MARCOS 9. 42-50

Ir a misa no es una de mis aficiones, pero oírla tampoco me desagrada. También es verdad que dependiendo de quién sea el oficiante, el mensaje se asimila y comparte mejor.  No es más fuerte la razón porque se diga a gritos, dice el refrán.  Y si se dice con música, mejor.  No sé si por aquello de que la música amansa las fieras, o sencillamente porque armoniza el entorno. 

Siempre he creído que las iglesias están construidas para la acústica.  Y la acústica para la armonía del espíritu.  Lo viví en la basílica de la Anunciación en Nazaret.  Y desde aquel instante, es una de las cosas en que me fijo al entrar en un templo.  Eso y las formas en que el oficiante se dirige a los presentes.

No me gusta sentirme tratado como a un colegial al que le acechan los demonios y los miedos a la oscuridad y al castigo divino.  Me gusta más oír al cura persona que transmite, pero que no impone, que reflexiona y te hace reflexionar,  que al que subido en la trona amenaza con el fuego  eterno y las espadas desenfundadas.

El hábito ya no hace al monje, pero la palabra, sí.  La adaptación al medio en el que vivimos es clave para la supervivencia.  Y en la religión ocurre lo mismo.  Hay que acercarse a la sociedad si se quiere que la sociedad se acerque a ellos.  Y eso, Francisco lo sabe muy bien.

La radio y la conducción siguen manteniendo aún una buena relación matrimonial.  Con ambas descubrí una mañana dominguera a San Marcos.  Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado”.   “Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno.”

Por un momento aquellas palabras me trasladaron a los años de la nada Santa Inquisición y me retornaron a las atrocidades que en nombre de según qué fe matan y esclavizan pueblos.

Por supuesto, el oficiante de aquella misa dominical retrasmitida por la emisora de radio era un cura de los que se hacen apreciar y no temer.  Y lo demostró al también leer y comentar el verso que decía “porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”.

¡Cuántas injusticias se hubieran evitado si los trasmisores de la fe, si los trasmisores de los designios ya sean divinos o de sus ciudadanos, hubieran actuado, con eso mismo, de buena fe, y no por otros intereses!


La fe mueve montañas, sí.  Y la confianza con quienes  predican, desde el púlpito o desde la tribuna, también.

PUBLICADO EL 15 OCTUBRE DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.