Cuando en el año 1949 Eric Arthur Blair plasmó su condena a la sociedad totalitaria en su novela “1984”, ya nos alertaba de hasta dónde puede el ser humano ser esclavo de si mismo. Diez años más tarde, EKIN y ciertos sectores de las juventudes del PNV se fusionan y crean la mayor banda de asesinos que haya tenido España. Sesenta años del primero y cincuenta del segundo, ambos eventos aún están en la actualidad de nuestras vidas.
La televisión anuncia la aparición de la temporada número once del programa basura con dicho nombre. Casi en la misma fecha, la misma televisión y demás medios de comunicación, se ven obligados, por imperativo de unos mal nacidos, a retrasmitir los funerales de los dos últimos guardias civiles asesinados por la banda de asesinos.
Semanas antes, estos mismos medios de comunicación daban cuenta de unas pulseras para el control de los maltratadores. Semana más, semana menos, unos agresivos entran en una casa de campo y maltratan a sus ocupantes. La vieja creencia de que la insularidad es un seguro en cuanto a hechos delictivos por aquello del efecto ratonera, se demuestra en desuso. El presunto rumano ya se le supone fuera de nuestras fronteras por mucho que aquellas pateras que en su día no existieron llegaron a la orilla. Y es que la globalización existe para todos.
Los efectos ratoneras han pasado a operaciones jaulas y el resultado se le supone el mismo. Y en menos de setenta y dos horas, las voces ya clamaban para que el turismo no se resintiera. Y es que lo llevamos en los genes.
Tras el 11-S viajar en avión nos supone una merma en nuestra libertad y en nuestra intimidad. Tras el 11-M y después de cinco años y más, las compañías telefónicas que operan con telefonía móvil tienen la oportunidad, con la excusa de las detonaciones vía móvil, de conocer a tanto cliente anónimo que utiliza las recargas como sistema de ahorro. Ahora sólo restará que alguien, por aquello de la seguridad, de la prevención y demás, se le ocurra actualizar a George Orwell y llevarlo a nuestros días.
Me imagino con un chip colocado bajo la piel. Me imagino un satélite detector de cada chip. Me imagino un gran ordenador, un programa tipo Google Earth y una copia de seguridad con los movimientos de los últimos diez días, pongamos por caso. Me imagino que conocer la identidad de quienes entraron en la casa de campo, y conocer la actual ubicación de aquellos chips, no tendría por qué representar problema alguno. Tal vez ya habrían salido de la isla, si, pero su localización –y más ahora sin fronteras- estaría disponible al momento. Igual ocurriría con quienes usan el temporizador para hacer explosionar sus ansias de muerte y dolor. Retrocederíamos –iríamos al pasado, creerá alguno- y encontraríamos la respuesta en el presente.
Y muy por seguro que muchas voces levantarían la voz exigiendo legalidad, derechos e intimidad. Aquella misma intimidad a la que rehusamos cada vez que decidimos viajar a EEUU, a un país árabe o asiático, sería exigida para convivir entre nosotros, en una civilización de libertades, aunque cada vez está más cerca de la vía de extinción.
Pero el problema ya no sería el pasado ni el presente. Ni la intimidad ni los derechos. El problema sería que difícilmente aquellos chips señalarían el futuro de aquellos asesinos, o al menos, el futuro que nos gustaría conocer de ellos. El ministro de la cosa interior, dice que ahora ya no es posible el diálogo. ¿Cuál, el quinto, el sexto, o el undécimo?. Todos creemos saber cómo terminará ETA. Otra cosa es lo que deseemos.
Y creemos saber que no terminará precisamente entre rejas, no. Y es triste que tantos centenares de muertes hayan sido en vano, por mucho que nos lo repitan tras cada atentado. Es triste que individuos –no me atrevo a llamarles personas- que son capaces de matar a otro ser humano, y no mostrar ningún tipo de arrepentimiento ni remordimiento interior, puedan gozar de más derechos, de mayor calidad de vida, y seguramente de un mejor futuro que todos nosotros, y que los familiares de las víctimas, y que sus compañeros…
“1984” sin duda se refería a la sociedad comunista y al control de este estado comunista sobre el individuo. En el 2009 –y antes-, este control se ha impuesto, sí, pero no es el Estado, ni son los poderes. O al menos, en aquel sentido. Son otros quienes controlan nuestras vidas, quienes disponen de ellas.
El comunismo, a pesar de haber perdido poder y presencia en el mundo, aún le quedan reductos de éste, como es el caso de ETA. Reductos que nada tienen que ver con aquella filosofía de Marx ni Engels. Pero allí está, disfrazado de nacionalista, disfrazado de buscador de libertad, disfrazado de todo lo que, entre unos y otros, dejamos que sea. Igual ocurre con el terrorismo islámico, que también nos acecha. Y al que intentamos disfrazarlo de víctima lleno de rencor.
Y por ellos, por culpa de ellos, ya nos controlan en el aeropuerto, por ellos perdemos intimidad en nuestros desplazamientos, por ellos, quien sabe si nuestras conversaciones telefónicas están almacenadas, nuestros e-mails, nuestros ordenadores…. Y ellos siguen matando. Algo falla en este control. ¿Habrá que colocar más cámaras? ¿Habrá que cambiar de controlador?
La respuesta es más sencilla. Con sólo ejemplarizar el castigo, muchos actos delictivos se hubieran evitado. Con el cumplimiento de las penas impuestas, muchos no hubieran tenido ocasión de reincidir. Con haber despolitizado la justicia, muchas conductas seguirían siendo reprochables. ¿Tan difícil es que quienes ostentan el poder se preocupen por las víctimas? ¿Tan difícil es que quienes ostentan el poder, piensen que los próximos pueden ser ellos?.
