…Van despacio. O nunca es tarde, cuando la dicha es buena. O más vale tarde, que nunca. Y seguro que encontraríamos más refranes y dichos populares para añadir a esta lista, pero no es mi intención el aburrir al lector con ellas. El motivo del título es la aparición en dos fachadas de sendos edificios educativos, de las placas conmemorativas de la inauguración del curso escolar 2008-09 por sus majestades los reyes.
Dos placas nuevas, por supuesto. Y a escasos metros de donde hace casi dos años y medio fueron descubiertas. Descubiertas y casi al unísono hechas desaparecer. Pero no crea el lector que desaparecieron por aquello de un acto incívico, gamberrada o similar, no. Simplemente por decisión de unos y de otros. Digo de unos, porque alguien debió de dar la orden. Y digo de otros, porque según parece, el nombre en catalán no gustó y así se hizo saber.
El problema no es ni lo uno –la desaparición- ni lo otro –la aparición-. El problema son ambos. O ninguno. O todo lo contrario. La rumorología, la radio macuto o el boca a boca, dejó claro que presuntamente a su majestad no le gustó la catalanización de su nombre, y que por ello se retiraron las placas conmemorativas para rectificarlas. Lo que uno ya no entiende es que para rectificar dos letras, o lo que es lo mismo, para hacer dos nuevas placas, hayan tenido que tardar dos años y cinco meses.
Uno ya sabe que el problema del transporte es un tema serio, que el tema del trabajo es aún más serio, y que a la administración le cuesta y mucho el pagar a sus proveedores y trabajadores, también. Todo esto puede, como no, ayudar a retrasar la restitución de aquellas dos placas…., pero tardar casi dos años y medio en reponerlas ya es difícil de creer.
Y eso que en el año dos mil ocho, la crisis aún no había llegado al discurso de nuestro invicto presidente. Ni en el de sus socios catalanes, vascos y canarios. Y es de entender que quienes programaron tal evento, con tanta autoridad, tanto vuelo y tanto coche oficial, debían tener cierto conocimiento de protocolo y formas. A no ser, claro, que algún iluminado quisiera dejar su huella lingüística para la posterioridad.
Joan Ramis dejó escrito que los primeros pobladores de la isla llegaron motivados por su audacia, su mucha curiosidad y el deseo de mejorar su suerte. Desde entonces, han sido muchos quienes se han acercado hacia nosotros motivados de igual forma. Ahora, tras la recolocación de estas placas, la duda sobrevuela sobre la motivación de quien en un momento la pifió y por supuesto, la causa-motivo de tal aparición con la tardanza establecida.
Dos años y medio ya dan para el olvido. Con dos años y medio, bien pudiera haber quedado sin colocar. O por la misma razón, sin rectificar. ¿Quién se impuso a quién?. Sin duda, el desgaste es la mejor forma de ganar en política. Se promete el cambio, pero se ralentiza su realización.
Son promesas estériles. Democráticas, eso sí.
Dos placas nuevas, por supuesto. Y a escasos metros de donde hace casi dos años y medio fueron descubiertas. Descubiertas y casi al unísono hechas desaparecer. Pero no crea el lector que desaparecieron por aquello de un acto incívico, gamberrada o similar, no. Simplemente por decisión de unos y de otros. Digo de unos, porque alguien debió de dar la orden. Y digo de otros, porque según parece, el nombre en catalán no gustó y así se hizo saber.
El problema no es ni lo uno –la desaparición- ni lo otro –la aparición-. El problema son ambos. O ninguno. O todo lo contrario. La rumorología, la radio macuto o el boca a boca, dejó claro que presuntamente a su majestad no le gustó la catalanización de su nombre, y que por ello se retiraron las placas conmemorativas para rectificarlas. Lo que uno ya no entiende es que para rectificar dos letras, o lo que es lo mismo, para hacer dos nuevas placas, hayan tenido que tardar dos años y cinco meses.
Uno ya sabe que el problema del transporte es un tema serio, que el tema del trabajo es aún más serio, y que a la administración le cuesta y mucho el pagar a sus proveedores y trabajadores, también. Todo esto puede, como no, ayudar a retrasar la restitución de aquellas dos placas…., pero tardar casi dos años y medio en reponerlas ya es difícil de creer.
Y eso que en el año dos mil ocho, la crisis aún no había llegado al discurso de nuestro invicto presidente. Ni en el de sus socios catalanes, vascos y canarios. Y es de entender que quienes programaron tal evento, con tanta autoridad, tanto vuelo y tanto coche oficial, debían tener cierto conocimiento de protocolo y formas. A no ser, claro, que algún iluminado quisiera dejar su huella lingüística para la posterioridad.
Joan Ramis dejó escrito que los primeros pobladores de la isla llegaron motivados por su audacia, su mucha curiosidad y el deseo de mejorar su suerte. Desde entonces, han sido muchos quienes se han acercado hacia nosotros motivados de igual forma. Ahora, tras la recolocación de estas placas, la duda sobrevuela sobre la motivación de quien en un momento la pifió y por supuesto, la causa-motivo de tal aparición con la tardanza establecida.
Dos años y medio ya dan para el olvido. Con dos años y medio, bien pudiera haber quedado sin colocar. O por la misma razón, sin rectificar. ¿Quién se impuso a quién?. Sin duda, el desgaste es la mejor forma de ganar en política. Se promete el cambio, pero se ralentiza su realización.
Son promesas estériles. Democráticas, eso sí.
Y durante estos dos años y medio, a estas placas le han crecido faltas ortográficas. O al menos, a las actuales. En su última aparición pública, la Real Academia de la Lengua nos recomienda que su majestad el rey se escriba en minúscula si el tratamiento y cargo van seguidos del nombre.
Sobraría por tanto en dichas placas, tanta mayúscula, a no ser, claro que por aquello de la catalanización de la misma, que el catalán –como regla gramatical- discrepe.
Y aquí entra en juego el lema del Instituto Joan Ramis : “Tradición e Innovación”.
Regla catalana, tratamiento catalán, nombre castellano.
PUBLICADO EL 14 FEBRERO 2011, EN EL DIARIO MENORCA.