¡A LAS URNAS, CIUDADANOS!

Ya está. Alea jacta est, como dijera Julio César –o al menos esto dice Suetonio- aquella noche del 11 al 12 de enero del año 49 antes de Cristo. La suerte está echada y nosotros estamos en el límite de cruzar el Rubicón. Por suerte, no será Julio César el que nos imponga la orden de cruzar o no, sino que seremos todos, o al menos la mayoría de nosotros, los que decidamos nuestra suerte. Si nos equivocamos, nos equivocamos todos. Si acertamos, acertamos todos. Y esta es la suerte, la bondad, la madurez, de vivir en democracia.

Y es verdad, la suerte ya está echada. Hemos oído, debatido, pensado, reflexionado, y ahora, aunque sea por una vez en cuatro años, nos toca a nosotros. Por un instante, este preciso instante de introducir el sobre con la papeleta en la urna, el poder, éste al que, quien más quien menos, ha criticado alguna o más veces, está en manos de uno. Mientras nuestras papeletas se mezclan y se codean con la del rico y la del pobre, la igualdad se hace patente: un ciudadano, un voto. Ni más ni menos. Por lo menos, en un jornada cada cuatro años, se hace patente el espíritu de la Constitución referente a la igualdad.

Por un instante hemos arrebatado todo el poder decisorio y nos lo hemos atribuido. Por un instante, este futuro poder que se está engendrando en cada una de las urnas, en las mesas electorales, en los colegios, en las Juntas Electorales, y no digamos en la larga noche electoral, es del pueblo, del ciudadano, del empresario y del trabajador. Por una vez nos reunimos en torno a la mesa y decidimos. Ahora bien, hay que participar. No basta aplaudir o rechazar en tertulias ni en encuestas. Hay que decidir, sobre todo hay que responsabilizarse de nuestro futuro. ¿Y qué mejor manera que responsabilizarnos de nuestro futuro que eligiéndolo?. Porque eligiendo a nuestros gobernantes, a nuestros representantes, no hacemos otra cosa que responsabilizarnos de nuestra suerte y de nuestra desdicha.

De una suerte y una desdicha comunitaria. Nuestra suerte, será común. Nuestra desdicha, también será común. Si acertamos, ganamos todos. Si nos equivocamos, perdemos todos.

Tras horas de debates, de propaganda, de ríos de tinta, teóricamente llegas a la conclusión de que todas las posturas enfrentadas en las últimas semanas, meses y por qué no, años, tienen cosas en común, y que todas tienen puntos asumibles por el votante en sí. ¿Por qué no un entendimiento entre las distintas posiciones para poder llevar adelante temas en común?. Habermas y algunos compañeros de la Escuela de Frankfurt, dejaron claro de que las cosas no son como uno cree desde el principio, sino que pueden desarrollarse y cambiar intercambiando opiniones y acogiendo las ideas de los demás, para llegar a conclusiones que benefician a la comunidad en general. ¿Por qué no hacerles caso ?

Una democracia participativa, es antes que nada una modalidad de pedagogía ciudadana, un compromiso con una propuesta de futuro colectivo, que concierne a todos los miembros de la comunidad a la que se dirige. Por ello, la participación no puede confinarse en el marco de la política, sino que alcanza de lleno a la sociedad.
Nos falta entonces mucho recorrido, muchos cambios de chip, un cambio a la europea, del norte, por supuesto. Mayor responsabilidad, mayor implicación. Y si bien es cierto que esta responsabilidad, este grado de cumplimiento ético, es de difícil implantación en nuestras edades, en nuestra sociedad actual, aún es tiempo de involucrar a nuestra juventud, más bien tal vez a nuestra infancia, para que un día, cuando esta sociedad sea formateada de nuevo, de aquí a una década por ejemplo, este título que encabeza el escrito de hoy, carezca de sentido.

Pero mientras tanto, mientras esto llega, el grito de guerra debe lanzarse, fuerte, claro y conciso. ¡A las urnas, ciudadanos!, ya no para derrotar o ayudar a unas determinadas fuerzas políticas, sino para sentirnos más responsables, más implicados, más moral y éticamente implicados en nuestro devenir. Y sobre todo, para que no se haga realidad, la otra versión de la frase que se atribuye a Julio César, esta vez citado por el dramaturgo ateniense Menandro, en sus “Vidas Paralelas”, esta vez en griego, ἀνερρίφθω κύβος / anerriphthô kubos, que traducido significa ¡Que empiece el juego!. Que aquí, de juego nada de nada. La suerte puede estar echada, sí, pero nada de jugarnos el futuro. El futuro que sea el elegido, razonado, planificado y sobre todo, consensuado, por todos los que nos encontremos ante aquellas urnas y como no, por los nombres que estén dentro de las mismas.

PUBLICADO EL 8 MARZO 2008 EN EL DIARO MENORCA.