Antes de ponerme ante el teclado de mi ordenador, he dudado. Esta semana tenía muy claro que quería polemizar en el tema candente del Mahón-Maho-Maó. Si no polemizar –son los otros quienes polemizan- por lo menos opinar. Mi duda ha sido si alguien daría aviso a una conocida republicana de otra comunidad, país o principado, y que me llamara iletrado. Pero no me preocupa. No me preocupa porque no creo que la tal republicana pierda su valioso tiempo con un escrito mío. Y si quiere polemizar, el que no va hacerle caso será quien esto escribe.

Y no le voy a hacerle caso, sencillamente porque tengo el derecho constitucional a opinar, por mucho que le pese a la señora republicana. También tendré el derecho –y es de suponer que ella no, a no ser que haya una campaña masiva de empadronamientos como ocurrió meses antes de las últimas elecciones locales- de participar en la consulta sobre el tema. Y además, porque como menorquín, no voy a consentir que venga alguien de otra comunidad autónoma, país o principado a decirme cómo tengo que llamarme, qué tengo que hacer y qué no puedo decir. Y esa es la sensación que me ha dado la señora republicana de marras.

Tampoco me valen los informes hechos a demanda. Tampoco me valen dictámenes de asesores dependientes de organismos, fundaciones y demás instituciones que viven del presupuesto público o de las subvenciones de éstas. Y no me valen, porque si una cosa he aprendido de la democracia es que todo es relativo y temporal. Y el único imperio es, ya no de la ley, sino del poder del pueblo.
Y sobre todo, de sus representantes, de sus votos, de sus castigos y decisiones. Y es que todo lo que se ha erigido puede ser demolido de la misma forma. Y a la señora republicana de marras, esta parte de la democracia parece que no le gusta. O no la tolera. Pero es su problema, no el mío, no el nuestro.

Y muy por seguro que otros informes podrían confirmar tesis opuestas. Como por ejemplo haciendo hincapié en el último párrafo del Vocabulari ortogràfic de l’Institut d’Estudis Catalans del año 1913 –que por cierto data del mes de Janer, en vez de Gener-. Y es que este párrafo – presuntamente olvidado por algunos asesores a demanda- especifica que las normas de Pompeu Fabra y demás, no afectan a los nombres propios geográficos…. Y ahora, ¿quién es la verdadera iletrada?.

Pero tanto me da. A Teruel lo llaman Terol, pese a que su nombre es el de Teruel. En cambio, por imperativo del Boletín Oficial del Estado, la antigua Álava se llama Araba, y Vizcaya es Biscaia, tanto en vasco, como en catalán, gallego o castellano. Y aquí la lingüística catalana, castellana y gallega poco han intervenido.

Y Mahón puede llamarse Maó, puede llamarse Mahó, o seguir siendo Mahón, o como queramos que se llame los mahones, no una señora republicana de tierra adentro.

Tampoco le voy a darle lecciones de lingüística a la señora republicana de tierra adentro, pero sería fácil echar por tierra tanta monserga sobre el topónimo. Con sólo retroceder a los orígenes de nuestra toponimia nos encontraríamos que nuestro Mô proviene del general cartaginés Magón, y de aquí el Portus Magonis romano. Y del Magón derivó a Mahón, con el cambio de la “g” por la “h”. Y punto. Guste o no guste.

Y se vote lo que se vote, Mahón seguirá siendo el nombre de mi ciudad cuando hable en castellano. Y se vote lo que se vote, Mô seguirá siendo el nombre de mi ciudad cuando hable en menorquín. Y si la señora republicana de marras tiene alguna duda que se lo pregunte a Serrat. Él lo tuvo claro.

Yo también, por mucho iletrado que me puedan llamar.

Y siempre nos queda la coletilla del imperativo legal, que tanto gusta usar a algunos que se llaman nacionalistas.


PUBLICADO EL 4 NOVIEMBRE 2011, EN EL DIARIO MENORCA.