Cuando llegan estas fechas, todos, absolutamente todos, parece que bajamos la guardia, nos relajamos y dejamos que este mensaje de siempre, este mensaje cristiano, inunde nuestros corazones: Dios es Vida, Dios es Amor.
Y es precisamente en estos momentos, en esta “Semana”, en este relax colectivo, cuando derrumbando las propias murallas que hemos ido fabricando durante el resto del año, estamos en condiciones de captar, y como no, reciclar el mensaje de nuestro corazón. Y de nuestra mente.
¿Quién no ha dudado, quién no se ha preguntado alguna vez en su vida, sobre el misterio de la vida, de la resurrección, y como no, del origen de todo? Mentirá quien niegue que en algún momento su mente no le ha puesto en contradicción con su corazón. Y siempre, casi siempre, habrán ganado los dos. Mente y corazón, habrán unido esfuerzos para pacificar aquellas dudas, y hacer que la solución a éstas saliera reforzada.
Empezamos a dudar primeramente en plan científico. Queremos conocer el origen del todo, y nos quedamos más ignorantes que al principio. Sólo con origen en Dios, única referencia final, por muchos avances científicos que se vayan produciéndose, somos capaces de dar una explicación a nuestras dudas.
Y del origen del todo, pasamos irremediablemente al plano personal, íntimo, egoísta. Nos planteamos nuestras dudas sobre el destino nuestro y de nuestros allegados. Pretendemos y necesitamos de la eternidad, de un más allá que nos conforte, pero estas mismas ganas de que sea cierto, de poder reencontrarnos con nuestros seres queridos, nos produce tal angustia, que hace que dudemos. El consuelo, la carga sicológica y emocional que nos conforta la palabra de Dios, es suficiente como para tranquilizar nuestro ánimo.
Pero no. Nuestra mente sigue queriéndose diferenciar de nuestro corazón. Queremos ser más inteligentes, más científicos, más detectives del alma y por ello, basándonos en la información trasmitida generación tras generación, de un plumazo, creemos poder descubrir la realidad, nuestra realidad. Incluso sabiendo que podemos perder mucha ilusión, mucha carga emocional, intentamos adentrarnos en esta experiencia de rebuscar en los entresijos de metáforas y palabras, de experiencias y de suposiciones. Y al final, nos rendimos.
Nos rendimos ante evidencias, ante experiencias propias y ajenas que nos devuelven aquella ilusión, aquella necesidad de que sea cierto, de que la esperanza esté allí, tras el misterio, este misterio de vida y muerte. Nos rendimos ante aquellos sermones, aquella serenidad del alma, aquella inteligencia humana que desprende tranquilidad y como no, amor, confianza, … .
Y también nos rendimos cuando la sabiduría humana no alcanza a más. La limitación que se imponen en nuestros surcos hace que nos rindamos, que posterguemos nuestra rebeldía para tiempos mejores. Y allí está, detrás de cada duda, de cada avance. Misericordioso, Omnipotente, nos guía para que avanzando en la duda, encontremos la respuesta. Y la respuesta es siempre la misma, Èl. ¿Quién si no que Dios, puede estar tras tanta ingeniería humana?.
……………………………
Y reconozco que he dudado. Y mucho. Incluso en la duda, encontré la solución. Mi solución. Y era sencilla, como puede y debe serlo en el credo cristiano. La solución aparecía en el conjunto de los genes. Renegaba de la vida tras la muerte, y sólo le daba virilla si ésta se refería a la continuidad de la especie, de la herencia genética propia, y como no, de la memoria, del recuerdo. Nuestra posterioridad sólo se mantendría mientras se mantuvieran nuestras obras, nuestro recuerdo, nuestro tracto directo.
Pero la especie debía perdurar más tiempo. Y nuestro recuerdo debía ser más universal, no solo puntual. Así, nuestra herencia, nuestros genes transferidos de padres a hijos, sería la metáfora correcta, adecuada a tanta duda, la solución de nuestro detective particular. Dios seguía existiendo en forma de gen primario y principal. Y todos, todos, hermanos entre genes e hijos de aquel gen común, seríamos la continuidad de la especie, y como no, criaturas de aquel Ser superior.
Empezaba a volver sobre mis pasos, y quedaba en el lugar de partida, en el origen de mi desavenencia con el fácil planteamiento, pero la duda se mantenía. ¿Cómo era posible que personas inteligentes no dudaran, no intentaran buscar más realidad, sino que asumían aquella Verdad que se nos presentaba de padres a hijos? ¿Habrían buscado la verdad propia de uno, y la habrían encontrado? ¿Seguían dudando en la intimidad, o asumían la realidad como tal?.
Pasó el tiempo y el Templo de las Naciones en Jerusalem me volvió a la realidad. Allí, en tierra hostil al cristiano, en minoría humana, aquel trozo de piedra, aquella roca llena de energía en el altar mismo, hizo que aquel corazón, aquella mente, se unieran. Seguirían dudando, por supuesto, pero la tranquilidad del alma, la emoción del momento, perpetuarían una realidad.
