Su utopía era estudiar Derecho y poder ejercer de abogado, de fiscal y de juez en un mismo juicio. Lo sabía imposible, pero su mente siempre dejaba un resquicio para la duda. Y era esa misma duda la que le provocaba volver sobre el estudio, contraponer actitudes y traspasar la línea hasta entonces esgrimida. Y vuelta a empezar.
La realidad lo ha llevado bastante lejos de lo utópico, de su utopía, de su sueño. La realidad lo ha llevado hasta el punto de incluso cuestionar su auto de fe en aquella definición misma de libro de texto. La justicia práctica no era la misma que la teórica. Aquellos libros no acertaban ni por aproximación. Lo que se vivía en los bufetes y en los pasadizos de los juzgados era la auténtica justicia, lo otro seguía siendo utopía.
Desmitificar la misma ha sido su terapia para acercarse de nuevo a ella. Atrás quedan aquellos sueños en busca de los pros y los contras de toda casuística humana, de investirse como incuestionable acusador a la vez que condicionaba toda acusación basándose en las lagunas jurídicas y en los derechos atropellados; y que él mismo, con la toga y el mazo en mano, discernir el futuro de aquel acusado, para bien o para mal de la sociedad a quien representaba y a la que defendía.
Atrás quedaron muchos sueños, como atrás quedaron relegadas al olvido no escrito, muchas verdades de las que se dicen no probadas, y muchas mentiras nunca descubiertas. Y en ellas también se encuentran las verdades. Es más, son las auténticas verdades. Porque la verdad jurídica, la verdad emanada por un órgano judicial, aunque se le confiera mayor valor, no tiene porqué ser la auténtica verdad, ni la única.
Ahora, su utopía es otra. Su ilusión hubiera sido ser filósofo. Filósofo, por decir algo. Filósofo, por estar ausente de tanta sociedad esclava, condicionada, dirigida. Anarquista, le dirán otros. Rebelde, inconformista…. Antisistema como dirán los más modernos. Pero no. Ni anarquista ni antisistema. No le gusta el sí porque sí, ni el no, porque no. Busca respuestas, y antes de una censura, busca un buen acuerdo.
La duda, sus dudas, le llevan a cuestionar a unos y otros. Y a los dos juntos.
Su utopía jurídica le posiciona por negar segundas opciones, segundas lecturas. ¿Para qué recurrir una sentencia si los jueces son todos buenos profesionales? ¿Depende de la capacidad profesional de un abogado, el que un delincuente sea condenado o absuelto? ¿Depende de la capacidad profesional de la acusación, que dos delincuentes sean condenados por hechos similares a diferentes penas?. Eran muchas las dudas, y muchas las posibles respuestas.
Su posición y su experiencia le han obligado a contestar afirmativamente a las dos últimas preguntas anteriores. Ello le preocupa. No ya la pregunta, sino la respuesta.
Y el sistema. ¿Qué dice el sistema?. Sin duda, el sistema se escuda en la independencia judicial, en la interpretación del órgano, en el proceso mismo, en la acusación, en las pruebas, en el voto particular, en el tribunal europeo, en este y aquel.
¿Por qué no dirigir las discrepancias, directamente al más alto estamento y zanjamos las cuestiones de recursos y dineros? La utopía vuelve a remontar. La felicidad jurídica no existe, sólo trazos de ella, momentos, respiraciones. Y así, aliento tras aliento, vamos cosechando experiencias, buenas y malas, utopías, sueños y pesadillas.
La felicidad jurídica sólo se alcanza al final de un largo trayecto, cuando el proceso termina sin más opción alguna y alguien, allá a lo lejos, en la Europa iluminada por decreto, decide por lo uno o por lo otro. O simplemente, por lo contrario.
Su utopía sigue apostando por la filosofía. Sigue siendo teoría, y por ello mismo, felicidad, inocencia, beneplácito. No necesita irse tan lejos para encontrar respuestas de libro, y su verdad, sigue siendo su verdad.
Y si duda, busca una nueva verdad. No necesitará excusas ni mediadores. Y la encontrará, encontrará una nueva verdad. Su nueva verdad. Su nueva felicidad.
Y es que ya lo dice aquella maldición gitana “pleitos tengas, y los ganes”…
Abril 2011