En estos días santos se suele hablar del propósito de enmienda. También suele ocurrir en las fechas próximas a la Navidad. No en vano, son periodos de nacimiento, muerte y resurrección. De cambio, más o menos orquestado. De renovación del espíritu y de bautismos con la nueva luz y la nueva agua. De limpieza al fin y al cabo.
Limpieza de corazones y de mentes. Sobre todo de mentes. Como si de un borrón y cuenta nueva se tratara. De arrepentimiento. De un arrepentimiento sincero, que brote espontáneamente del dolor, antes de la confesión y perdurable tras recibir la absolución. Y universal. Aunque es difícil, muy difícil hacerlo perdurable. Y sincera.
Jesucristo tuvo palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar. Llegó a decir que si tu mano te es ocasión de pecado, te la cortes; y que si tu ojo es ocasión de pecado, te lo arranques; pues más vale entrar en el Reino de los Cielos manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos o los dos ojos en el fuego del infierno.
Federico aparece cuando menos se lo espera uno. Su ausencia se hacía notar. Ausencia en las confrontaciones electorales, en las victorias, en el cambio… Y su presencia, también. Se presenta un algo dolido. Y con motivo. Suele coincidir con un personaje –personajillo, más bien, por lo de la estatura, vamos- que le saluda de forma efusiva –falsamente, claro está-. Y a sabiendas, le devuelve el saludo por cortesía. Su saludo es también falso, y no le importa. Hace tiempo que la realidad le enseñó a dorar la píldora y a medicarse con las pastillas milagrosas que combaten este mal societal. Sabe que cada saludo efusivo es un beso de Judas. Sabe que cada silencio, también lo es. Sabe que su lengua viperina no hace más que lanzar veneno hacia su persona. ¿Y qué puede hacer uno contra la voluntad del prójimo?, se pregunta.
Y sus raíces le imponen cordura. Dar la otra mejilla, sin duda. Pero no nos engañemos. Dar la otra mejilla no es un acto de cobardía, ni de abulia. Tampoco lo es de caridad, al menos para él. Simplemente, un acto inteligente, razonado, premeditado. Ambos conocen la falsedad propia, aunque el primero es posible que desconozca la de Federico. Y eso ya no es problema de Federico, sino el suyo.
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó con el ejemplo de su vida y de su muerte, que la actitud del cristiano ante el hombre enemigo debe ser la de no resistirle para así vencer el mal con el bien. (Rom. 12,21). Pero el dar la otra mejilla debe entenderse en el contexto del discurso de la Montaña en que Jesucristo reforma la ley judía del talión. (Mt 5,38-42). Dar la otra mejilla representa la rebelión del ofendido hacia el golpe sufrido. Sin duda, será el agresor quien quede en evidencia. Será el mal quien se delatará por si mismo. E incluso el golpe dado con el dorso se convertirá a la palma, y dolerá más al agresor que al ofendido.
“Si alguno te requisa por una milla, vete con él dos”. El judío debía ayudar al romano en su carga, pero sólo una milla. Si era en más de una, el romano sería castigado. Así, Jesucristo nos invita a que pacíficamente hagamos ver a nuestros enemigos la injusticia que se está cometiendo.
Jesucristo cuando es procesado en el sanedrín y un soldado le da una bofetada, no le presenta la otra mejilla, sino que le dice: “Si he hablado mal, muéstrame en qué, y si bien ¿por qué me abofeteas?”. (Jn. 18, 22-23).
Más claro lo deja Santo Tomás de Aquino cuando al hablar de la legítima defensa nos dice que “si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita…, y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro”.
Cada vez más, se identifica al personajillo de marras. Por sus obras, los conoceréis. Para Jesucristo está claro: las obras, los hechos, las actuaciones concretas… Es decir, sus discípulos no se investían de palabras grandilocuentes, ni de figuras que atrajeran por su verborrea o por una apariencia deslumbrante…. El criterio de verificación eran sus obras… Oír no sólo lo que dicen, sino mirar cómo viven, como actúan… Porque, como dice Jesús, al árbol se lo conoce por sus frutos… Quien tiene el Evangelio en su corazón, actuará conforme a lo que dice el Evangelio… En cambio, quien actúe, juzgue e invite a actuar y a juzgar desde criterios distintos al evangelio, no es un discípulo de Jesús y, por tanto, no merece ser escuchado y, menos aún, seguido.
Y el personajillo de marras es de los segundos, de los que no se merece ser escuchado ni menos aún, seguido. Él y sólo él quedará en evidencia. Él y sólo él se delatará, por sus obras, por sus acciones y por sus omisiones. Y como él, todos los personajillos y personajes que hacen del mal su único método de actuación.
Y frente a ellos, paciencia y prudencia. Paciencia para esperar que ellos mismos se delaten. Prudencia para que en el camino de la espera, no obremos el mal que tanto daño nos haría.
Y para terminar, Federico me guiña el ojo. Y termina la sentencia ya no con una cita bíblica, sino más bien un refrán popular que también tiene que ver con tanto Judas que corre por nuestras sociedades, “ a cada cerdo le llega su San Martín”.
