Debo reconocer que soy de los que caminando por la calle, y aún sin estar pendiente de la mirada al suelo, si diviso alguna moneda, por pequeña que esa sea, la recojo. También hay que decir, que actualmente el número de las perdidas ha bajado notablemente –o al menos, el de encontradas-.
Pero hoy no voy a hablar –escribir más bien- del número de las perdidas, ni tampoco de las encontradas. Simplemente de las ahorradas, o lo que es lo mismo, de las dejadas de perder.
Desde que empezó la crisis, o mejor dicho, desde que la crisis me tomó a mí –tampoco me refiero a la de los cuarenta años- he cambiado hábitos y adoptado algunas modificaciones estructurales a fin de menguar dichos efectos.
Primeramente incidí en cuestiones donde el ahorro se hizo notar en mayor medida. Los recibos de los seguros del automóvil, de la vivienda, de decesos fueron los que en mejor medida salieron beneficiadas por la crisis, y por la competencia entre las compañías. Los trasvases de planes de pensiones, de nómina y de contrato de telefonía, otro tanto. Pero no fue suficiente.
La crisis no tocaba aún fondo y las medidas económicas tomadas en el ámbito familiar aún no observaban brote verde alguno, sino todo lo contrario.
El dicho de que “a perro flaco todo se le vuelven pulgas” se hacía patente. Ya no se podría recortar si no era a base de recortar derechos personales. Y ello no era contemplado en el ambiente. De momento, al menos.
Había pero, que tomar más medidas de ajuste, testimoniales tal vez, que no afectaran a los derechos, y en cierta manera, aportaran el famoso granito de arena, del que siempre nos han hablado.
Dichas medidas no ayudarán a crear empleo, sino más bien todo lo contrario, pero ayudarán en algo, a la economía familiar. ¿Cómo compaginar economía con trabajo? Difícil. ¿Eh?.
Y el granito de arena empieza con el pan nuestro de cada día. Efectivamente, con el del desayuno, por ejemplo.
Al inicio de la crisis, mi economía doméstica restaba un euro diez céntimos diarios por la compra del pan. Eso hacía unos cuatrocientos euros anuales.
A mitad de la crisis, sustituí aquellas dos barritas de pan por una baguette de a un euro, para de pronto abaratarse a cincuenta céntimos la pieza, lo que representó un ahorro anual de más de doscientos euros. Pero la crisis, continúa.
La crisis continúa y los recortes salariales se imponen. Y los gastos, aumentan.
El instinto de supervivencia se resiste a alzar bandera de rendición y sigue con sus tejemanejes. Actualmente, de la baguette de a cincuenta céntimos pasamos a la de a cuarenta. No es mucho, pero es un capricho. Incluso podríamos llegar a la de a treinta y nueve céntimos, o lo que viene a ser a tres euros y medio más de ahorro anual. Pero eso lo dejaremos para más adelante.
De momento es como un capricho como si cada día encontrara diez céntimos sobre la acera, bajo ella o en medio de la calzada. Diez céntimos diarios son treinta y tantos de euros anuales. Y aunque ello no represente ni el recorte del salario de un mes, puede representar la inversión en la compra de un décimo de lotería de Navidad o del Niño. Una inversión por el simbólico precio de diez céntimos. Una ilusión, una….
Y eso sólo por comprar pan. Luego viene la compra del aceite, del azúcar, de las patatas, del pescado…… ¡Que nos de al menos para comprar un décimo de cada terminación…..! ¡ Al menos, algo nos tocará!.
Si al final…., la crisis nos volverá más espabilados, más ahorradores y menos tiquismiquis.
Pero hoy no voy a hablar –escribir más bien- del número de las perdidas, ni tampoco de las encontradas. Simplemente de las ahorradas, o lo que es lo mismo, de las dejadas de perder.
Desde que empezó la crisis, o mejor dicho, desde que la crisis me tomó a mí –tampoco me refiero a la de los cuarenta años- he cambiado hábitos y adoptado algunas modificaciones estructurales a fin de menguar dichos efectos.
Primeramente incidí en cuestiones donde el ahorro se hizo notar en mayor medida. Los recibos de los seguros del automóvil, de la vivienda, de decesos fueron los que en mejor medida salieron beneficiadas por la crisis, y por la competencia entre las compañías. Los trasvases de planes de pensiones, de nómina y de contrato de telefonía, otro tanto. Pero no fue suficiente.
La crisis no tocaba aún fondo y las medidas económicas tomadas en el ámbito familiar aún no observaban brote verde alguno, sino todo lo contrario.
El dicho de que “a perro flaco todo se le vuelven pulgas” se hacía patente. Ya no se podría recortar si no era a base de recortar derechos personales. Y ello no era contemplado en el ambiente. De momento, al menos.
Había pero, que tomar más medidas de ajuste, testimoniales tal vez, que no afectaran a los derechos, y en cierta manera, aportaran el famoso granito de arena, del que siempre nos han hablado.
Dichas medidas no ayudarán a crear empleo, sino más bien todo lo contrario, pero ayudarán en algo, a la economía familiar. ¿Cómo compaginar economía con trabajo? Difícil. ¿Eh?.
Y el granito de arena empieza con el pan nuestro de cada día. Efectivamente, con el del desayuno, por ejemplo.
Al inicio de la crisis, mi economía doméstica restaba un euro diez céntimos diarios por la compra del pan. Eso hacía unos cuatrocientos euros anuales.
A mitad de la crisis, sustituí aquellas dos barritas de pan por una baguette de a un euro, para de pronto abaratarse a cincuenta céntimos la pieza, lo que representó un ahorro anual de más de doscientos euros. Pero la crisis, continúa.
La crisis continúa y los recortes salariales se imponen. Y los gastos, aumentan.
El instinto de supervivencia se resiste a alzar bandera de rendición y sigue con sus tejemanejes. Actualmente, de la baguette de a cincuenta céntimos pasamos a la de a cuarenta. No es mucho, pero es un capricho. Incluso podríamos llegar a la de a treinta y nueve céntimos, o lo que viene a ser a tres euros y medio más de ahorro anual. Pero eso lo dejaremos para más adelante.
De momento es como un capricho como si cada día encontrara diez céntimos sobre la acera, bajo ella o en medio de la calzada. Diez céntimos diarios son treinta y tantos de euros anuales. Y aunque ello no represente ni el recorte del salario de un mes, puede representar la inversión en la compra de un décimo de lotería de Navidad o del Niño. Una inversión por el simbólico precio de diez céntimos. Una ilusión, una….
Y eso sólo por comprar pan. Luego viene la compra del aceite, del azúcar, de las patatas, del pescado…… ¡Que nos de al menos para comprar un décimo de cada terminación…..! ¡ Al menos, algo nos tocará!.
Si al final…., la crisis nos volverá más espabilados, más ahorradores y menos tiquismiquis.
PUBLICADO EL 10 ABRIL 2012, EN EL DIARIO MENORCA.