Los agentes sociales por fin hicieron su aparición. Uno ya les echaba de menos. Pero no fue para defender a los obreros, no. De repente aparecen y defienden a Garzón. O critican al Supremo, vaya usted a saber. Y no estaban solos. Había representantes del mundo jurídico que también criticaban y defendían. Y se reunían en la universidad, como en tiempos del franquismo. Era un caldo de cultivo propicio para estar arropados. No en vano, la universidad puede representar tanto la inconformidad como la tolerancia. Y en esta ocasión, la inconformidad fue la protagonista.
Como lo es en todo lo que se desvirtúa de la realidad. Los agentes sociales parecen sordos ante las encuestas del CIS. El paro, la crisis, la jubilación, poco o nada quedan representados en estas inconformidades. O tal vez, somos nosotros quienes no estamos atentos a las verdaderas preocupaciones del pueblo llano. ¿Qué me importa a mí que procesen o investiguen a un juez? ¿Qué puede temer un juez de las decisiones que tome un tribunal? ¿Acaso no creemos en la competencia, la sabiduría, el buen hacer de todos y cada uno de los jueces?
¿Acaso creen, piensan, intentan, estos agentes sociales, estos representantes del mundo jurídico, que pueden, que están en condiciones, de influenciar en las decisiones de un órgano independiente? Igual ocurre con la tan esperada sentencia del Constitucional con respecto al Estatut catalán. Y es que el patio está crispado.
Y la crispación es alentada, propiciada por unos y no evitada por otros. Y la solución no es otra que tomar el toro por los cuernos, por mucho que se opongan estos activistas antitaurinos. Y es que hemos llegado al punto en que todo es cuestionable y opinable. Mi verdad es la verdad y todo lo demás es mentira.
Pero estas verdades están fabricando muchos dioses en minúsculas y esto es más perjudicial que beneficioso. Cuestionar una resolución judicial es saludable, como lo es cuestionar una decisión política. Pero la sensatez también hay que trabajarla. Si cuestionamos una resolución judicial, debemos ejercitar nuestro derecho a opinar sobre todas ellas, no sólo sobre la que más nos interese. Si cuestionamos una decisión política, debemos razonar todas las opiniones políticas. Si condenamos la corrupción, debemos condenar todas las corrupciones, vengan éstas de donde vengan. Si hablamos de la Constitución debemos validarla o cambiarla, no negarla.
Y aquí está la solución. Aquí está el problema. La Constitución fue elaborada ambigua a propósito. Eran momentos difíciles y la inteligencia y la tolerancia hicieron posible un entendimiento. Ahora, treinta y tantos años más tarde, las nuevas mentes no entienden o no quieren entender de tolerancia. Ahora, treinta y tantos años más tarde, con una crisis galopante, con una serie de políticos corruptos, con millones y millones de españoles y asimilados en el paro, en la más pura miseria, necesitan una excusa para desviar toda mira. Ahora, treinta y tantos años más tarde, necesitamos aún del franquismo para echar las culpas o al menos, para que no se las echen a ellos mismos.
Y allí estamos nosotros, defendiendo a mediocres protagonistas de la prensa rosa, roja o azul, mientras los verdaderos fantasmas sobrevuelan los hogares de millones de españoles.
Y esta Constitución, esta ambigua ley de leyes, si hay que cambiarla, renovarla o hacerla de nuevo, se hace, y punto. No valen excusas de miedo en cuanto a monarquía o república. No valen excusas de miedo en cuanto a estado federal u otro. No valen excusas en cuanto al derecho a la vida o a la condena perpetua. Lo que faltan son ideales.
Ideales, valores y sentido de Estado. ¿Qué piensan, qué opinan los políticos de la república? ¿Qué piensan, qué opinan los políticos de la idea del Estado? ¿Qué piensan, qué opinan de la ley electoral, de la elección e independencia de los jueces?. No saben , no contestan.
No saben, no contestan porque no tienen ideas, ni creencias. Van a toque de designación de la cúpula. Van a toque de negociación. Tanto les daría apoyar una u otra opción. Y esto no es serio. Como tampoco lo es que en España no haya una oposición seria, con opción a gobernar.
La renovación de la especie –política- no se da en España. Ni se dará mientras elefantes del pasado reciente se aferren a un cargo. España necesita caras nuevas, muchas caras nuevas, aunque para ello se tengan que sacrificar los apegados a cargos y demás prebendas. Y si es necesario sacrificar partidos, se sacrifican. Y se crean de nuevos. ¿Quién será capaz de votar a un Rajoy que no ha sabido poner orden en su partido? ¿Con qué ilusión se pueden presentar nuevas caras en un Partido Popular intoxicado de tanta corrupción? ¿Por qué no extinguir el partido y crear uno nuevo con nuevos líderes que trajeran nuevos aires de renovación y seriedad? ¿Por qué no renovar tanto político socialista y elevar nuevas caras que traigan ilusión a los gobernados? ¿Por qué no poner a tanto partido bisagra en su sitio y dejar gobernar a quienes han obtenido la confianza del pueblo?
Necesitamos una renovación en la especie política. Una renovación en los ideales. Pero para ello, necesitamos tener ideales, necesitamos trabajar nuestra cultura política, nuestra inteligencia social. Y mientras sigamos intoxicados en mediocridades mediáticas, adictos al juego político que se nos impone, seguiremos siendo robots, máquinas de hacer votos, y capaces de justificar cualquier evento enjuiciable.