Limpieza de corazones y de mentes. Sobre todo de mentes. Como si de un borrón y cuenta nueva se tratara. De arrepentimiento. De un arrepentimiento sincero, que brote espontáneamente del dolor, antes de la confesión y perdurable tras recibir la absolución. Y universal. Aunque es difícil, muy difícil hacerlo perdurable. Y sincera.
Jesucristo tuvo palabras muy duras sobre la obligación de huir de las ocasiones de pecar. Llegó a decir que si tu mano te es ocasión de pecado, te la cortes; y que si tu ojo es ocasión de pecado, te lo arranques; pues más vale entrar en el Reino de los Cielos manco o tuerto, que ser arrojado con las dos manos o los dos ojos en el fuego del infierno.
Federico aparece cuando menos se lo espera uno. Su ausencia se hacía notar. Ausencia en las confrontaciones electorales, en las victorias, en el cambio… Y su presencia, también. Se presenta un algo dolido. Y con motivo. Suele coincidir con un personaje –personajillo, más bien, por lo de la estatura, vamos- que le saluda de forma efusiva –falsamente, claro está-. Y a sabiendas, le devuelve el saludo por cortesía. Su saludo es también falso, y no le importa. Hace tiempo que la realidad le enseñó a dorar la píldora y a medicarse con las pastillas milagrosas que combaten este mal societal. Sabe que cada saludo efusivo es un beso de Judas. Sabe que cada silencio, también lo es. Sabe que su lengua viperina no hace más que lanzar veneno hacia su persona. ¿Y qué puede hacer uno contra la voluntad del prójimo?, se pregunta.
Y sus raíces le imponen cordura. Dar la otra mejilla, sin duda. Pero no nos engañemos. Dar la otra mejilla no es un acto de cobardía, ni de abulia. Tampoco lo es de caridad, al menos para él. Simplemente, un acto inteligente, razonado, premeditado. Ambos conocen la falsedad propia, aunque el primero es posible que desconozca la de Federico. Y eso ya no es problema de Federico, sino el suyo.
Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó con el ejemplo de su vida y de su muerte, que la actitud del cristiano ante el hombre enemigo debe ser la de no resistirle para así vencer el mal con el bien. (Rom. 12,21). Pero el dar la otra mejilla debe entenderse en el contexto del discurso de la Montaña en que Jesucristo reforma la ley judía del talión. (Mt 5,38-42). Dar la otra mejilla representa la rebelión del ofendido hacia el golpe sufrido. Sin duda, será el agresor quien quede en evidencia. Será el mal quien se delatará por si mismo. E incluso el golpe dado con el dorso se convertirá a la palma, y dolerá más al agresor que al ofendido.
“Si alguno te requisa por una milla, vete con él dos”. El judío debía ayudar al romano en su carga, pero sólo una milla. Si era en más de una, el romano sería castigado. Así, Jesucristo nos invita a que pacíficamente hagamos ver a nuestros enemigos la injusticia que se está cometiendo.
Jesucristo cuando es procesado en el sanedrín y un soldado le da una bofetada, no le presenta la otra mejilla, sino que le dice: “Si he hablado mal, muéstrame en qué, y si bien ¿por qué me abofeteas?”. (Jn. 18, 22-23).
Más claro lo deja Santo Tomás de Aquino cuando al hablar de la legítima defensa nos dice que “si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia en forma mesurada, la acción sería lícita…, y no es necesario para la salvación que se omita este acto de protección mesurada a fin de evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que se tiene de velar por la propia vida que por la de otro”.
Cada vez más, se identifica al personajillo de marras. Por sus obras, los conoceréis. Para Jesucristo está claro: las obras, los hechos, las actuaciones concretas… Es decir, sus discípulos no se investían de palabras grandilocuentes, ni de figuras que atrajeran por su verborrea o por una apariencia deslumbrante…. El criterio de verificación eran sus obras… Oír no sólo lo que dicen, sino mirar cómo viven, como actúan… Porque, como dice Jesús, al árbol se lo conoce por sus frutos… Quien tiene el Evangelio en su corazón, actuará conforme a lo que dice el Evangelio… En cambio, quien actúe, juzgue e invite a actuar y a juzgar desde criterios distintos al evangelio, no es un discípulo de Jesús y, por tanto, no merece ser escuchado y, menos aún, seguido.
Y el personajillo de marras es de los segundos, de los que no se merece ser escuchado ni menos aún, seguido. Él y sólo él quedará en evidencia. Él y sólo él se delatará, por sus obras, por sus acciones y por sus omisiones. Y como él, todos los personajillos y personajes que hacen del mal su único método de actuación.
Y frente a ellos, paciencia y prudencia. Paciencia para esperar que ellos mismos se delaten. Prudencia para que en el camino de la espera, no obremos el mal que tanto daño nos haría.
Y para terminar, Federico me guiña el ojo. Y termina la sentencia ya no con una cita bíblica, sino más bien un refrán popular que también tiene que ver con tanto Judas que corre por nuestras sociedades, “ a cada cerdo le llega su San Martín”.
La lección está aprendida. Ahora sólo falta la práctica.
PUBLICADO EL 4 ABRIL 2012, EN EL DIARIO MENORCA.