Cuando hace una semana
se publicó la fecha de las generales, lo
primero en que pensé fue en los turrones.
Turrones, mantecados y demás productos navideños. No llegué
a pensar –el bolsillo no alcanza- ni en Joselitos ni en huevas de
esturión. Solo cuatro pastas y una copa
de mosto –el cava, ha quedado vedado-. Y la indigesta que para algunos
resultará la noche electoral. La noche y
los siguientes años de legislatura.
En cambio, para otros,
será una especie de adelanto del Gordo de Navidad, del aguinaldo, de la paga
extra y del regalo de Reyes. Lo suyo
será adelantar las cartas y que tanto Santa Claus como los Reyes puedan leerlas
a tiempo. Además de un adelanto, claro.
Uno ya no sabe si la
fecha propuesta habrá sido por aquello de que los españoles volvemos a casa por
Navidad, a fin de garantizar que todos puedan depositar el voto, o al
contrario, que muchos otros salgan y se encuentren fuera de sus domicilios. Lo cierto pero, es que da la sensación que
se ha apurado la legislatura al máximo.
Como si el punto y aparte ya estuviera escrito o sobrevolando algunas
azoteas. O por pasar a la historia como
la legislatura más larga. ¡Quién sabe!
Para algunos, las
compras compulsivas de estas fechas podrán favorecer una tendencia de voto,
mientras que para otros, la precariedad del bolsillo, hará que el termómetro económico sea el real y no las
dientes de sierra del telediario.
Lo cierto es que la
economía ha mejorado en estos últimos cuatro años. También es cierto que gracias al imperativo sacrificio legal de los
obreros. Obreros tanto del sector
público como del privado. Y eso lo saben
tanto el Gobierno como las entidades bancarias, los empresarios y por supuesto,
más que nadie, los propios obreros.
No sería extraño pues
que en plena euforia navideña, aquellos empleados que han visto disminuidos sus
derechos, sus haberes, sus vacaciones y como no, su paga extraordinaria, en el
momento de depositar su voto, en el momento de escribir la carta con los deseos
para los próximos años, en vez de mandársela a Finlandia o a Oriente, la
depositen en la estafeta de su colegio electoral.
Y de todas ellas, bien
seguro saldrá un regalo colectivo. Un
regalo que podrá gustar a todos, o simplemente a algunos. Uno ya no se atreve a hablar de
mayorías. En Cataluña se ha demostrado que no todos los votos valen
igual –tal vez por aquello del tres por ciento-.
Y para aquella noche, algunos
deseos. Tal vez, sólo cuatro palabras bien escritas: “No recortes, no despidos”.
PUBLICADO EL 8 OCTUBRE DE 2015, EN EL DIARIO MENORCA.