Las cosas claras. Al pan, pan y al vino, vino. Y para que nadie dude ni intente utilizarlo en contra de uno, manifestar públicamente que éste que diserta, es tan menorquín como el que más. No más, pero tampoco menos. ¡Faltaría más!. Y Sant Antoni, nuestro patrón. Y el 17 de enero, nuestra Diada.
Dicho lo dicho y sentadas las premisas, ya es hora de cuestionar. Cuestionar, como muy por seguro otros cuestionarán las premisas de otros. Desde hace años, cientos, la conquista de Menorca representaba una victoria de la cristiandad sobre otras civilizaciones. Ahora, cientos de años después, el empate técnico entre lo religioso y lo político-cultural caminan a la par y de momento, de la mano.
Somos sin duda un país, nación o como quieran llamarnos, ricos y diversos. Nuestra historia así nos lo recuerda. Nuestras raíces son variadas. ¿Acaso se exterminaron los antiguos pobladores a la llegada de la bona gent catalana? ¿Acaso no dejaron el sello cultural las dominaciones francesas e inglesas? Y los españoles peninsulares ¿acaso, sin ir más lejos, no hicieron patria los trabajadores venidos en los años sesenta? ¿Acaso los nouvinguts actuales no están haciendo patria?.
Volvamos pues a las raíces. Éstas que nos dicen que celebramos un acto de combate, de dominio, de colonización…. Y nosotros ¿somos descendientes de estos colonos o somos mezcla de los de antes, de los de después y de los de más tarde? Nuestra identidad ¿es propia o es una más?. ¿Se hizo tras la colonización o continuó con ella? ¿Y nuestro vecino del segundo? ¿Y el del quinto con apellido peninsular?
Alguien ha dicho que hay países que celebran sus fiestas nacionales con desfiles militares, mientras los menorquines las celebramos con cultura. Y no le falta razón, no. Pero tampoco me imagino un desfile militar con las tropas del ejército inexistente menorquín, como tampoco me lo imagino con las tropas del ejército inexistente catalán, pongamos por caso. . Y es que cuando no hay lo uno, hay que buscar lo otro. Que si lo hubiera, otro gallo cantaría….
Lo cierto es que estamos en Menorca, celebramos la fiesta, la Diada des Poble Menorquí, y por ende, la festividad de Sant Antoni. Y todos contentos. Dentro de poco, volveremos a celebrar el día del Poble Balear. Y algunos incluso celebrarán la Diada de Catalunya si se les pone a tiro.
Y una cosa, desvirtúa la otra. Somos menorquines, nos sentimos menorquines, y nuestra cultura, más o menos mezclada, ahora también es menorquina. Y nada más. No es de recibo el renegar de España argumentando lazos culturales con las otras islas y con Catalunya. Y tampoco viceversa. Porque a excepción de lo que está en las leyes políticas, poco o nada tenemos que ver con el resto de las islas Baleares, y mucho menos con Catalunya. ¿Por qué no tener lazos con Aragón? ¿Acaso no era la corona catalano-aragonesa? ¿Y Valencia? Porque el idioma, la lengua puede ser la misma, sí, pero ¿acaso Cuba no habla el castellano y no por ello es española?
Nuestra riqueza debemos encontrarla en nuestro carácter aglutinador, abierto por mucho que se nos tilde de lo contrario. Nuestra riqueza cultural no debemos buscarla en los imitadores de otras culturas cercanas, sino rebuscando en nuestros propios recuerdos de la infancia, en la de nuestros progenitores, en la de nuestros orígenes. Esto es lo verdaderamente nuestro, lo creado por nosotros, por nuestros antepasados.
Tenemos nuestra propia identidad, y al menos, una vez al año, debemos, necesitamos de exteriorizar que somos nosotros mismos, sin necesidad de imitaciones, de falsificaciones, ni desvirtuaciones históricas.
Menorca is diferent, sí. Diferente, ni mejor ni peor que otros lugares, pero diferente. Y los menorquines, también. Y vamos cambiando continuamente. Y de cada vez más. Pero nuestra herencia que pasa de padres a hijos, es nuestra. Nuestra herencia no es balear ni catalana, tampoco española. Simplemente es menorquina. Pero una cosa es la cultura y otra cosa es el resto. De la cultura viven muy pocos.
Un día al año, nos desmelenamos e idealizamos situaciones, tantas como miembros de la sociedad la componemos. Idealistas y realistas intentan, intentamos decir la nuestra. ¿Y?. A la mañana siguiente la economía, el paro, los subsidios y el transporte marítimo siguen siendo tan reales que hace que sea necesaria la intervención del papá Estado como el aire mismo que respiramos.
¿Se imaginan un estado menorquín? ¿Y un estado balear? Emocionalmente tal vez sí, pero de emociones tampoco se vive. Emocionémonos por un día, dos si se quiere, hagamos torrades de sobrasada i botifarrón, pero seguiremos desfilando con cultura. Y los desfiles de armas, dejémoslos para papá Estado, que es quien nos proporciona una seguridad social a la vez que nos alimenta y nos cobija.