Y hubo más. Una fría mañana de un cuatro de mayo, aquel episodio que hace que el médico mutualista te apunte como candidato al psiquiatra, te llenó de dudas y como no, de una tranquilidad jamás conocida. Desciendes, te hundes en el mar, inconsciente, para despertarte tras cuando desde fuera de tu cuerpo, te visionas, valoras la situación, y regresas a la vida. No vistes túnel de luz ni nada parecido. Tampoco era cuestión de forzar la situación. El mensaje era claro, había que regresar rápido, no fuera que alguien errara y aquel túnel y aquella luz de la que tanto se habla no tuviera retorno. Y retornado, aparecen más dudas. Más inquietudes. ¿Qué debía haber después?.
Y es precisamente en estos momentos, en esta “Semana”, en este relax colectivo, cuando derrumbando las propias murallas que hemos ido fabricando durante el resto del año, estamos en condiciones de captar, y como no, reciclar el mensaje de nuestro corazón. Y de nuestra mente.
¿Quién no ha dudado, quién no se ha preguntado alguna vez en su vida, sobre el misterio de la vida, de la resurrección, y como no, del origen de todo? Mentirá quien niegue que en algún momento su mente no le ha puesto en contradicción con su corazón. Y siempre, casi siempre, habrán ganado los dos. Mente y corazón, habrán unido esfuerzos para pacificar aquellas dudas, y hacer que la solución a éstas saliera reforzada.
Empezamos a dudar primeramente en plan científico. Queremos conocer el origen del todo, y nos quedamos más ignorantes que al principio. Sólo con origen en Dios, única referencia final, por muchos avances científicos que se vayan produciéndose, somos capaces de dar una explicación a nuestras dudas.
Y del origen del todo, pasamos irremediablemente al plano personal, íntimo, egoísta. Nos planteamos nuestras dudas sobre el destino nuestro y de nuestros allegados. Pretendemos y necesitamos de la eternidad, de un más allá que nos conforte, pero estas mismas ganas de que sea cierto, de poder reencontrarnos con nuestros seres queridos, nos produce tal angustia, que hace que dudemos. El consuelo, la carga sicológica y emocional que nos conforta la palabra de Dios, es suficiente como para tranquilizar nuestro ánimo.
Pero no. Nuestra mente sigue queriéndose diferenciar de nuestro corazón. Queremos ser más inteligentes, más científicos, más detectives del alma y por ello, basándonos en la información trasmitida generación tras generación, de un plumazo, creemos poder descubrir la realidad, nuestra realidad. Incluso sabiendo que podemos perder mucha ilusión, mucha carga emocional, intentamos adentrarnos en esta experiencia de rebuscar en los entresijos de metáforas y palabras, de experiencias y de suposiciones. Y al final, nos rendimos.
Nos rendimos ante evidencias, ante experiencias propias y ajenas que nos devuelven aquella ilusión, aquella necesidad de que sea cierto, de que la esperanza esté allí, tras el misterio, este misterio de vida y muerte. Nos rendimos ante aquellos sermones, aquella serenidad del alma, aquella inteligencia humana que desprende tranquilidad y como no, amor, confianza, … .
Y también nos rendimos cuando la sabiduría humana no alcanza a más. La limitación que se imponen en nuestros surcos hace que nos rindamos, que posterguemos nuestra rebeldía para tiempos mejores. Y allí está, detrás de cada duda, de cada avance. Misericordioso, Omnipotente, nos guía para que avanzando en la duda, encontremos la respuesta. Y la respuesta es siempre la misma, Èl. ¿Quién si no que Dios, puede estar tras tanta ingeniería humana?.
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Y reconozco que he dudado. Y mucho. Incluso en la duda, encontré la solución. Mi solución. Y era sencilla, como puede y debe serlo en el credo cristiano. La solución aparecía en el conjunto de los genes. Renegaba de la vida tras la muerte, y sólo le daba virilla si ésta se refería a la continuidad de la especie, de la herencia genética propia, y como no, de la memoria, del recuerdo. Nuestra posterioridad sólo se mantendría mientras se mantuvieran nuestras obras, nuestro recuerdo, nuestro tracto directo.
Pero la especie debía perdurar más tiempo. Y nuestro recuerdo debía ser más universal, no solo puntual. Así, nuestra herencia, nuestros genes transferidos de padres a hijos, sería la metáfora correcta, adecuada a tanta duda, la solución de nuestro detective particular. Dios seguía existiendo en forma de gen primario y principal. Y todos, todos, hermanos entre genes e hijos de aquel gen común, seríamos la continuidad de la especie, y como no, criaturas de aquel Ser superior.
