O propia…., que uno sigue siendo contribuyente. Atrás quedan los años en que el orgullo pagaba su impuesto. Al menos, aunque a uno le tiranizaran, aunque a uno le birlaran derechos, le despreciaran en público o el escarnio fuera moneda corriente, siempre quedaba aquel vestigio de que el orgullo de ser español, menorquín, ideología o creencia, bien valía el pago de aquella tasa inherente al cargo.
Ahora, el impuesto -y elevado al cubo- sigue presente. Tampoco es que haya desaparecido ni la tiranía, ni el escarnio. Éstas también se han elevado hasta llegar a cotas inesperadas. Lo que sí nos han rebajado, cuando no aniquilado, es el orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿De decir que se es español? ¿De decir que se es balear?. Si decirse uno español o balear es compararlo a uno con Zapatero o Matas, ¿qué orgullo puede haber?
La siempre presunta incapacidad de Zapatero para sacarnos de la crisis, y las presuntas irregularidades económicas –por no llamarlas de otra manera- de Matas, deben ser el hazmerreír de todos los comentarios extranjeros. Y ya no digamos si el tema de la piscina de Sant Lluis siguiera el proceso judicial. Cuatro y pocos más.
Cuatro y pocos más son quienes dirigen nuestras vidas sociales. Ell@s deciden cuando trabajamos, qué cobramos, cuando nos jubilamos y qué debemos gastar en comida, en educación, en sanidad e incluso en nuestro ocio. Son nuestro gran hermano en mayúsculas. Bien camuflados, eso sí, en unas urnas transparentes donde cada cierto tiempo volvemos a introducir sus nombres para, por mandato nuestro, seguir fabricando nuestro futuro.
Nuestro futuro y nuestro pasado. Y el futuro de nuestros hijos. Y de nuestros mayores. Son, se creen, dioses. Dioses terrenales y con pies de barro. De lodo. De estiércol, incluso alguno. Pero allí están, idolatrados por unos, odiados por otros. Fifty-fifty y ya les sobra. Y se bastan.
No necesitan estudios ni conocimientos. Improvisan, aceleran y ralentizan. Ellos hacen y deshacen. Mienten y desmienten. Pactan, negocian , deciden e intentan escurrir el bulto bajo la firma de un subordinado, un informe bien pagado o un cargo de confianza. Muchos de ellos estudiaron derecho, otros se quedaron a medio camino. Poco a poco son noticia. Empiezan a pisar juzgados, sin toga y con manillas. También pagan fianza por haber perdido en las urnas, la confianza en el partido.
Y la que ellos no tienen, de vergüenza propia y ajena, se nos traslada a nosotros, por negada solvencia. Propios electores y ajenos, con y sin empatía, se rasgan las vestiduras. Del hilo salió la arena, que no el ovillo. Del hilo también los millones, los televisores y demás gastos sin contemplar.
Es tiempo de vergüenza, de duelo en comicios. Es tiempo de ganar cordura, de negar tanta locura, de limpiar retretes y sacar la basura. Es tiempo de cerrar candado, asegurar la puerta, y tirar la llave. De tirar la cadena, de limpiar el inodoro, y de olvidarnos de tanto moño……
Ahora, el impuesto -y elevado al cubo- sigue presente. Tampoco es que haya desaparecido ni la tiranía, ni el escarnio. Éstas también se han elevado hasta llegar a cotas inesperadas. Lo que sí nos han rebajado, cuando no aniquilado, es el orgullo. ¿Orgullo de qué? ¿De decir que se es español? ¿De decir que se es balear?. Si decirse uno español o balear es compararlo a uno con Zapatero o Matas, ¿qué orgullo puede haber?
La siempre presunta incapacidad de Zapatero para sacarnos de la crisis, y las presuntas irregularidades económicas –por no llamarlas de otra manera- de Matas, deben ser el hazmerreír de todos los comentarios extranjeros. Y ya no digamos si el tema de la piscina de Sant Lluis siguiera el proceso judicial. Cuatro y pocos más.
Cuatro y pocos más son quienes dirigen nuestras vidas sociales. Ell@s deciden cuando trabajamos, qué cobramos, cuando nos jubilamos y qué debemos gastar en comida, en educación, en sanidad e incluso en nuestro ocio. Son nuestro gran hermano en mayúsculas. Bien camuflados, eso sí, en unas urnas transparentes donde cada cierto tiempo volvemos a introducir sus nombres para, por mandato nuestro, seguir fabricando nuestro futuro.
Nuestro futuro y nuestro pasado. Y el futuro de nuestros hijos. Y de nuestros mayores. Son, se creen, dioses. Dioses terrenales y con pies de barro. De lodo. De estiércol, incluso alguno. Pero allí están, idolatrados por unos, odiados por otros. Fifty-fifty y ya les sobra. Y se bastan.
No necesitan estudios ni conocimientos. Improvisan, aceleran y ralentizan. Ellos hacen y deshacen. Mienten y desmienten. Pactan, negocian , deciden e intentan escurrir el bulto bajo la firma de un subordinado, un informe bien pagado o un cargo de confianza. Muchos de ellos estudiaron derecho, otros se quedaron a medio camino. Poco a poco son noticia. Empiezan a pisar juzgados, sin toga y con manillas. También pagan fianza por haber perdido en las urnas, la confianza en el partido.
Y la que ellos no tienen, de vergüenza propia y ajena, se nos traslada a nosotros, por negada solvencia. Propios electores y ajenos, con y sin empatía, se rasgan las vestiduras. Del hilo salió la arena, que no el ovillo. Del hilo también los millones, los televisores y demás gastos sin contemplar.
Es tiempo de vergüenza, de duelo en comicios. Es tiempo de ganar cordura, de negar tanta locura, de limpiar retretes y sacar la basura. Es tiempo de cerrar candado, asegurar la puerta, y tirar la llave. De tirar la cadena, de limpiar el inodoro, y de olvidarnos de tanto moño……
abril 2010