Nos resta sólo soñar con los fandangos y balies populares con el peligro que ello conlleva de que alguien lo identifique con los coros y danzas suprimidas por la ley del alzhéimer histórico, y también nos lo requise.
Dicho lo dicho y sentadas las premisas, ya es hora de cuestionar. Cuestionar, como muy por seguro otros cuestionarán las premisas de otros. Desde hace años, cientos, la conquista de Menorca representaba una victoria de la cristiandad sobre otras civilizaciones. Ahora, cientos de años después, el empate técnico entre lo religioso y lo político-cultural caminan a la par y de momento, de la mano.
Somos sin duda un país, nación o como quieran llamarnos, ricos y diversos. Nuestra historia así nos lo recuerda. Nuestras raíces son variadas. ¿Acaso se exterminaron los antiguos pobladores a la llegada de la bona gent catalana? ¿Acaso no dejaron el sello cultural las dominaciones francesas e inglesas? Y los españoles peninsulares ¿acaso, sin ir más lejos, no hicieron patria los trabajadores venidos en los años sesenta? ¿Acaso los nouvinguts actuales no están haciendo patria?.
Volvamos pues a las raíces. Éstas que nos dicen que celebramos un acto de combate, de dominio, de colonización…. Y nosotros ¿somos descendientes de estos colonos o somos mezcla de los de antes, de los de después y de los de más tarde? Nuestra identidad ¿es propia o es una más?. ¿Se hizo tras la colonización o continuó con ella? ¿Y nuestro vecino del segundo? ¿Y el del quinto con apellido peninsular?
Alguien ha dicho que hay países que celebran sus fiestas nacionales con desfiles militares, mientras los menorquines las celebramos con cultura. Y no le falta razón, no. Pero tampoco me imagino un desfile militar con las tropas del ejército inexistente menorquín, como tampoco me lo imagino con las tropas del ejército inexistente catalán, pongamos por caso. . Y es que cuando no hay lo uno, hay que buscar lo otro. Que si lo hubiera, otro gallo cantaría….
Lo cierto es que estamos en Menorca, celebramos la fiesta, la Diada des Poble Menorquí, y por ende, la festividad de Sant Antoni. Y todos contentos. Dentro de poco, volveremos a celebrar el día del Poble Balear. Y algunos incluso celebrarán la Diada de Catalunya si se les pone a tiro.
Y una cosa, desvirtúa la otra. Somos menorquines, nos sentimos menorquines, y nuestra cultura, más o menos mezclada, ahora también es menorquina. Y nada más. No es de recibo el renegar de España argumentando lazos culturales con las otras islas y con Catalunya. Y tampoco viceversa. Porque a excepción de lo que está en las leyes políticas, poco o nada tenemos que ver con el resto de las islas Baleares, y mucho menos con Catalunya. ¿Por qué no tener lazos con Aragón? ¿Acaso no era la corona catalano-aragonesa? ¿Y Valencia? Porque el idioma, la lengua puede ser la misma, sí, pero ¿acaso Cuba no habla el castellano y no por ello es española?
Nuestra riqueza debemos encontrarla en nuestro carácter aglutinador, abierto por mucho que se nos tilde de lo contrario. Nuestra riqueza cultural no debemos buscarla en los imitadores de otras culturas cercanas, sino rebuscando en nuestros propios recuerdos de la infancia, en la de nuestros progenitores, en la de nuestros orígenes. Esto es lo verdaderamente nuestro, lo creado por nosotros, por nuestros antepasados.
Tenemos nuestra propia identidad, y al menos, una vez al año, debemos, necesitamos de exteriorizar que somos nosotros mismos, sin necesidad de imitaciones, de falsificaciones, ni desvirtuaciones históricas.
Menorca is diferent, sí. Diferente, ni mejor ni peor que otros lugares, pero diferente. Y los menorquines, también. Y vamos cambiando continuamente. Y de cada vez más. Pero nuestra herencia que pasa de padres a hijos, es nuestra. Nuestra herencia no es balear ni catalana, tampoco española. Simplemente es menorquina. Pero una cosa es la cultura y otra cosa es el resto. De la cultura viven muy pocos.
Un día al año, nos desmelenamos e idealizamos situaciones, tantas como miembros de la sociedad la componemos. Idealistas y realistas intentan, intentamos decir la nuestra. ¿Y?. A la mañana siguiente la economía, el paro, los subsidios y el transporte marítimo siguen siendo tan reales que hace que sea necesaria la intervención del papá Estado como el aire mismo que respiramos.
¿Se imaginan un estado menorquín? ¿Y un estado balear? Emocionalmente tal vez sí, pero de emociones tampoco se vive. Emocionémonos por un día, dos si se quiere, hagamos torrades de sobrasada i botifarrón, pero seguiremos desfilando con cultura. Y los desfiles de armas, dejémoslos para papá Estado, que es quien nos proporciona una seguridad social a la vez que nos alimenta y nos cobija.
Nos resta sólo soñar con los fandangos y balies populares con el peligro que ello conlleva de que alguien lo identifique con los coros y danzas suprimidas por la ley del alzhéimer histórico, y también nos lo requise.
Enero 2010