La velocidad de caída de nuestra economía ya no es uniforme, es uniformemente acelerado, de caída libre, vamos. Algunos optimistas del ramo, incluso con esta nueva calificación física, predecían que la distancia a recorrer era ya mínima –uno no sabe si porque al final remontaríamos el vuelo o nos estrellaríamos en el suelo- y propugnaban buenos augurios para la economía española. Lo cierto, es todo lo contrario.
Tras los cien días de gracia parece que las cosas no se arreglan. Y no se arreglan sencillamente porque lo que se ha destruido en siete años no se puede arreglar en cien días. Ni en cien ni en quinientos. Pero bueno es que vayamos recortando gastos y levantando pilares. Las tijeras deben cortar lo superfluo y afianzar lo necesario. Y aquí es donde las opiniones no se encuentran.
Divergentes. Los recortes en personal sólo aumentarán el número de parados y con ello ralentizar el consumo y vaciar más las arcas –si es que aún hay algo en su interior-. Si la educación y la sanidad son parte esencial en una sociedad democrática, recortemos gastos superfluos como la compra de ordenadores portátiles o apliquemos la compra de genéricos, pongamos por caso. Pero estas medidas tienen también sus días contados. ¿Acaso no creen que al haber mayor demanda de genéricos, éstos no cotizarán a mayor precio?
La ley de la oferta y la demanda marca tendencias. Tendencias y mercadeo. Lo vemos estos días cuando se hablan ya de listas para el 20-N. Todos quieren asegurar la silla o poltrona para cuatro años más. Tanto da que se esté en la oposición o en el gobierno. El sueldo empieza a ser apetecible desde el cargo de asesor del secretario del diputado y no digamos en el caso del titular del escaño. Y aquí nadie habla de recortes. Y sería fácil recortar. Con tijeras de poda, claro. O con alicates. Para el caso, tanto da.
Y la solución es fácil. Una vez celebradas las elecciones, el tanto por ciento de cada formación política se materializa ante un máximo de diez, veinte, treinta diputados, pongamos por caso. Y en vez de los trescientos y tantos o más diputados, con treinta –con la misma proporción- serían los salvadores patrios que decidirían nuestro futuro y el de los suyos. Y del senado, mejor no hablar.
En el otro bando –en el del asalariado, parados y afines- también hay soluciones. La solución pasa por eliminar prebendas. Por decreto –eso que tan bien sabe hacer Zapatero versión Rubalcaba- se suprimiría las prebendas de sábados, domingos y festivos, nocturnos y veraniegos. O lo que es lo mismo, hacer que la igualdad invada nuestras vidas.
Igualar el domingo a un martes, un día de noviembre con uno de agosto, y una noche de sábado con la noche del miércoles, aportaría –al menos algún asesor de los seiscientos que pagamos para Zapatero versión Rubalcaba, así lo firmaría- un mayor movimiento en los comercios y un menor coste para el empresario. Y eso es lo que demanda la economía de mercado. Mayores ingresos, menores costes.
Y tan felices. Y si no, sólo hay que recurrir a lo insinuado por una compañía eléctrica ante tanta morosidad, que prevé subir las tarifas para garantizar los beneficios. Y lo que no dice es que cuanta mayor sea la subida, mayor será la morosidad, y por ende vuelta a empezar. Y el egoísmo no es bueno.
Y la implicación del Estado es nula. Al menos en imparcialidad. El impuesto a las grandes fortunas llega en tono electoral y tras haber mantenido relaciones durante años con los banqueros. El divorcio se traduce en que todos salen ganando, excepto los descendientes que se quedan traumatizados y entre dos aguas. Gobierno y empresarios amagan un conflicto en el que sólo saldrán perjudicados los ciudadanos, verdaderos descendientes de todo lo orquestado desde la cúspide de la pirámide constitucional.
Y de indignados, ni se oye ni se comenta. Supongo estarán reciclándose para la próxima contienda electoral. Los cursos de verano pasan la reválida de otoño y en noviembre pasarán la selectividad. Volveremos sin duda a encontrarnos campamentos disconformes e inconformistas. Y la solución a veces es más fácil de lo que uno se plantea. Y para ello hay que estar atentos a las noticias de segundo orden. Desde el poder, claro.
Ahora resulta que los presos británicos vienen a nuestra recién estrenada cárcel porque hay conexión aérea desde Menorca con Gran Bretaña. ¿Y acaso no la hay también en Palma?, se pregunta incrédulo uno. Y con Barcelona. Y con Madrid, aunque nos retiren algunos vuelos.
Y a pesar de ello, seguimos cayendo. Las guías y las horarias no se atreven a proponerse por aquello del qué dirán, de la seguridad, de la oscuridad aparente. O simplemente por el coste de un regulador horario que ya no tiene cabida en el presupuesto.
Y de presupuestos Rubalcaba sabe mucho. Dice ahora que la ley que se plantea aprobar por lo del impuesto sobre patrimonio no está bien redactada. ¿Estará hecha bajo los dictados de la banca? De todos modos, Rubalcaba y Zapatero la aprobarán. ¿Alguien entiende tanto cinismo?
