UNA IMAGEN NO VALE MIL PALABRAS



Una imagen ya no vale mil palabras, y en algunos casos puede incluso inducir a error. Y no hablemos de las imágenes trucadas, falseadas o remodeladas, ni el cortar, enderezar o pegar. Lo cierto es que el dicho, se desautoriza por si sólo, al menos en nuestros días. Y para ello no hace falta recurrir a la teoría de la información de Shannon, sino simplemente al análisis de la causa-efecto.

Hace ya algunos años, un político menorquín fue juzgado en base a una imagen tomada durante un evento que se consideraba ilegal. Durante semanas, y en el juicio paralelo de la opinión pública, ya se había condenado a dicho político como autor del hecho en base a aquella imagen reproducida en los medios de comunicación. A pesar de este juicio paralelo, fue en el transcurso del juicio oral donde se demostró que aquella imagen, aunque real y verdadera, no respondía al momento mismo de aquel presunto ilícito penal que se estaba juzgando.

Anécdotas, múltiples y variadas, podrían enumerarse y demostrarían que en cada domicilio, en cada carrete de los de antaño, en cada cd de recopilación de datos, hay muchas imágenes, que sin ser trucadas ni retocadas, son unos momentos que no corresponden a la realidad. Vamos, como la personalidad escondida de uno. Y no por ello dejan de quedar expuestas, y con el tiempo, hacen historia. ¡Cuánta historia falseada por mor de una fotografía…..!

Hoy en día necesitaremos una secuencia de imágenes para comprender mejor los hechos ocurridos. Nuestra experiencia ya no dará tanto valor a una exposición, sino que por ello mismo, exigirá una secuencia de la misma. Y aún así, dudaremos.

La fotografía que acompaña al escrito de hoy, es prueba de ello. La casualidad hizo que la captura de la imagen se produjera en el mismo instante en que aquel reloj-termómetro urbano pasaba de una temperatura de catorce grados centígrados a las ocho horas y treinta minutos de nuestros relojes. Y mira por dónde, el destino, la casualidad, la instantánea, hizo que apareciera en la imagen los ochenta y cuatro grados centígrados. Imagen ésta, que aunque real, no trucada ni montada, no prueba por mucho certificado de calibración que pueda presentar el termómetro urbano de marras, que en aquel lugar y en aquella hora, el agua estuviera próxima a su punto de ebullición. ¡Y no digamos a las diez de la mañana, o a las veintitrés cincuenta y nueve minutos de la noche…!

La otra, la secuencia montada paso a paso desde los catorce grados centígrados hasta las ocho treinta minutos. Seis secuencias con cuatro intervalos, de las que tres quedan escondidas al ojo humano. ¿Cuántas cosas restarán aún escondidas a nuestros ojos, a nuestros oídos y a nuestro entendimiento?

Estas imágenes han valido cuatrocientas noventa y una palabras. Al menos, esto es lo que ha contado el contador de palabras de Word, sin contar el título, claro está. Pues lo dicho, no valen, ni mil palabras.
PUBLICADO EL 27 ABRIL 2011, EN EL DIARIO MENORCA.