  También los hay de los llamados de  “guante blanco”, de los que llevan traje y corbata, maletín, chófer y teléfono de última generación.

Cuando los medios de comunicación  nos dan la buena nueva de que tal o cual empresario, político o familiar real son investigados, imputados o procesados,  nuestra faz adquiere otra tonalidad y muy por seguro que  nuestro ritmo cardiaco se agita y brinca como si de un jovenzuelo se tratara.  Y es que no es para menos. 

Nos hemos hecho a la idea de que en España todo es posible.  Y que ya nada volverá a ser como antes.  Por eso cuando un juez decide mandar entre rejas a algunos de estos intocables –y no por ser pordioseros precisamente- la ilusión aparece en nuestros rostros.  Pero jueces hay pocos e intocables  muchos.

Y la independencia judicial no es que esté  en juego, sino que se juega con la solvencia del mismo.  Y de cada vez, más.  La siempre excusa del coste y ahora de la crisis, hace que la existencia misma  del tercer poder de Montesquieu dependa de los otros dos poderes.  Los presupuestos emanados del Ejecutivo y aprobados por el Legislativo pueden condicionar y mucho las decisiones y controles que deban ejercer desde los tribunales.  Las leyes emanadas del Legislativo van a favorecer o perjudicar también a los delincuentes.  Y cualquier decisión que favorezca a los delincuentes, perjudica al resto de ciudadanos.

Prueba de ello la tenemos en las sentencias dictadas tras  acuerdo entre el representante del ministerio fiscal y la defensa.  La escasez en los recursos de los juzgados obligó en su día a protocolizar resoluciones rápidas por acuerdo entre las partes.  Y es esta carrera contrarreloj la que hace posible que una condena que en un principio –y con el Código Penal en la mano- representaba seis años de reclusión en una cárcel,  se conviertan en una moratoria condicionada de sólo dos años. 

Y los otros poderes hacen posible que los ciudadanos honrados, paguemos también  la defensa de los delincuentes.  Que una cosa es tener derecho a la defensa y otra muy distinta es que la víctima de un delito tenga que pagar con sus impuestos la defensa de oficio de su agresor.  Y sus tasas judiciales. 

Ante un juez, el delincuente siempre jugará con ventaja.  La víctima, como mucho, logrará que la verdad aflore y una compensación estimada a su pérdida.  Al delincuente, por muy mal que le vaya, sólo se le impondría  el máximo permitido y no más.  Y no siempre.  La mayoría de ocasiones, la falta de pruebas, el trato con la acusación, o la interpretación misma, hará que salga más beneficiado que perjudicado.

El concepto de proteccionismo legal español, tampoco es que favorezca demasiado a la reducción de las estadísticas.  Tanto el procedimiento penal como el procesal mismo   alargan en demasíe los plazos para enjuiciar y emitir sentencias.  En la dilación en cuanto a los trámites es donde suelen aferrarse los llamados buenos abogados y sus poderosos clientes.  ¿Qué diferencia hay –además de los honorarios- entre un abogado de renombre  y otro del turno de oficio? ¿Por qué los imputados famosos contratan a abogados de renombre y  no del turno de oficio? ¿Acaso la inocencia no se puede demostrar con un licenciado recién salido de la universidad?.  ¿Acaso no es la culpabilidad la que tiene que demostrarse?

¿Será la plantilla del Estado quien necesitará más fiscales de categoría a fin de meter entre rejas a los delincuentes adinerados?  ¿Por qué el fiscal depende jerárquicamente de un poder distinto al Poder Judicial?  ¿Qué interés puede tener el Ejecutivo en marcar las directrices de la acusación pública?

¿Es justo que los adinerados puedan alargar los procesos judiciales mientras que los asalariados no podamos presentarnos como acusaciones particulares por falta de recursos? ¿Seríamos más europeos si existiera un Código Penal Europeo? ¿O preferirán hacer un código para cada comunidad autónoma?

¿Disminuirían las estadísticas en cuanto al número de delitos si las sentencias fueran más rápidas y duras? ¿Subiríamos o bajaríamos de posición en la lista de  países corruptos si hubiera más delincuentes famosos entre rejas?  ¿No nos avergüenza ir detrás de Grecia, Portugal e Italia en grado de corrupción?  O lo que es lo mismo, que Chile, Uruguay y Chipre sean  más honrados que nosotros.  O que nuestros políticos y empresarios.

Otra cosa muy distinta será el porqué de la diversidad de interpretaciones que se dan en los casos judiciales.  De ser justos, de ser correctas, no habría lugar a segundas lecturas, ni de apelaciones ni recursos aceptados.  Ahora se pretende la reducción de éstas con la imposición de las tasas.  Luego, ya no serían necesarias.  Los errores judiciales quedarían para el recuerdo.  Siguen faltando jueces, fiscales y sobre todo preparación en la interpretación.

Y siguen sobrando presuntos culpables.

PUBLICADO EL 14 DICIEMBRE 2012, EN EL DIARIO MENORCA.