Empezaba a volver sobre mis pasos, y quedaba en el lugar de partida, en el origen de mi desavenencia con el fácil planteamiento, pero la duda se mantenía. ¿Cómo era posible que personas inteligentes no dudaran, no intentaran buscar más realidad, sino que asumían aquella Verdad que se nos presentaba de padres a hijos? ¿Habrían buscado la verdad propia de uno, y la habrían encontrado? ¿Seguían dudando en la intimidad, o asumían la realidad como tal?.
Pasó el tiempo y el Templo de las Naciones en Jerusalem me volvió a la realidad. Allí, en tierra hostil al cristiano, en minoría humana, aquel trozo de piedra, aquella roca llena de energía en el altar mismo, hizo que aquel corazón, aquella mente, se unieran. Seguirían dudando, por supuesto, pero la tranquilidad del alma, la emoción del momento, perpetuarían una realidad.
Y hubo más. Una fría mañana de un cuatro de mayo, aquel episodio que hace que el médico mutualista te apunte como candidato al psiquiatra, te llenó de dudas y como no, de una tranquilidad jamás conocida. Desciendes, te hundes en el mar, inconsciente, para despertarte tras cuando desde fuera de tu cuerpo, te visionas, valoras la situación, y regresas a la vida. No vistes túnel de luz ni nada parecido. Tampoco era cuestión de forzar la situación. El mensaje era claro, había que regresar rápido, no fuera que alguien errara y aquel túnel y aquella luz de la que tanto se habla no tuviera retorno. Y retornado, aparecen más dudas. Más inquietudes. ¿Qué debía haber después?.
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Pero todo esto ya es historia. “La ciencia es un esfuerzo colectivo de la mente humana para leer la mente de Dios”. Ahora Michel Heller, cura polaco que trabajó con el Papa Juan Pablo II cuando éste era arzobispo de Cracovia, cosmólogo y filósofo especializado en matemáticas y metafísica ha sido galardonado con el premio académico de la Fundación Templetón de Nueva York. Su pregunta ¿Por qué existe algo en lugar de nada?, deja mucho para pensar, aunque la respuesta es única.
Si personas inteligentes llegan a tan sencilla conclusión, como no llegar a la misma, gente mediocre como uno mismo. Dios es amor, es el motor, es la contradicción y la respuesta. Dios es todo. Dios es la Vida.. Y no hay muerte, sólo continuación. Llámesele gen, energía, alma o como quiera pensar uno. Y pensando, dudando, renegando, también se llega a Dios. Para muestra, un botón. Otra cosa es que intereses particulares o generales, hagan que la balanza se libere o quede anclada en algunos posicionamientos.
Al menos, en estas fechas, como en Navidad, los corazones y las mentes suelen liberarse de estos anclajes, y el ambiente familiar, el relax y la simbiosis colectiva, provocan esta práctica y renovación espiritual, que en cierta manera, renueva, revive, esta dualidad humana de creer y dudar. Y ahora, vienen tiempos de necesidad de creer.
Hagamos pues, que este ambiente reconciliador, relajante, humanitario, perdure. Aunque poco importará. Cuando ganemos la meta, no llegaremos solos. Dios correrá a nuestra vera y juntos alcanzaremos meta. Podremos alejarnos de Él, pero Él, no abandona a sus hijos, por mucho que éstos le abandonen a Él.
Pero todo esto ya es historia. “La ciencia es un esfuerzo colectivo de la mente humana para leer la mente de Dios”. Ahora Michel Heller, cura polaco que trabajó con el Papa Juan Pablo II cuando éste era arzobispo de Cracovia, cosmólogo y filósofo especializado en matemáticas y metafísica ha sido galardonado con el premio académico de la Fundación Templetón de Nueva York. Su pregunta ¿Por qué existe algo en lugar de nada?, deja mucho para pensar, aunque la respuesta es única.
Si personas inteligentes llegan a tan sencilla conclusión, como no llegar a la misma, gente mediocre como uno mismo. Dios es amor, es el motor, es la contradicción y la respuesta. Dios es todo. Dios es la Vida.. Y no hay muerte, sólo continuación. Llámesele gen, energía, alma o como quiera pensar uno. Y pensando, dudando, renegando, también se llega a Dios. Para muestra, un botón. Otra cosa es que intereses particulares o generales, hagan que la balanza se libere o quede anclada en algunos posicionamientos.
Al menos, en estas fechas, como en Navidad, los corazones y las mentes suelen liberarse de estos anclajes, y el ambiente familiar, el relax y la simbiosis colectiva, provocan esta práctica y renovación espiritual, que en cierta manera, renueva, revive, esta dualidad humana de creer y dudar. Y ahora, vienen tiempos de necesidad de creer.
Hagamos pues, que este ambiente reconciliador, relajante, humanitario, perdure. Aunque poco importará. Cuando ganemos la meta, no llegaremos solos. Dios correrá a nuestra vera y juntos alcanzaremos meta. Podremos alejarnos de Él, pero Él, no abandona a sus hijos, por mucho que éstos le abandonen a Él.
PUBLICADO EL 20 MARZO 2008, EN EL DIARIO MENORCA.