Como lo es en todo lo que se desvirtúa de la realidad. Los agentes sociales parecen sordos ante las encuestas del CIS. El paro, la crisis, la jubilación, poco o nada quedan representados en estas inconformidades. O tal vez, somos nosotros quienes no estamos atentos a las verdaderas preocupaciones del pueblo llano. ¿Qué me importa a mí que procesen o investiguen a un juez? ¿Qué puede temer un juez de las decisiones que tome un tribunal? ¿Acaso no creemos en la competencia, la sabiduría, el buen hacer de todos y cada uno de los jueces?
¿Acaso creen, piensan, intentan, estos agentes sociales, estos representantes del mundo jurídico, que pueden, que están en condiciones, de influenciar en las decisiones de un órgano independiente? Igual ocurre con la tan esperada sentencia del Constitucional con respecto al Estatut catalán. Y es que el patio está crispado.
Y la crispación es alentada, propiciada por unos y no evitada por otros. Y la solución no es otra que tomar el toro por los cuernos, por mucho que se opongan estos activistas antitaurinos. Y es que hemos llegado al punto en que todo es cuestionable y opinable. Mi verdad es la verdad y todo lo demás es mentira.
Pero estas verdades están fabricando muchos dioses en minúsculas y esto es más perjudicial que beneficioso. Cuestionar una resolución judicial es saludable, como lo es cuestionar una decisión política. Pero la sensatez también hay que trabajarla. Si cuestionamos una resolución judicial, debemos ejercitar nuestro derecho a opinar sobre todas ellas, no sólo sobre la que más nos interese. Si cuestionamos una decisión política, debemos razonar todas las opiniones políticas. Si condenamos la corrupción, debemos condenar todas las corrupciones, vengan éstas de donde vengan. Si hablamos de la Constitución debemos validarla o cambiarla, no negarla.
Y aquí está la solución. Aquí está el problema. La Constitución fue elaborada ambigua a propósito. Eran momentos difíciles y la inteligencia y la tolerancia hicieron posible un entendimiento. Ahora, treinta y tantos años más tarde, las nuevas mentes no entienden o no quieren entender de tolerancia. Ahora, treinta y tantos años más tarde, con una crisis galopante, con una serie de políticos corruptos, con millones y millones de españoles y asimilados en el paro, en la más pura miseria, necesitan una excusa para desviar toda mira. Ahora, treinta y tantos años más tarde, necesitamos aún del franquismo para echar las culpas o al menos, para que no se las echen a ellos mismos.
Y allí estamos nosotros, defendiendo a mediocres protagonistas de la prensa rosa, roja o azul, mientras los verdaderos fantasmas sobrevuelan los hogares de millones de españoles.
Y esta Constitución, esta ambigua ley de leyes, si hay que cambiarla, renovarla o hacerla de nuevo, se hace, y punto. No valen excusas de miedo en cuanto a monarquía o república. No valen excusas de miedo en cuanto a estado federal u otro. No valen excusas en cuanto al derecho a la vida o a la condena perpetua. Lo que faltan son ideales.
Ideales, valores y sentido de Estado. ¿Qué piensan, qué opinan los políticos de la república? ¿Qué piensan, qué opinan los políticos de la idea del Estado? ¿Qué piensan, qué opinan de la ley electoral, de la elección e independencia de los jueces?. No saben , no contestan.
No saben, no contestan porque no tienen ideas, ni creencias. Van a toque de designación de la cúpula. Van a toque de negociación. Tanto les daría apoyar una u otra opción. Y esto no es serio. Como tampoco lo es que en España no haya una oposición seria, con opción a gobernar.
La renovación de la especie –política- no se da en España. Ni se dará mientras elefantes del pasado reciente se aferren a un cargo. España necesita caras nuevas, muchas caras nuevas, aunque para ello se tengan que sacrificar los apegados a cargos y demás prebendas. Y si es necesario sacrificar partidos, se sacrifican. Y se crean de nuevos. ¿Quién será capaz de votar a un Rajoy que no ha sabido poner orden en su partido? ¿Con qué ilusión se pueden presentar nuevas caras en un Partido Popular intoxicado de tanta corrupción? ¿Por qué no extinguir el partido y crear uno nuevo con nuevos líderes que trajeran nuevos aires de renovación y seriedad? ¿Por qué no renovar tanto político socialista y elevar nuevas caras que traigan ilusión a los gobernados? ¿Por qué no poner a tanto partido bisagra en su sitio y dejar gobernar a quienes han obtenido la confianza del pueblo?
Necesitamos una renovación en la especie política. Una renovación en los ideales. Pero para ello, necesitamos tener ideales, necesitamos trabajar nuestra cultura política, nuestra inteligencia social. Y mientras sigamos intoxicados en mediocridades mediáticas, adictos al juego político que se nos impone, seguiremos siendo robots, máquinas de hacer votos, y capaces de justificar cualquier evento enjuiciable.
P.D. El montante institucional, por no llamarlo de chantaje, de Sant Lluis, es prueba palpable de que lo justo y lo político juegan en diferentes estadios. Y eso que son partidos afines. O al menos, no enemigos declarados.
abril 2010