EL BALANCE QUE NOS QUEDA

Al final de un ciclo se suele pasar balance. Así, al finalizar el curso académico el trabajo del alumno es valorado y puntuado. Las empresas suelen realizar el balance al finalizar el año natural y preparan los libros para rendir cuentas con Hacienda. Ni que decir que si en los años de bonanza económica oficialmente el balance solía ser regular, no digamos como se prepara el actual. Y es que ya se sabe del dicho, que quien no llora no mama.

Pero para quienes hace años que hemos dejado de mamar, para quienes por mucho que imploremos seguimos siendo para Hacienda la clase productora en cuanto al pago de los impuestos, y el consumidor final en cuanto a las desgravaciones –o al revés, o todo lo contrario- no nos queda otro remedio que hacer un balance virtual. Y digo virtual como podría decir estético, emocional, o cualquier otro calificativo apropiado para estas fiestas navideñas con toda su magia, parafernalia, ilusión, ensueño, fantasía, delirio colectivo….

Sin duda el balance particular de cada uno variará según haya sido particularmente el suyo. Y es que este año 2011 que finalizamos, se las trae. Ha sido un año completo, completísimo. Un año con plenitud de crisis y de elecciones. Dos tazas por si no queríamos caldo. Relevos institucionales al cien por cien, y un cambio de chip que nos hará borrar aquella sensación de túnel sin luz o de pozo sin fondo. Pero eso es mañana. Hoy toca añorar lo bueno, bonito y caro que aún hemos disfrutado.

El hoy, el presente en el que siempre vivimos, es el que nos ocupa el balance, en la mirada atrás, en la mirada de estos trescientos y tantos días rebobinados. Otros trescientos y tantos días más uno, nos esperan para el próximo balance. Y luego ya rendiremos cuentas con el fisco, con el casero, con el tendero y por qué no, el banquero; pero eso ya es futuro, incierto tal vez, como suele ser por definición, como toca ser por necesidad de superación misma.

Y el morbo también ha hecho entrada en nuestros domicilios. Y suerte de él. Las noticias que nos han acompañado durante las últimas semanas del año, nos han alentado a percibir que la crisis -ya no tan solo la económica- también afecta a aquellos personajes que aún se creen llamarse aristocracia, a quienes habitan en los castillos de naipes que cada uno va construyéndose en este mundo virtual del espectáculo de la vida, a los que viven del negocio rosa de la comunicación, a todos quienes de una forma u otra, vagabundean por la sociedad de consumo y de espectáculo.

Y este morbo suple las penurias pasadas y venideras. O al menos, necesitamos escudarnos en esta suplencia a fin de evitar colapsos en las consultas de psicólogos y psiquiatras. O en la de curanderos, sanadores y adivinadores. O de más secretas existencias….

Y las luces… Renovadas, ampliadas y embellecedoras. Y el ambiente colapsado de idas y venidas. Y la ilusión de los más inocentes pequeños. Y el viaje de un tren iluminado circulando y abriendo camino por donde nunca antes había existido tanta ilusión. Y la venida del cartero real. Y…. Y el cambio, ya no por el cambio mismo, sino por la necesidad de cambio. Todo.

Todo contribuye a que conjuguemos pasado con una infancia ya escapada y añorada. Y más pobre, pero más inmensamente feliz. Nos faltará el personaje “d’en Bernat”, nos faltarán otros personajes peculiares, nos faltarán muchos recuerdos, muchas añoranzas, muchos corazones….

Y nos sobrará ilusión, deseo, espíritu de superación. O resignación. Quien sabe. Al menos, si sufrimos, existimos. Si nos quejamos, existimos. Y si nos resignamos, también. Y el balance está ahí. En standby. Negativo tal vez, pero balance, al fin y al cabo. Con nombre, apellidos y una dirección fiscal.

Un número más para Hacienda. Un número más para los bancos.
Una alma, un corazón, una mente, para el resto.


PUBLICADO EL 31 DICIEMBRE 2011, EN EL DIARIO MENORCA.