LA DEPENDENCIA DEL PODER JUDICIAL

El pasado sábado XL Semanal publicaba un artículo de  Eduardo Punset sobre las reformas pendientes de la “transición benevolente”.  Una de ellas, era alcanzar la auténtica división de poderes de Montesquieu.  El razonamiento no dejaba de tener su parte de lógica, dado que el Poder Judicial –o parte de él- es elegido por otro de los poderes del Estado, y así, la independencia siempre puede quedar en entredicho.
Eran tiempos, según Punset, “de aplazar la entrada en vigor de la democracia, hasta que se contara con partidos políticos con la fuerza suficiente para dotarlos de los representantes de los propios ciudadanos”. Unos treinta y tantos años de experimentos –casi tantos como la dictadura- y, o bien no hemos conseguido encontrar a estos propios representantes o bien nos hemos acomodado al experimento.
De todos modos, la solución no planteada en el escrito, tampoco tendría mejor singladura. En su día nació una plataforma por la independencia judicial que abogaba por la erradicación de la actual politización del máximo órgano de gobierno de la judicatura española.  En ella se planteaba la elección democrática de todos los órganos de gobierno interno del poder judicial.  En pocas palabras, un “Juan Palomo” entre los jueces.  Un poder que se haría a sí mismo, sin control por parte de los representantes directos de los ciudadanos, y que además sería el único que podría incidir sobre los otros dos poderes del Estado.
También es cierto que las corrientes internas dentro del mismo estamento judicial, las mismas agrupaciones y las diversas asociaciones que en ella convergen, pueden etiquetar de antemano la alineación de unos determinados jueces hacia un sector del espectro político.
La dependencia del ministerio fiscal al poder ejecutivo y el actual sistema procesal español, en el que si no hay acusación no hay acción judicial, harán el resto.  Los últimos enfrentamientos procesales entre el juez instructor y el fiscal en el caso Nóos, no hace más que acrecentar las dudas sobre la verdadera independencia del tercer poder.
Tampoco el ejecutivo se salva, por cuanto su propia existencia se la debe a la elección del parlamento. Pero al final, el legislativo es elegido democráticamente. Y si hay margen de maniobra o de interpretación judicial, será porque quien ha hecho la ley, habrá hecho la trampa.
¿Qué opinarían si los militares eligieran a sus jefes de entre ellos mismos?  También se le podría llamar democratizar el ejército ¿no?

¡Algunos ya somos mayores para teorías!

PUBLICADO EL 3 DE JULIO 2014, EN EL DIARIO MENORCA.