Seguramente descartan esta opción. De lo contrario, tal vez este escrito no hubiera tenido razón de ser.
La televisión anuncia la aparición de la temporada número once del programa basura con dicho nombre. Casi en la misma fecha, la misma televisión y demás medios de comunicación, se ven obligados, por imperativo de unos mal nacidos, a retrasmitir los funerales de los dos últimos guardias civiles asesinados por la banda de asesinos.
Semanas antes, estos mismos medios de comunicación daban cuenta de unas pulseras para el control de los maltratadores. Semana más, semana menos, unos agresivos entran en una casa de campo y maltratan a sus ocupantes. La vieja creencia de que la insularidad es un seguro en cuanto a hechos delictivos por aquello del efecto ratonera, se demuestra en desuso. El presunto rumano ya se le supone fuera de nuestras fronteras por mucho que aquellas pateras que en su día no existieron llegaron a la orilla. Y es que la globalización existe para todos.
Los efectos ratoneras han pasado a operaciones jaulas y el resultado se le supone el mismo. Y en menos de setenta y dos horas, las voces ya clamaban para que el turismo no se resintiera. Y es que lo llevamos en los genes.
Tras el 11-S viajar en avión nos supone una merma en nuestra libertad y en nuestra intimidad. Tras el 11-M y después de cinco años y más, las compañías telefónicas que operan con telefonía móvil tienen la oportunidad, con la excusa de las detonaciones vía móvil, de conocer a tanto cliente anónimo que utiliza las recargas como sistema de ahorro. Ahora sólo restará que alguien, por aquello de la seguridad, de la prevención y demás, se le ocurra actualizar a George Orwell y llevarlo a nuestros días.
Me imagino con un chip colocado bajo la piel. Me imagino un satélite detector de cada chip. Me imagino un gran ordenador, un programa tipo Google Earth y una copia de seguridad con los movimientos de los últimos diez días, pongamos por caso. Me imagino que conocer la identidad de quienes entraron en la casa de campo, y conocer la actual ubicación de aquellos chips, no tendría por qué representar problema alguno. Tal vez ya habrían salido de la isla, si, pero su localización –y más ahora sin fronteras- estaría disponible al momento. Igual ocurriría con quienes usan el temporizador para hacer explosionar sus ansias de muerte y dolor. Retrocederíamos –iríamos al pasado, creerá alguno- y encontraríamos la respuesta en el presente.
Y muy por seguro que muchas voces levantarían la voz exigiendo legalidad, derechos e intimidad. Aquella misma intimidad a la que rehusamos cada vez que decidimos viajar a EEUU, a un país árabe o asiático, sería exigida para convivir entre nosotros, en una civilización de libertades, aunque cada vez está más cerca de la vía de extinción.
Pero el problema ya no sería el pasado ni el presente. Ni la intimidad ni los derechos. El problema sería que difícilmente aquellos chips señalarían el futuro de aquellos asesinos, o al menos, el futuro que nos gustaría conocer de ellos. El ministro de la cosa interior, dice que ahora ya no es posible el diálogo. ¿Cuál, el quinto, el sexto, o el undécimo?. Todos creemos saber cómo terminará ETA. Otra cosa es lo que deseemos.
Y creemos saber que no terminará precisamente entre rejas, no. Y es triste que tantos centenares de muertes hayan sido en vano, por mucho que nos lo repitan tras cada atentado. Es triste que individuos –no me atrevo a llamarles personas- que son capaces de matar a otro ser humano, y no mostrar ningún tipo de arrepentimiento ni remordimiento interior, puedan gozar de más derechos, de mayor calidad de vida, y seguramente de un mejor futuro que todos nosotros, y que los familiares de las víctimas, y que sus compañeros…
“1984” sin duda se refería a la sociedad comunista y al control de este estado comunista sobre el individuo. En el 2009 –y antes-, este control se ha impuesto, sí, pero no es el Estado, ni son los poderes. O al menos, en aquel sentido. Son otros quienes controlan nuestras vidas, quienes disponen de ellas.
El comunismo, a pesar de haber perdido poder y presencia en el mundo, aún le quedan reductos de éste, como es el caso de ETA. Reductos que nada tienen que ver con aquella filosofía de Marx ni Engels. Pero allí está, disfrazado de nacionalista, disfrazado de buscador de libertad, disfrazado de todo lo que, entre unos y otros, dejamos que sea. Igual ocurre con el terrorismo islámico, que también nos acecha. Y al que intentamos disfrazarlo de víctima lleno de rencor.
Y por ellos, por culpa de ellos, ya nos controlan en el aeropuerto, por ellos perdemos intimidad en nuestros desplazamientos, por ellos, quien sabe si nuestras conversaciones telefónicas están almacenadas, nuestros e-mails, nuestros ordenadores…. Y ellos siguen matando. Algo falla en este control. ¿Habrá que colocar más cámaras? ¿Habrá que cambiar de controlador?
La respuesta es más sencilla. Con sólo ejemplarizar el castigo, muchos actos delictivos se hubieran evitado. Con el cumplimiento de las penas impuestas, muchos no hubieran tenido ocasión de reincidir. Con haber despolitizado la justicia, muchas conductas seguirían siendo reprochables. ¿Tan difícil es que quienes ostentan el poder se preocupen por las víctimas? ¿Tan difícil es que quienes ostentan el poder, piensen que los próximos pueden ser ellos?.
Seguramente descartan esta opción. De lo contrario, tal vez este escrito no hubiera tenido razón de ser.
PUBLICADO EL 6 AGOSTO 2009, EN EL DIARIO MENORCA.