EL CONDUCTOR MAMADO

¿Verdad que no es habitual escuchar o leer en los medios de comunicación ninguna noticia en la que aparezca el término mamado? Y en cambio éste término también aparece en el diccionario de la Real Academia, y es también usado en el lenguaje coloquial. El término “mamado” es adjetivo vulgar, poco proclive a las hemerotecas y no digamos a la ausencia de éste en el ámbito jurídico.

¿Se imaginan un atestado policial, una denuncia de tráfico, una sentencia judicial, en la que se denunciara o condenara a un conductor por “conducir mamado”? Las alarmas se dispararían de inmediato. Y con razón. Los términos jurídicos y administrativos lo tipifican bien claro. Conducir con tasas superiores de alcohol a las permitidas, o en los casos más graves, bajo los efectos de la ingesta de alcohol, y no más.

Y no aparecería el término “mamado” por varias razones, la principal, por la profesionalidad del funcionario de turno. Y si ésta por algún motivo se quebrara, la supervisión del mando inmediato superior frenaría tal despropósito. Y si a pesar de ello, el vocablo aludido llegara a instancias judiciales, el rapapolvo que recibiría el autor del atrevimiento disuadiría al mismo y a su entorno por varias generaciones. Y es que las normas –y las formas- no deben perderse nunca. Y más aún si éstas se aplican con el dinero público. El enseñamiento, el escarnio, y sobre todo, las malas prácticas, no deben ser monedas de cambio, ni mucho menos excusas, para justificar una falta de profesionalidad.

Y en este caso no se esperaría a que hubiera denuncia de parte para reprender al osado de tal atrevimiento. Y ello, porque la administración también puede, debe o al menos, debería corregir de oficio todo desaguisado de la que tuviera conocimiento, sea éste propio o ajeno, voluntario o involuntario.

Es inimaginable un titular con el siguiente texto: “Conductor mamado arrolla a un peatón cortándole una pierna en mil pedazos”. Como también sería inimaginable una diligencia policial con el consiguiente texto: “Y el susodicho tipejo, mamado hasta la calva, con desprecio total a toda norma de convivencia, en un estado lamentable, sucio de no haberse lavado en los últimos diez días, conducía un vehículo destartalado….” Y no digamos de una sentencia condenatoria al mismo, del tenor siguiente : “Y probado que el ignorante conductor, pasando olímpicamente de las normas establecidas en el código de circulación y pasándoselas por el forro, decide en la tarde del día de autos, coger el ídem en singular, y tras beberse una tras otra, varias botellas de vino con denominación de origen desconocido, cogió tal cogorza que provocó que el dios Baco quedara pequeño ante su presencia. Mamado como iba, atropelló al peatón que….”

Y si este razonamiento parece de lo más normal, de lo más lógico, uno se pregunta por qué en los últimos días ha sido titular, más aún, ha aparecido en un auto judicial, términos que parecen más dignos del lenguaje vulgar, coloquial, o del llamado populacho, de esos que tocan y tocamos con los pies en la tierra. Hay términos que en vez de instruir parece que sentencian, incluso alguno pensará que se ensañan.

Y las formas deben ser las formas. Y más si vienen de dineros públicos, por mucho que, presunta, supuesta y casi por seguro, otros dineros públicos desaparecieran por infracciones que ahora se intentan descubrir.

Cuanta mayor sea la corrección en las formas, más creíbles serán los fallos condenatorios. Cuanta mayor sea la imparcialidad demostrada, mayor será la credibilidad en la cosa juzgada.

Y esto, de oficio debería, tendría, que poderse corregir. De lo contrario, podríamos llegar a crear pequeños dioses.
PUBLICADO EL 6 ABRIL 2010, EN EL DIARIO MENORCA.