Seguimos cayendo.
Tras los cien días de gracia parece que las cosas no se arreglan. Y no se arreglan sencillamente porque lo que se ha destruido en siete años no se puede arreglar en cien días. Ni en cien ni en quinientos. Pero bueno es que vayamos recortando gastos y levantando pilares. Las tijeras deben cortar lo superfluo y afianzar lo necesario. Y aquí es donde las opiniones no se encuentran.
Divergentes. Los recortes en personal sólo aumentarán el número de parados y con ello ralentizar el consumo y vaciar más las arcas –si es que aún hay algo en su interior-. Si la educación y la sanidad son parte esencial en una sociedad democrática, recortemos gastos superfluos como la compra de ordenadores portátiles o apliquemos la compra de genéricos, pongamos por caso. Pero estas medidas tienen también sus días contados. ¿Acaso no creen que al haber mayor demanda de genéricos, éstos no cotizarán a mayor precio?
La ley de la oferta y la demanda marca tendencias. Tendencias y mercadeo. Lo vemos estos días cuando se hablan ya de listas para el 20-N. Todos quieren asegurar la silla o poltrona para cuatro años más. Tanto da que se esté en la oposición o en el gobierno. El sueldo empieza a ser apetecible desde el cargo de asesor del secretario del diputado y no digamos en el caso del titular del escaño. Y aquí nadie habla de recortes. Y sería fácil recortar. Con tijeras de poda, claro. O con alicates. Para el caso, tanto da.
Y la solución es fácil. Una vez celebradas las elecciones, el tanto por ciento de cada formación política se materializa ante un máximo de diez, veinte, treinta diputados, pongamos por caso. Y en vez de los trescientos y tantos o más diputados, con treinta –con la misma proporción- serían los salvadores patrios que decidirían nuestro futuro y el de los suyos. Y del senado, mejor no hablar.
En el otro bando –en el del asalariado, parados y afines- también hay soluciones. La solución pasa por eliminar prebendas. Por decreto –eso que tan bien sabe hacer Zapatero versión Rubalcaba- se suprimiría las prebendas de sábados, domingos y festivos, nocturnos y veraniegos. O lo que es lo mismo, hacer que la igualdad invada nuestras vidas.
Igualar el domingo a un martes, un día de noviembre con uno de agosto, y una noche de sábado con la noche del miércoles, aportaría –al menos algún asesor de los seiscientos que pagamos para Zapatero versión Rubalcaba, así lo firmaría- un mayor movimiento en los comercios y un menor coste para el empresario. Y eso es lo que demanda la economía de mercado. Mayores ingresos, menores costes.
Y tan felices. Y si no, sólo hay que recurrir a lo insinuado por una compañía eléctrica ante tanta morosidad, que prevé subir las tarifas para garantizar los beneficios. Y lo que no dice es que cuanta mayor sea la subida, mayor será la morosidad, y por ende vuelta a empezar. Y el egoísmo no es bueno.
Y la implicación del Estado es nula. Al menos en imparcialidad. El impuesto a las grandes fortunas llega en tono electoral y tras haber mantenido relaciones durante años con los banqueros. El divorcio se traduce en que todos salen ganando, excepto los descendientes que se quedan traumatizados y entre dos aguas. Gobierno y empresarios amagan un conflicto en el que sólo saldrán perjudicados los ciudadanos, verdaderos descendientes de todo lo orquestado desde la cúspide de la pirámide constitucional.
Y de indignados, ni se oye ni se comenta. Supongo estarán reciclándose para la próxima contienda electoral. Los cursos de verano pasan la reválida de otoño y en noviembre pasarán la selectividad. Volveremos sin duda a encontrarnos campamentos disconformes e inconformistas. Y la solución a veces es más fácil de lo que uno se plantea. Y para ello hay que estar atentos a las noticias de segundo orden. Desde el poder, claro.
Ahora resulta que los presos británicos vienen a nuestra recién estrenada cárcel porque hay conexión aérea desde Menorca con Gran Bretaña. ¿Y acaso no la hay también en Palma?, se pregunta incrédulo uno. Y con Barcelona. Y con Madrid, aunque nos retiren algunos vuelos.
Y a pesar de ello, seguimos cayendo. Las guías y las horarias no se atreven a proponerse por aquello del qué dirán, de la seguridad, de la oscuridad aparente. O simplemente por el coste de un regulador horario que ya no tiene cabida en el presupuesto.
Y de presupuestos Rubalcaba sabe mucho. Dice ahora que la ley que se plantea aprobar por lo del impuesto sobre patrimonio no está bien redactada. ¿Estará hecha bajo los dictados de la banca? De todos modos, Rubalcaba y Zapatero la aprobarán. ¿Alguien entiende tanto cinismo?
Seguimos cayendo.
PUBLICADO EL 22 SEPTIEMBRE 2011, EN EL DIARIO MENORCA.